Unamuno y Estévanez - por Francisco Javier González
Unamuno y Estévanez - por Francisco Javier González *
Cumplidos los 108 años del fallecimiento de nuestro don Nicolás, traigo en su memoria un relato, que forma parte de uno mucho más amplio que sigue esperando tiempo pa’terminarlo. Es una reflexión posible que, hablando con una tercera persona del S. XXI, hace el propio Estévanez de Unamuno y lo que a Canarias y a sí mismo se refiere. Aunque, evidentemente, es muy arriesgado suponer lo que podría pensar Estévanez, creo que no se separaría excesivamente de lo que mi imaginación me sugiere. Todo lo entrecomillado es textual. Aquí va la criatura:
Me acuerdo ahora de Unamuno y de los comentarios que sobre mí hizo en su obra “Por tierras de Portugal y España” editada por “Biblioteca Renacimiento” en Madrid en 1911, cuando yo llevaba ya un par de años en París. Yo había publicado en la “Revista de Canarias”, como cuarenta años antes, mi poema Canarias que volví a publicar en Madrid en 1900 en mi libro “Musa Canaria”.
CANARIAS
Nicolás Estévanez
Un barranco profundo y pedregoso,
una senda torcida entre zarzales,
un valle pintoresco y silencioso,
de una playa los secos arenales;
Un cabrero en la cumbre que silbaba,
una bella pastora que corría,
una rústica flauta que llenaba
los riscos y las grutas de armonía;
En el aire reflejos y cambiantes,
en el cielo colores trasparentes,
en la noche luceros rutilantes,
crepúsculos brillantes y esplendentes;
Un gallardo mancebo en la montaña
que las cabras monteses perseguía,
en la cima del monte una cabaña
y un torrente que al valle descendía;
Tales fueron los goces fugitivos
de cien generaciones ignoradas;
estos fueron los cuadros primitivos
de las risueñas islas Fortunadas.
II
Tenerife es la gloria
de los canarios,
con sus nevadas sierras
y sus barrancos.
Y desde el Pico,
se ven las siete gracias
y el Paraíso.
III
Con las atlánticas brisas
llegó hasta Europa la fama
de las deliciosas" vegas
de las siete islas hermanas.
Oscuros aventureros
y valentones de daga,
soñaban como era moda
en las conquistas lejanas;
Y levantando bandera
para las Afortunadas,
partieron a la conquista
en nombre del rey de España.
Un caballero normando
que Betancúr se llamaba,
fue el primer conquistador
que desembarcó en sus playas;
Y después otros caudillos
y repetidas armadas,
combatieron en las islas
con furia hasta conquistarlas.
Dominaron y vencieron
con perfidias y matanzas,
valiéndose de la astucia
y de sus mejores armas;
Pero les costó más tiempo
que a César rendir las Gallas,
que a Anníbal vencer á Roma
y á Alejandro toda el Asia.
En la epopeya de un siglo
de la defensa canaria,
cien veces los invasores
perdieron las esperanzas;
Y mientras hubo un isleño,
hubo resistencia brava,
pues todos dieron la vida
por la independencia patria.
Y cuando los invasores
pusieron al fin su planta
al cabo de una centuria
en el monte de Guajara,
No quedaba a los isleños
ni una flecha en sus aljabas,
ni en sus cuevas un cuchillo,
ni hierro para sus lanzas.
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Castillos hay desde entonces
en las poéticas playas,
y no resuena en los riscos
de los pastores la flauta.
Desde entonces por las cumbres
no va el montañés de caza,
ni la indígena matrona
mora libre en su cabaña.
Todos son esclavos viles
en aquella tierra ingrata,
del hacendado los unos,
los otros de la ignorancia.
Nadie esgrime por la gloria
las libertadoras armas,
que las razas ennoblecen
y el espíritu levantan.
¡Malhaya el mercantilismo
que envilece y que degrada;
maldito el normando sea,
y maldita sea su raza!
IV
Cantan los vates isleños
las glorias de la conquista,
y olvidan los gratos nombres
de sus héroes y heroínas.
Aquellos aventureros
que ensangrentaron las islas
y legaron A la historia
más que proezas rapiñas,
con su Fernández de Lugo,
y su brioso Buendía,
no merecen los aplausos
ni la admiración sentida,
que mi corazón tributa
lleno de melancolía
a Bencomo y a Tinguaro,
y a la hermosa Guayarmina.
De los fuertes invasores
celebremos la energía,
y su valor y constancia
en tan penosa conquista;
pero paguemos tributo
de admiración y justicia
á los que honraron la patria
dando por ella la vida.
