Viajes y guías de viajes: Clavijo y Fajardo, Galdós - por Nicolás Guerra Aguiar
Viajes y guías de viajes: Clavijo y Fajardo, Galdós - por Nicolás Guerra Aguiar *
Por tanto, como ilustrado y pedagogo defiende la necesidad de los viajes pues el trato con las naciones le permitirá “al hombre que viaja” conocer legislaciones (“naturaleza y espíritu de las leyes” explican decadencias o éxitos), artes y ciencias, formas de gobierno… Así puede seleccionar lo más interesante, compararlo con lo impuesto en su país y desterrar lo dañino: “Los viajes dilatan con precisión las facultades del alma”…
Galdós lo hace de forma menos ordenada, más ligera, como crónica de viaje (sus observaciones sobre arte, escritores, comportamientos y mentalidades son inteligentes, rigurosas, y muestran extraordinaria cultura). No obstante el estilo algo descuidado, a veces es un placer su lectura, y traslada al anteayer…
Así, desde finales de los cincuenta (siglo XX) no resultaba extraño ver en Gáldar, junto a la escalinata de la iglesia, algún microbús cargado de chonis rigurosamente ingleses. Se trataba de la agencia de viajes Wagon Lits Cook cuyo edificio de la calle León y Castillo (obra del arquitecto José Sánchez Murcia) forma parte desde 2017 de una ruta turística arquitectónica editada por el Ayuntamiento capitalino.
Tan insignes viajeros llegaban con mapas de la isla y, anotadas a mano sobre la costa norteña, cuatro palabras: La Guancha, iglesia, drago. Una vez, a instancias del conductor (canario), acompañé a tres súbditos a la Cueva Pintada: algo habían leído sobre ella, estoy seguro. Caminamos entre plataneras (larga parada para fotos; asombro, perplejidades), sobre acequias… Al final del trayecto bajamos la escalinata que daba entrada al derroche policromado de sus paredes dominadas por geométricas figuras rojas, negras y suaves blancos… Pero eso sí: colores muchísimo más intensos que los actuales (¡y menos mal que escaparon!).
Les interesó la Cueva, bien es cierto. Yo la conocía desde los ocho o nueve años, pues estaba a tres pasos de mi casa y la visitaba con frecuencia como escapismo histórico y placentera visión. El monástico silencio interior solo era interrumpido por la monótona gota de agua que caía siempre sobre los mismos agujeros horadados al paso del tiempo…
Hoy acabo de leer el apellido Cook en un libro, conjunto de crónicas viajeras escritas por Galdós. Vienen a ser reproducciones de anteriores ediciones (1895, 1906 y 1928) actualizadas ortográficamente, corregidas las erratas “especialmente numerosas en los nombres propios”.
Galdós hizo senderos por razones culturales, amatorias, periodísticas y vitales para el conocimiento. Pongo un ejemplo: durante su estancia en París (solo tenía veintitrés años cuando llegó) tuvo la suerte de conocer la obra de Balzac. Fue tal el impacto producido por el insigne maestro de la novela realista que nuestro paisano abandonó momentáneamente el teatro y comenzó su periplo narrativo con La Fontana de Oro (1870).
Visitó y descubrió decenas de ciudades (Londres, Zúrich, Roma, Núremberg, Ámsterdam, Copenhague, Edimburgo…) y siempre llevaba en su bolsillo las guías de Baedeker, “libros inapreciables, modelos de imparcialidad, método y rectitud” visibles en la mayoría de los viajeros con que tropieza. La razón de su éxito es pura esencia alemana: dejan de lado adjetivaciones, admiraciones e impresiones personales para centrarse “en lugares y obras de arte que realmente merecen visita”. Las guías no descubren ni anticipan: simplemente guían.
También reconoce Galdós la facilidad de míster Cook -empresario establecido en Londres- para organizar excursiones a los “más remotos países” a través de los llamados billetes circulares: el viajero ahorra un elevado tanto por ciento sobre precios establecidos. Lo cual, por tanto, explicaría la presencia de chonis y micros de Wagon Lits Cook en Gáldar: todo llegaba organizado desde Londres.
Pero a la vez lamenta Pérez Galdós los grandes inconvenientes de lo que llama “viajes en caravana”, es decir, nuestros viajes organizados de hoy. Todo está rigurosamente enlazado: el rebaño se desplaza a toque de pito o alzada manual de bandera; fuerzan, además, a impertinentes fraternidades con personajes ridículamente chistosos, grotescamente parlanchines o aburridamente monótonos cuando manifiestan su yo, maldito el interés por sus gustos, opiniones o reacciones ante el camarero o el portero del museo. Para Galdós “Los expedicionarios que van en ellas se ven obligados a comer, a dormir, a divertirse con arreglo a un plan invariable […] siempre traídos y llevados de prisa y corriendo”.
Sin embargo, tengo la impresión de que nuestros viajes de hoy no van por tales ilustrados senderos: lo importante es el mayor número posible de fotos, decenas de autofotos para enviar sobre la marcha a familiares y amigos. Fotos donde se lee “Academia de…”, “Museo de…” sobre las cabezas de quienes posan con teatralizadas naturalidades: pura exterioridad. Lo único importante es demostrar que estuvimos allí… para la foto, claro.
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar