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viernes, 26 de abril de 2024 10:00h.

Islas desafortunadas

Islas desafortunadas - por Rafa Dorta


Cuánta razón puede meterse en folio y medio. Rafa Dorta, en dos viajes, nos restrega por los besos nuestra verguenza de no haber sabido aprovechar las condiciones de Canarias para mantener la estabilidad económica y de habernos estallado sin provecho ninguno la catarata de recursos que hemos recibido. Pero también nos dice que estamos a tiempo de romper "el círculo vicioso del inmovilismo" y aprovechar "la revolución de la información y el conocimiento"
 

La política de romería y carnaval generosamente difundida por nuestra deplorable televisión autonómica ha calado profundo en la forma de concebir el poder sobre los espíritus parranderos que configuran el mapa de la idiosincrasia canaria.

Mientras se abría la veda para que pudiéramos acceder a comprarnos bemeuves, mercedes y porsches gracias a nuestra rápida transformación en hábiles promotores inmobiliarios, cuando obteníamos el triple de lo que nos habían costado las viviendas al venderlas sin ni siquiera haber terminado la obra, pasábamos fines de semana en hoteles de lujo, frecuentábamos restaurantes caros, viajábamos continuamente, devorábamos los límites de las tarjetas de crédito y todo el etcétera del derroche consumista que nos era concedido; mientras esto ocurría, a ningún responsable de lo público ( político o técnico ) se le ocurrió la feliz idea de reinvertir el río de millones procedente de Europa que fluía incesante hacia nuestra ultraperiférica región, considerada como objetivo uno de las ayudas, en impulsar la creación de una prestigiosa escuela universitaria de hostelería y, digamos, aumentar el nivel de la formación convirtiéndola en referente mundial. Imaginemos por un momento a jóvenes de otros países realizando sus estudios en la reconocida especialización canaria que impartiría cursos y ponencias, organizando congresos sobre el estudio de las tendencias en cuanto a satisfacción de los clientes potenciales, implantación y desarrollo de los distintos modelos de destino, captación de mercados emergentes, diversificación de la oferta, y una asignatura aparte denominada estudio integral de los parámetros de calidad, a la que seguiría otra llamada, por ejemplo, análisis de marketing y rentabilidad económica de la industria turística, en la que Canarias seria ejemplo de rigor en lo que se refiere a la gestión eficaz del único negocio que, hoy en día, podría paliar de algún modo la actual dureza de una recesión económica que parece evolucionar hacia la depresión. De tal manera que de aquellos barros estos lodos de turismo barato y un servicio pésimo, degradando la calidad de nuestra imagen al ser percibidos como un lugar sin valor añadido.

Pero no señor, no se hizo tal cosa, ni tampoco pensamos en mejorar la formación profesional, o la calidad de nuestras infraestructuras educativas, o en los beneficios que nos reportaría trabajar la cultura en sus múltiples variables, pero no esa culturita de confianza a sueldo de los gobernantes, tan satisfecha de sí misma que vive encerrada en el ostracismo del que hay de lo mío y no me interesa nada ni nadie, salvo hundir cualquier iniciativa interesante por la envidia que precede al miedo a perder el monopolio de la mamandurria constante y sonante.

Ocupamos uno de los territorios con más horas de luz solar y de viento, y sin embargo, tampoco hemos planificado y desarrollado una estrategia basada en la progresiva utilización de energías limpias, esas aves exóticas, generando una excesiva dependencia de las fósiles, por no hablar de la casi nula soberanía alimentaria, en otro ejemplo sangrante de la ausencia de altura política para ejercer la protección de nuestra subsistencia ante un hipotético cierre temporal del suministro exterior. Bailamos inconscientes al son que nos marcan, pues tenemos mucha facilidad para olvidar las fragilidades que siguen estando ahí aunque las ignoremos, latentes como el silencio activo de nuestra naturaleza volcánica.

Así somos, el imperio de la mediocridad al servicio de las élites políticas y empresariales que llevan gobernando ésta tierra demasiado tiempo, en un perpetuo estado neo-caciquil del que aún no hemos conseguido despertar. Si nos encontramos ante una época de grandes cambios, no deberíamos dejar pasar la oportunidad de sentar las bases de una Canarias nueva, que deje de mirarse al ombligo y abandone de una vez por todas su recalcitrante complejo de inferioridad apostando por poner en valor la educación y la formación continua, y por un sistema electoral más democrático, también por la muy necesaria renovación de los líderes políticos.

Nuestra sociedad tiene el imperioso deseo de elegir a otras personas con capacidad para inyectarnos ilusión, políticos creíbles que nos hagan recuperar la sensación de que alguien nos representa, trabajando al servicio del bienestar y el progreso comunes, y no el de una panda de comerciantes del voto, tozudamente aferrados a su ambición de seguir perpetuándose en los sillones presidenciales.

Hay que romper el círculo vicioso del inmovilismo y adoptar un sentido más autocrítico. En ello nos va el feroz presente y la posibilidad de que nuestros hijos puedan labrarse un futuro en unas islas más afortunadas.

Si no aprendemos a alejarnos de la tradición endogámica que hemos heredado, seremos aún más ignorantes que nuestros antepasados analfabetos y perderemos el tren de la historia, pues todavía no nos habremos enterado de que nuestro mundo está inmerso en un siglo marcado por la revolución de la información y del conocimiento.