Un viaje al Parnaso - por Erasmo Quintana

 

 

Un viaje al Parnaso - por Erasmo Quintana *

En estos días he tenido la gran suerte de hacer un viaje en Crucero con la madre de mis hijos a la Cuenca del Mediterráneo. Maravilloso y enriquecedor el periplo. Partiendo de Barcelona, tuvimos  ocasión de visitar Roma, esa encantadora ciudad eterna y grandioso museo al aire libre, pues toda ella está plagada de majestuosos edificios del Renacimiento, así como de muchas esculturas -y grupos escultóricos-, en su mayoría originales.

He elegido como título de este comentario el poema de Miguel de Cervantes, “Viaje del Parnaso” (Parnasós, antiguo Monte de Grecia, consagrado a Apolo, y donde se hallaba el Oráculo de Delfos), que publicara en 1614, donde el príncipe de las letras se queja de la poca fortuna que tenía para componer versos; pero este trabajo suyo, sin embargo, se encargaría de poner de manifiesto que, en realidad, era una apreciación muy subjetiva. Su genialidad con las letras, rozando la polimatía, además de superior prosista, era sin duda también un gran poeta. 

El tiempo de crucero nos dio la oportunidad de patearnos Nápoles, Civitavecchia, Roma, Livorno (Florencia y Pisa), Séte (Francia), Mónaco, Montecarlo y Villefranche (Niza), la segunda ciudad más cara de Francia después de París. Aquí hay una anécdota bastante hilarante: Está compuesta en su mayor parte de gente jubilada, con un alto poder adquisitivo, por lo que era y es la máxima expresión del conservadurismo. A comienzos del s. XX, erigieron en su Plaza Mayor una gran fuente, coronado su centro con una estatua de Apolo desnudo. Esto dio ocasión a un fuerte revuelo de protesta ciudadana porque la consideraban indecente, ya que se estimaba que sus atributos eran muy exagerados. Hasta allí iría el autor de la escultura con buril en mano, para corregir lo que  consideraban abundante. Una vez corregida, como continuara la protesta, decidieron levantarla y llevarla a un apartado y oscuro rincón de los almacenes municipales. Ya en 2007, una vez acabadas las obras de soterramiento para la vía del metro que une el Aeropuerto del Puerto de mar, que pasa justo debajo de la fuente, volvieron a colocar la escultura de Apolo, esta vez sin ningún problema, y allí está, con toda su esplendente majestuosidad, y lugar preferido del visitante para hacerse el inevitable selfi. 

 

Roma cuenta con casi tres mil años de historia (fue fundada en el 753 a.C.) por los hermanos Rómulo y Remo, a los que alimentó una loba, procedentes del pueblo Etrusco;
éstos contaban con Oráculo y eran buenos arquitectos y agricultores. El Emperador Trajano introdujo el primer centro comercial del mundo. Originariamente Alba Longa fue una primitiva ciudad del Lacio, en los montes
Albanos, cabeza de la Liga Latina, que fuera destruida por el Emperador Augusto en mitad del s. VII a.C., habitada también por Vestales (jóvenes monjas), a las cuales se respetaban. Los
romanos tenían a gala ser descendientes del pueblo griego. Dondequiera que dirijamos nuestros pasos encontramos maravillosas obras de arte llenas de belleza y poesía. Por ejemplo, sus
fuentes, entre las que vemos la Fontana de Trevi, aportando gusto estético y musical, además de imprimir señorío y solemnidad a la ciudad. La película La dolce vita, en que Anita Ekberg se sumerge en su agua, la hizo más universal; tiene una leyenda que quien arroja una moneda de espaldas volverá
a Roma. Otro espectáculo de color y simbolismo religioso es la Capilla Sixtina donde hay frescos de Botticelli y Miguel Ángel. No es tan grande como me imaginaba, pero es una joya de belleza. Los puentes romanos sobre el río Tíber son numerosos, entre los que se encuentra el de Fabricio (62 a.C.), y el puente Viejo, único que quedó en pie en la II Guerra Mundial, porque los aliados se dieron cuenta de que si lo derribaban, los escombros seguirían permitiendo el paso de los carros de combate.  

Otro lugar que causa admiración al visitante es la Ciudad del Vaticano. Este es el más pequeño Estado del mundo con sus 4,4 km. cuadrados. La basílica de San Pedro, la más grande iglesia de la cristiandad, se alza donde el emperador Calígula hizo construir un circo y donde san Pedro sería torturado en el año 67. Es en la Edad Media cuando se construyó el
Estado Vaticano, llegando a extenderse a gran parte de la Italia central. En Pisa, después de admirar la inquietante inclinación de tantos kilos de mármol de Carrara -causa, según los entendidos, del peligro de caerse-, asistimos al  museo local, donde se puede admirar la belleza de arte y poesía que atesora. Allí se aprecia la virtualidad del trampantojo (trampa al ojo) en la bóveda de sus techos, adornados con rectilíneas y filigranas en relieve. Ello es lo que parece, pero no. Es solo pintura que engaña a nuestra mirada, técnica que prosperó más tarde por la necesidad de economizar las construcciones.

Con el séptimo sello, de Bergman, nos llegó el momento de rehacer maletas y estar el octavo día de nuevo en Barcelona, derechos al Aeropuerto de El Prat para coger nuestro vuelo a Gran Canaria. Ya a bordo del avión, recapitulamos, cayendo en la cuenta de que para ver todas las maravillas que atesora el vetusto Sacro Imperio Romano hay que estar como mínimo un mes. Muchos de los monumentos los vimos deprisa y corriendo, perdiendo de ellos incluso ese halo de magia que envuelve aquellas piedras milenarias. 

 

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Erasmo Quintana