V
Los caudillos de Anaga y de Tegueste,
los menceyes de Adeje y de Taoro,
de Abona y Tacoronte los guerreros,
de la Punta el hidalgo valeroso;
Los que en Tigaiga y en Centejo osados,
con singular y temerario arrojo,
de la indomable España con sus pechos
contuvieron el ímpetu brioso;
Los que en Añaza con vigor lucharon,
los que en Geneto con aliento heroico
despreciando la férrea artillería
combatieron al lado de Bencomo:
Aquellos insulares no vencidos
se reunieron en célebre Tagóror,
al saber la traición y la vergüenza
del de Güimar monarca poderoso.
El ambicioso rey del Mediodía
seguido solamente de unos pocos,
se sometió sin lucha al enemigo
á los suyos vendiendo y á sí propio.
Y en el Tagoror los demás isleños,
sobre el de Güimar derramando el odio
que despertara la invasión cristiana
en sus leales pechos generosos.
Juraban por la sombra de Tinerfe
venganza fiera que asombrara á todos,
cuando oyeron estrépito cercano
y en las alturas estampido ronco.
Prodújose en los guanches al oírlo
indescriptible, bélico alboroto,
del de Lugo temiendo una emboscada
en las selvas cercanas al Tagoror;
Pero de pronto con su voz potente
—¡Es el Echéide! les gritó Bencomo;
¡Silencio y de rodillas! Mientras habla
permanezcamos a sus pies de hinojos!—
Y era el gigante que encendido en fuego
y lanzando rugidos temerosos,
en medio de la noche parecía
de los infiernos colosal aborto.
Postráronse los guanches conmovidos,
reinó silencio sepulcral en torno,
y percibieron todos las palabras
del Echeide, que hablaba de este modo:
«Sois mis hijos: escucho vuestra queja
»y la desgracia miro en vuestros rostros.
»y en vuestro duelo, como padre acudo
»para secar el llanto en vuestros ojos.
»Yo soy el Tiempo; y en mi frente cana
«como nevada cumbre'en el otoño,
«está la autoridad con que yo vengo
«para hacerme escuchar entre vosotros.
»Es la traición del déspota de Güimar
»en la historia del mundo un episodio,
»que por pequeño olvidarán mañana
«los mismos que lo pagan con tesoros.
«No penséis en venganzas infecundas,
«dejadme las venganzas a mi sólo,
«pues yo alcanzo lo mismo á loa gigantes
«que á los más diminutos infusorios.
«El enemigo que tenéis delante
«os vencerá con la traición y el dolo,
»si no alcanza á domar vuestra fiereza
«con sus torrentes de encendido plomo.
«Por la patria que amáis cual buenos hijos,
«recibid al hispano entre vosotros,
«y cruzada su sangre con la vuestra
«se engendrará una raza de colosos.
«Y cuando llegue el suspirado día
«de la justicia en el terrestre globo,
«romperán los canarios las cadenas
«que á los unos opriman y a los otros.
«Hoy es preciso doblegar la frente
«sin ocultar avergonzado el rostro:
«ya tenéis en la historia asegurado
«entre los héroes un lugar honroso.
«El destino del orbe nos exije,
«ya que en el centro de los mares somos
«puerto de salvación entre dos mundos
«y puerto de descanso entre dos polos.
«Abrir al extranjero nuestras playas,
»en nuestras playas ofrecerle apoyo,
«cuando va con su genio al Nuevo Mundo,
«cuando va con su esfuerzo al Tormentorio.
«Aquí descansarán los argonautas
«que van a descubrir el cabo de Hornos,
«y a registrarla redondez del mundo,
«y los secretos a romper del Cosmos:
«Por aquí pasarán los navegantes
«que en el Oriente buscarán el oro,
«desafiando en el Sur, de las Tormentas
«el épico y horrible promontorio;
«Y pasarán también los capitanes
«que a los Andes subiendo como el cóndor,
«vencerán a mi hermano el Chimborazo
«que produce el volcán y el terremoto.
«Cuando pasen los siglos, y con ellos
«de nuestros días los mezquinos odios,
«ya no irán desde el viejo al nuevo mundo
«rudos guerreros con salvaje encono;
«Pero veréis llegará nuestras islas
«en ciudades flotantes, y en colosos
«que cruzarán el viento, o de los mares
«navegarán por los abismos hondos,
«A los del porvenir sabios guerreros,
los guerreros de un futuro hermoso,
«que del nuevo vendrán al viejo mundo
«con sus libros, su fe y sus telescopios.
«Ellos harán del África vecina
«civilizado, incomparable emporio;
«de riqueza, de ciencia, de virtudes
derramando en su seno los tesoros.
«Escuchad mis consejos paternales;
«que depongáis las armas os propongo;
«y en alianza perpetua con Castilla
«alcanzaréis un porvenir glorioso.»
Dijo: y al punto se cegó su cráter,
y se cerraron sus abiertos ojos,
y su llama apagó con un rujido
que fue repercutiendo hasta los polos.
Sencillos los isleños, aunque bravos,
se impresionaron tanto y de tal modo
con las palabras del augusto Echeide,
que prorumpieron en acerbo lloro.
Quebró su fortaleza aquel discurso
de su gigante encanecido y ronco,
más que al verse en los campos de batalla
por los cañones enemigos rotos.
Arrojaron sus armas los guerreros,
de la patria llorando los despojos;
y en vez de la.clemencia castellana
sólo hallaron verdugos rencorosos.
VI
Era el conquistador omnipotente:
sometidos los guanches a Castilla,
imperaba en Canarias el de Lugo
verdadero monarca de las islas.
Los pocos naturales que pudieron
sobrevivir a la canaria ruina,
legaron a sus nietos la venganza
para un seguro aunque lejano día.
Y despojados de sus propias tierras
por la extranjera criminal codicia;
repartidos sus bienes, sus ganados,
entre aquella falange comunista,
se fundieron al punto en sólo un pueblo,
en una sola, fraternal familia
con los mismos soldados españoles
que demostraron más su valentía,
despojados también por los magnates,
hambrientos segundones de Castilla,
y por otros taimados mercaderes
que acudieron, después de la conquista,
como acuden después de la matanza
las asquerosas aves de rapiña.
El poderoso Lugo, que colmaba
de sus negras pasiones la medida,
absoluto señor de aquellas tierras,
sin freno en su ambición y en su avaricia,
se enamoró de una doncella hermosa
que llevaba por nombre Guayarmina.
Quiso hacerla su esclava, no pudiendo
por el amor ni el oro seducirla;
pero la isleña despreció al tirano
sin temor a su fuerza ni a sus iras.
En los impuros brazos del gallego
hubiera hallado lisonjera vida:
resistiendo sus torpes amenazas
en Agaete de su honor cautiva,
vivirá eternamente su memoria
en las canarias fértiles campiñas.
Y al recordar su desastrosa muerte
que fue venganza del de Lugo digna,
maldecirán de Lugo la venganza
aplaudiendo á la heroica Guayarmina.
VII
La patria es una peña,
la patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza.
Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.
A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras.
A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas.
Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas.
A mi no me entusiasman
ridículas utopías,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia.
Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
cual duran en la vida
de los mortales las mezquinas obras.
A mí no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas.
La sangre de mis venas,
a mí no se me importa
que venga del Egipto
o de las razas célticas y godas.
Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ellas
hasta que el mar inunde aquellas costas.
La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza.
La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa.
Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas.
Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora.
Allí tuvo que ser donde lo leyó Unamuno. Pues bien, dos veces me saca a relucir la misma monserga de mi almendro. En el capítulo que titula “La Laguna de Tenerife” cuenta que, cuando desde Santa Cruz subió a La Laguna, al pasar por delante de mi casa, entran y se la enseñan. Al españolísimo Unamuno solo se le ocurre comentar, con aviesa intención, la siguiente descripción, que me sé de memoria: “Me apresuré a subir a la ciudad de La Laguna, a la ciudad de los Adelantados. En el camino nos enseñan la casa nativa de Don Nicolás Estévanez, y junto a ella el almendro que él, D. Nicolás, ha hecho famoso. Pues él cantó diciendo: Mi patria no es el mundo, mi patria no es Europa, mi patria no es España; mi patria es una choza, la sombra de un almendro…etc. ¡Pobre del que no tiene otra patria que la sombra de un almendro! Acabará por ahorcarse de él. “
Don Nicolás dejó oír una risita irónica antes de continuar: - Desde luego que se quedó con la música, pero trabucó la letra. Incluso mete por medio a España, sin necesidad, porque ya la había englobado al nombrar a Europa. Al parecer no recordaba que en ese mismo canto VII de mi “Canarias” declaraba yo que “La patria es el espíritu, la patria es la memoria” para rematar diciendo “Mi patria es una isla, mi patria es una roca, mi espíritu es isleño, como los riscos donde vi la aurora”, además que del almendro de mi infancia evoco, como ancla para mi memoria en mi paisaje patrio, el recuerdo de su “dulce, fresca, inolvidable sombra”.
