Entre la tierra y los cielos laguneros - por Nicolás Guerra Aguiar
Entre la tierra y los cielos laguneros - por Nicolás Guerra Aguiar *
Para Drago Rodríguez Klisanic, exalumno
La Naturaleza, a pesar de la barbarie humana, mantiene aun estabilizada armonía con sus propias leyes. Y desde los iniciales pensamientos filosóficos, por antigüedad y sabiduría marcó etapas en la actividad cultural del hombre, el supuesto sapiens, torpe y cerebralmente desaliñado. Así el Renacimiento italiano, generalizado en Europa desde las repúblicas a lo largo del siglo XVI, volvió su mirada a la Antigüedad clásica. Y en ella descubrió que fuego, agua, tierra y aire son para el griego Empédocles los cuatro elementos constitutivos del Universo: la Naturaleza, por tanto, debe ser perfección, concierto.
Y como la Naturaleza cumple los requisitos de brillantez y notoriedad, los soñadores la idealizan. El primer poeta grancanario, Cairasco de Figueroa (1538), describe la selva de Doramas (Gran Canaria): “Saboros dátiles; músicas hinchan; pintados pájaros; hiedra estática; frescos aires”… El tinerfeño Antonio de Viana (1578) recurre a “hermosas fuentes, dorada arena, fecundas cepas, miel süave...” para describir la tierra isleña.
Sucede también en el tardío Romanticismo insular. Nuestros paisanos vuelven la mirada hacia ella, pues con ella pasaron los mejores años de su vida durante la infancia: por eso la añoran frente a zozobras y el sino románticos... Y como con otros poetas tinerfeños, retorna la idealización al conejero – lagunero Antonio Zerolo (1854): “Al par que los recuerdos / de mi niñez serena, / en mi alma vibran siempre / los inefables ecos de mi tierra’’.
Sí, la tierra y la patria. Pero no con la limitada visión de Miguel de Unamuno cuando sentencia que el grancanario – tinerfeño Nicolás Estévanez (1838) pudo terminar ahorcándose en el almendrero identificado con su cuna: es la estrofa “Mi patria no es el mundo; / mi patria no es Europa; / mi patria es [de] un almendro / la dulce, fresca, inolvidable sombra”. Lo sospecho: el ensayista vasco – salmantino malinterpreta el último verso, pues acaso Estévanez vio la “dulce […] sombra” del árbol como manifestación de la Naturaleza.
Con lo cual, por tanto, entramos en la consideración simbólica de elementos de la flora, la botánica: ¿qué es la rosa en literatura sino sustancia material a quien se le da convencionalmente valor representativo de una idea? La roja de Garcilaso (XVI) simboliza la pasión amorosa; la azul (“de tu vientre”) lorquiana se identifica con la esterilidad femenina; la blanca (“Cultivo […] / para el amigo sincero”) del cubano José Martí (1853) es la entrañable amistad; la dorada de Alonso Quesada (1886) está relacionada con la realización plena en Las inquietudes del hall.
Más: cuando Gerardo Diego (1896, miembro del Grupo Poético del 27) culmina el bellísimo soneto dedicado al ciprés de Silos (monasterio) lo define, desde el primer verso, como “Enhiesto surtidor de sombra y sueño”. ¿Y qué es el “sueño” gerardoano sino el reposo final, el cementerio? ¿No parece acaso el “mudo ciprés en el fervor de Silos” -desde la concepción cristiana de Gerardo Diego- símbolo religioso (“flecha de fe, saeta de esperanza”) mientras apunta hacia los cielos con su verticalidad (“enhiesto surtidor, mástil...”) y le hace sentir “ansiedades” para diluirse y ascender con él, “ejemplo de delirios verticales”?
En el caso de Calderón de la Barca (“¿Que hay quien intente reinar, / viendo que ha de despertar / en el sueño de la muerte?”), ¿no es quizás ficción, ilusión, fantasía (…”que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son”)?
Cuando Carlos Sahagún (1938) escribió “Árbol en Gáldar”, poema dedicado al drago enraizado en el edificio del Ayuntamiento, se refirió a él como “Inútil experiencia de libertad”, pues el cemento que lo rodeaba se había convertido en muro de impenetrables supervivencias… (¡Otra vez la mano del hombre cercenando el libre albedrío!) Sin embargo, sigue alzando sus brazos cargados de esperanzas para proponer la continuidad de la vida “desde sus propias ruinas”.
¿No es, quizás, un símbolo tal personificación de un árbol cuya “sangre” (savia) fue usada por los pobladores de Canarias anteriores a la conquista española para decorar geométricamente, por ejemplo, la Cueva Pintada de Gáldar?
La palmera majorera es “verde llama que busca al sol desnudo”. Como tal la define Miguel de Unamuno, el mismo que llamó “Rüina de volcán esta montaña” a la isla de Fuerteventura en el primer verso de un soneto. Pero también, simbólicamente, y a la manera del ciprés de Silos o del drago galdense, la phoenix canariensis “se alarga al cielo” en uno de sus versos…
Así pues la rosa, el ciprés, el drago y la palmera se convierten en elementos ajenos a su única condición de plantas o árboles y, gracias a la conjunción poetas – Naturaleza, llegan incluso a adquirir acción, esperanzas, vida ajena a lo vegetal... Y vienen a significar aquellos valores que el usuario de la lengua -único propietario de la misma- les da tal como apunté al inicio: simbólicamente. Y triunfaron, sí, pues poetas y lectores aceptan entrar en tales campos de significación ajenos a las definiciones tradicionales, académicas...
Mirando la fotografía desde el ángulo inferior izquierdo hacia arriba, ¿qué es, estimado lector, tal recia e inmensa pierna de un ser colosal, rígido? Su marcada rodilla da paso a peroné y tibia para llegar no al pie, sino a decenas y decenas de dedos ramificados como en aparente desorden y, a la vez, complementados por otros más pequeños. Desde ellos nacen verdes hojas anchas, amarillas o rojas, acaso escrutando los infinitos espacios para mostrar -como símbolos- la libertad de un pueblo frente al napoleónico invasor de la Patria. (¿La “Patria”?)
Sí, es el drago canario, el latino draco (‘dragón’). Su recia planta se impone a lo ancho de la Plaza de la Junta Suprema de Canarias arriba, al final de San Agustín y como pórtico al Camino Largo... Es, otra vez, la encarnación de una idea: pregona “La lealtad heroica del Archipiélago” y el patriotismo de quienes -como Nava Grimón- se hicieron cargo de Canarias frente al afrancesamiento napoleónico militarmente impuesto en España (1808).
Naturaleza y libertad, Patria y Canarias. Sí, almendrero o drago, da igual.
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar