Sobremedicación y negocios multimillonarios - por Nicolás Guerra Aguiar
Sobremedicación y negocios multimillonarios - por Nicolás Guerra Aguiar *
Hace días, mientras esperaba mi turno me detuve como observador en una farmacia muy frecuentada. Como tiene varios dependientes, la curiosidad me sirvió para comprobar el impresionante movimiento de ventas. Y casi el cien por cien de los medicamentos, con receta de la Seguridad Social.
Sirva como ejemplo único y pormenorizado el caso de una señora mayor: llenó dos bolsas mientras le iba explicando al joven mancebo de qué padecían ella y su marido: “diabetis”, acidez, “sangre pobre”, tonturas, úlcera de estómago, fuertes dolores en todos los huesos, tembliques en los labios, manos endormidas… Y aunque no citó ninguna enfermedad de inmediatos efectos mortales, supuse que las veinticuatro horas del día las pasarían pendientes de pastillas, píldoras, comprimidos, grageas, gotas, polvitos efervescentes y alguna que otra visita del practicante, ayudante técnico sanitario o
Sin embargo, puede darse el caso contrario: determinadas patologías crónicas exigen, según prescripción médica, un específico producto. No obstante (canariasahora), la reciente destitución de la jefa de Farmacia (Servicio Canario de Salud) podría, acaso, relacionarse con alguna alteración de la normal cadena en cuanto que –supuestamente- se negaban concretos tratamientos con una marca si esta no correspondía a las de algunas multinacionales. Así, casos de cáncer, trastornos neurodegenerativos…, requieren un definido producto cuya elaboración no concierne a cualquiera de las empresas en apariencia beneficiadas, por más que el recomendado por el médico es de coste inferior al de la competencia.
En el libro denuncia la impresionante corrupción de las grandes industrias farmacéuticas sobre distintos sectores relacionados con la medicina: desde los propios ejercientes hasta boletines, agencias e, incluso, gobiernos. Porque lo que hay en juego –sobre todo en el mundo occidental- tiene su peso económico: hablamos de miles de millones de euros que deben ser repartidos entre las empresas productoras (las grandes beneficiadas) y las ramificaciones de aquellos entramados que las apoyan. Y, al final, son los gobiernos –como representantes de la ciudadanía- quienes abonan las facturas de sus productos. Pero estos no son siempre –asombroso- los más recomendados para determinadas dolencias o concretos tratamientos.
De ahí que al golpito, pero sin titubeos, alguna sanidad pública –hipotéticamente- va poco a poco imponiendo en sus listas nombres de medicamentos que se hacen con el monopolio gracias a correntías de favores, ayudas, contubernios y corruptelas de las multinacionales a través de complejísimos entramados que usan para seducir sin ser descubiertas. Una de las maneras más sofisticadas es la que se impone en gobiernos liberales europeos y americanos: las empresas forman a sus más competentes empleados para que accedan al Gobierno. Como premio a los servicios prestados desde el Poder, las puertas giratorias: millonarios puestos en consejos de administración los esperan.
Hay, pues, geniales artimañas (contrarias al elemental sentido ético) que alargan sus tentáculos por sectores de la Administración. No quiero decir con esto que todas las empresas –en absoluto- actúen de igual e inmoral manera. Pero la corrupción es ya una característica más –tremendamente sofisticada- de nuestra civilización. Si desde concejalías, alcaldías, consejerías varias, presidencias de diputaciones o autonomías e, incluso, desde partidos políticos se expandió la corrupción, ¿qué podemos esperar de ciertas compañías cuyo producto cumple la función –o debe cumplir- de beneficiar al enfermo?
* Gentileza de Nicolás Guerra Aguiar, para la parroquia de La casa de mi tía