-Leyendo lo que Unamuno escribe sobre mi Aguere –seguía contando D. Nicolás con un cierto deje de tristeza en la voz- con su calle larga, larga, y una torre oscura y tronchada al fondo; describiéndola como una ciudad moribunda, llena de pequeños rencores y envidias, contagiada del mal que denomina “soñarrera”, burlándose de la supuesta simpleza de nuestros magos, es como me doy cuenta del pensamiento colonialista que siempre ha impregnado la sociedad española hacia los Territorios de Ultramar, sea Canarias, Cuba, Puerto Rico o Filipinas.
-En verdad –continuó hablando Don Nicolás mirándome de frente- que tengo la fortuna de tener una buena memoria, mejor que la de Unamuno para las letras y la literatura. Me leí a fondo los dos capítulos que de aquella obra de 1911 dedica a Canarias, aunque ambos están fechados en Gran Canaria en agosto de 1909. Son, el titulado “La Laguna de Tenerife” al que ya me referí, y el de “Gran Canaria”, y puedo recitar una gran parte de ellos de memoria con más fidelidad, desde luego, que la que tuvo don. Miguel para mi poema. Por eso, repito, es penosa para nosotros los canarios la pobre idea, muy propia de los colonizadores españoles, que tiene sobre nuestro pueblo y carácter.
-De Las Palmas -seguía hablando Estévanez- Unamuno comienza por decir que “esta ciudad poco, muy poco tiene de interés para los que vamos buscando emociones que nos aren por dentro el espíritu”. Mezclando sus descripciones del paisaje, un tanto bucólicas y romanticonas, con sus reflexiones acerca de nuestro carácter, de las supuestas causas de nuestras divisiones internas y de las trayectorias políticas seguidas en esta tierra nuestra, analiza, en plan de especialista de esa nueva ciencia que se ha inventado el tal Sigmund Freud, nuestro supuesto aplatanamiento. Se plantea D. Miguel si será debido al clima, del que dice que puede ser “una de las principales causas, tal vez la mayor y más importante, de ese especial enervamiento de espíritu, de esa hemorragia nerviosa, que llaman aplatanamiento” para rematar su diagnóstico colonial añadiendo que “Yo, por mi parte, no creo que proceda del clima material o físico, sino más bien del clima moral, del estado de los espíritus”. No tiene suficiente con el diagnóstico, sino que nos da también el tratamiento terapéutico adecuado “El aplatanamiento, la soñarrera, se curaría merced a comunicaciones más rápidas, más frecuentes y más intensas, sobre todo más intensas con España y con el resto de Europa y con América”.
Al oír a don Nicolás no pude dejar de sonreír porque me parecía estar oyendo los argumentos para las rebajas de las tarifas aéreas que solicitaban ciertos supuestos nacionalismos canarios actuales que, desde luego, Estévez no conocía, según los cuales esa comunicación con España parece ser la panacea para todos los males de nuestra tierra, pero D. Nicolás no reparó en mi sonrisa escéptica y continuó con su relato.
-No se paró ahí don Miguel, y de nuevo me nombra directamente y, cómo no, arremetiendo de nuevo con la sombra de mi pobre almendro. Empieza por decir que, con “La Gloriosa”, la Revolución de septiembre del 68 que ayudé a traer, el pueblo canario despertó expulsando jesuitas, exclaustrando monjas o instalando en La Laguna una escuela libre de derecho. De nuevo recurro a mi memoria e intento ser textual: “Durante el breve período de la república los diputados canarios se comprometieron á proponer y sostener que el Estado (sic) de Canarias se subdividiera en dos Subestados, y, en el caso de que la comisión se opusiera a ello, que turnara la Dieta entre las islas de Tenerife y Gran Canaria. Lo firmaba, en primer lugar, don Nicolás Estévanez, el que como poeta tiene por patria la sombra de un almendro muy lejos del cual vive, y Don Fernando León y Castillo, nuestro embajador en París, y el actual gran cacique y amo político de esta isla. Con la Restauración volvió la soñarrera”.
-Desde luego –seguía diciendo, con cierto resquemor justificado, don Nicolás- lo que queda claro es que Unamuno prefería al Marqués del Muni, hasta el punto de que, al nombrarnos a los dos, nos trata a ambos de “don” solo que el del cacique monárquico lo pone con mayúscula y, en cambio, para el mío le sobra con minúscula. Debe ser que el cabeza del leonismo canario, además de señor casi feudal de media Gran Canaria, fue fundador del Partido Liberal Canario y, con el gobierno Sagasta, ministro de Ultramar, ministerio del que dependían todos los territorios ultramarinos españoles, Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Canarias, lo que le permitió manejar a su antojo los asuntos canarios, divisionismo provincial incluido.
* En La casa de mi tía por gentileza de Francisco Javier González