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viernes, 03 de mayo de 2024 15:20h.

 La soledad política del señor Rajoy - por Nicolás Guerra Aguiar

La regeneración ética del PP debe comenzar por su presidente.

 La soledad política del señor Rajoy - por Nicolás Guerra Aguiar *

   La regeneración ética del PP debe comenzar por su presidente. A pesar de la reiterada insistencia para que lo dejen gobernar porque la suya fue la lista más votada, este señor gallego non grato en la galega Pontevedra podría retirarse de la política antes de que lo echen sus propios colegas de Partido. A fin de cuentas, muchos de ellos dependen exclusivamente de nominillas oficiales (cargos públicos, políticos, asesores e, incluso, quienes están mano sobre mano). Y ya se sabe: en las actuales circunstancias laborales, ¿hay mejor ubicación, por ejemplo, que la euril seguridad de unos miles mensuales amén de viajes gratis, tarjetas para taxis, alojamientos… y ningún tribunal que examine, valore y califique sus actividades o pregunte que cuál es la función de aquel enchufado?

   No quiere ver el señor Rajoy que su etapa política ya se la terminan a los cuatro años de absolutísimo poder y reiterado desprecio a los otros partidos, los mismos –todos- que hoy no le tienden la mano: es la respuesta a su despotismo anterior, absoluta soledad. (La venganza, dijo alguien, es un plato que se consume en frío.) La razón de su fracaso en las últimas elecciones es exactamente la misma que le dio la mayoría absoluta en 2011: se llama pueblo. Y, desde 2011, el hartazgo ciudadano ante mentiras, atropellos, desahucios, políticas antisociales, leyes mordaza... Si el PP perdió tres millones y medio de votos y el PSOE mermó en un millón y medio, razones argumentó la ciudadanía para tales castigos.

  Porque el rotundo éxito del PP en 2011 tuvo un poco de todo. Para el Partido fue la recuperación de votos extraviados; resultó para miles de votantes la única tabla de esperanza ante lo que se veía llegar; y para una gran mayoría de simpatizantes socialistas se convirtió en el castigo a un PSOE que no supo enfrentarse con seriedad y rigor a una situación de programado caos económico ya anunciado y visto por casi todos… excepto por los interesados psocialistas del señor Rodríguez Zapatero.

   Lo único que estos ofrecieron a cambio desde los primeros momentos se llama tomadura de pelo. Un ejemplo fue el de aquella señora que glosaba desde su ministerio la conjunción de los astros, aunque las tales señales astrales fueron interpretadas en sentido contrario por la hechicera, vidente, adivina y nigromante que llegó a ser ministra, ejemplo de la baja cualificación que se exigía para llegar a la condición de tal. Pero ya se sabe: si quieres ganarte voluntades hasta la muerte, entrega cargos políticos a gentes mediocres que se desarretan por ellos. (Hay en el PP un muy inteligente mando que con astucia y habilidad manifiestas desarrolla tal estratagema desde el milenio pasado. Los resultados son de acierto absoluto: fidelidades al 1000 por 100.)

   El señor Rajoy, ahíto de poder y de absolutismos, acumuló a lo largo y ancho de su mandato tantas fracturas y tales desprecios que, a pesar de su aparente éxito como lista más votada, todo se le ha vuelto estrepitoso fracaso. Pero hay más, pues soberbias y burlas dominaron en su última intervención parlamental, claro ejemplo de que el otro yo se esconde o acaso dormita: “Hablaré con tanta claridad que hasta ustedes lo van a entender”, les dijo a sus señorías el pasado miércoles. Se lo escuché otra vez (“Ya verán cómo lo entienden, a pesar de ser ustedes”) y otra (“Se lo voy a explicar y verán cómo lo van a entender”). Lo malo no es que el señor Rajoy considere torpes a los demás. Lo más sangrante para el propio Partido Popular es que sea el guía político quien no pueda entender, a pesar de su capacidad, que la Constitución española es clara y contundente: el presidente del Gobierno no es elegido directamente por la ciudadanía, sino que el candidato a tal será propuesto (artículo 62) por el rey. Y él sólo tendría los votos del PP.

   Sé que entre la gente del PP hay quienes viven en este mundo y son conscientes de la realidad. Son aquellas personas –militantes, simpatizantes- que gozan absolutamente de todos mis respetos en cuanto que defienden una concepción política legítima. Y aunque sus planteamientos difieren muy mucho de los míos, defenderé siempre su derecho a manifestarlos y a buscar el poder por medios pacíficos, rigurosos y democráticos. Me refiero, por tanto, a personas absolutamente ajenas a descomposiciones éticas, malversaciones, corrupciones y corruptelas, sobres, cuentas B, dinero negro… (Aunque, eso sí, son personas corresponsables de la debacle del PP en cuanto que con su silencio contribuyeron a tal podredumbre. Acepto, sin embargo, la ingenua posibilidad de que muchas de ellas o no sospechaban nada o, acaso, creyeron a quienes acusaban a los rojos de las ya archiusadas “campañas de desprestigio”.)

   El señor Rajoy, en este campo de la descomposición interna, no quiso reaccionar (algún día tendrá que darles explicaciones a los suyos). Muy al contrario, guardó silencio sepulcral cuando empezaron a salir a la luz las primeras sospechas de que no todo era tan limpio y puro: muy al contrario, empezaba a heder en rapidísima expansión geográfica. Y la realidad de hoy está ahí, a la vista: el PP, el Partido del Gobierno, camina bajo sospecha y sus oficinas son registradas por órdenes judiciales; cada vez que se ventila un papel la sorpresa aumenta entre honrados y serios miembros del partido.

   El señor Rajoy pretende la continuidad en el poder o, acaso, encabezar la lista si en junio se celebraran elecciones. Hoy es una rémora, un insalvable obstáculo para la regeneración ética del Partido Popular. Esa España que tanto ama, por la que tanto se ha sacrificado y cuya recuperación económica reclama no puede, en absoluto, contar con él. El PP auténtico ha de regenerarse en pacífica revolución interna. Y debe pedir perdón a tantos millones de ciudadanos afectados por políticas terriblemente antisociales y a veces esclavistas.