Tartanarar con el Ayuntamiento capitalino - por Nicolás Guerra Aguiar
Tartanarar con el Ayuntamiento capitalino - por Nicolás Guerra Aguiar
El señor Barbero Sierra -concejal de Turismo del Ayuntamiento capitalino- parece que es el responsable de todo lo que se refiere a aquel parque, pues los portavoces de los grupos municipales se dirigieron a él cuando reclamaron “la revisión urgente de las autorizaciones tartanales”. E incluso, aprovechando que la marea subía y empujaba con reboso (suele traer aguavivas), el señor Quevedo –dos nomiNillas ofiCiales- se dejó caer con “naturalezas coloniales” de los nuevos carruajes y de la vestimenta, aunque la verdad es que por el momento no he escuchado a los caballos más que algún relincho. No obstante, estaré pendiente por si pronuncian a la manera castellana o, al contrario, su habla es puramente andaluza, tan diferenciada de la primera. Pero estoy seguro de que si alguno de ellos se suelta un “¡Chaaaaacho, déjate dil, nenel!”, la recolonización quevediana quedaría frustrada: aquellos animalitos -que no son ni rocines quijotescos ni jamelgos- podrían mostrar su certificado de nacimiento y, mismamente, de hasta siete generaciones de pura sangre canaria, lo cual ya sería un mérito sobrenatural, dicho sea de paso.
Pero que los señores concejales de la oposición y muchos paisanos nuestros tienen absolutamente toda la razón es algo que ni la imprudente, desafortunada, rabiscona y calentona salida del señor alcalde puede evitar. En efecto: los tartaneros más parecen recién importados de Andalucía por su indumentaria que originales de Canarias. Y ese fue un detalle que no previó la concejalía correspondiente del señor Barbero, por más que la exteriorización es elemento fundamental en cualquier actividad. No eran menester el vriginio o la cachorra con manchas de plataneras, no exageremos. Ni los bigotes revirados a la manera de Pepe (?) Castellano, el canarión que le puso voz y rostro a Pepe Monagas, personaje creado por Pancho Guerra. Tampoco resultaba imprescindible que llevaran alpargatas de esparto, el naife atravesado en el cuadril o a seña Fefa al lado mientras prepara el mojito para el sancocho. Pero siempre hay un término medio si las cosas se hacen bien, actuación quizás muy exigente para personas encargadas de Turismo que se conforman con elementales servicios, cual si de algo sin importancia se tratara.
Sin embargo, se me ocurre que tal metedura de vestimenta por la concejalía capitalina de Turismo no haya sido consecuencia de apatía y desinterés. Quizás, acaso, la trascendencia sea incluso hasta de tipo cultural, idiosincrática, de habla. Porque, vamos a ver: ¿de dónde procede la mayor parte del patrimonio fonético que define a nuestra variante dialectal canaria –con permiso de paisanos muy muy cultos que se desparraman con el vosotros-? Pues exactamente, estimado lector, acierta usted: la repoblación de Canarias tras la conquista llegó desde Andalucía, sobre todo de la parte occidental, con predominio de Sevilla. Y con los colonos arribaron fondo léxico y características fonéticas (de estratos no cultos) que se impusieron con rapidez en las Islas (generalizo). Así, por ejemplo, cuando en los estamentos instruidos tendía a desaparecer la aspiración de la f latina en posición inicial (jablar, jinojo –hierba-, jembrerío), esta se mantuvo en la población emigrante. Por tal razón aún se escucha en sectores sociales canarios. Y como elemento más definidor, las pronunciaciones de z y c (esta, ante e, i) como s: el seseo (/sapáto, síne/), variedad extendida por Andalucía.
Consecuencia de nuestro vínculo lingüístico - cultural con Ispal: todos yerran en las críticas al concejal de Turismo, el señor Barbero. (Que haya una ópera, El Barbero de Sevilla -en italiano, Il barbiere di Siviglia- es puñetera coincidencia, como de recochineo.) En sus decisiones hubo estructuración, orden, riguroso dominio de la Historia, estudio de idiosincrasias populares, redescubrimiento de pálpitos que arrancan en el siglo XV. La raigambre cultural, pues, como elemento definidor. ¿Y qué más identificación externa con nuestros ancestros que la vestimenta andaluza a la manera de los tartaneros hispalenses? ¡Si es que me deja anonadado; me impacta en mi sentimiento isleño que tal lección de sabiduría -¿qué digo? ¡De andalucidad!- no haya sido ni entendida ni, mucho menos, agradecida. De Inquisición, vamos. De flagelaciones in aetérnum, per saécula saeculórum.
En conclusión: está justificadísimo que al señor alcalde de la ciudad le afectaran calenturas y encochinamientos y se le enrabiscara la tensión sanguínea. Los señores concejales de la oposición no tienen “nivel intelectual y político” (el señor Cardona sentencia) cuando critican la andalusiasión de los tartaneros del Catalina Park. Son críticos por ausencias intelectuales, sentencian en el Ilustre. No analizan sus orígenes; no saben que su habla está arraigada en la esencia de quinientos años atrás. Y como aquí somos lo que somos porque incluso hasta burgao, peje, vieja (pescado), embelesarse, carozo… son voces andaluzas, lo normal es que los gobernantes sientan como suya la obligación de mostrarnos nuestra naturaleza, y que debe recuperarse desde los lugares más significados para el turismo. Por tanto, que se tartanee con ropajes andaluces. ¡Ele!