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sábado, 27 de julio de 2024 00:41h.

Pobreza infantil, alarma justificada - por Enrique Bethencourt

Enrique Bethencourt en LA TIRADERA señala la coincidencia entre las desafortunadas declaraciones de Wert (¿qué declaración de este tipo no lo es?) diciendo que las familias no aceptaban pagar las tasas universitarias porque se gastan los cuartos en otras cosas, y la publicación de datos de UNICEF que indican la pauperización de la infancia en España. Y aprovecha Enrique para llamarnos la atención sobre el hecho desafortunado de que en estas islas la tasa de pobreza es 12 puntos superior a la media del estado.

Es cierto que que en esa triste competencia del empobrecimiento de niños y niñas, Canarias está acompañada en la cola por Murcia y Extremadura. Pero yo recuerdo que lo doloroso de nuestro caso es que en todo, absolutamente en todo lo malo, Canarias, cuando no lidera la clasificación negativa, que es lo normal, entonces está en el podio. Siempre en uno de los tres peores puestos. Y Paulino, celebrando el Día de Canarias...

http://latiradera.wordpress.com/2012/05/29/pobreza-infantil-alarma-justificada/


Esta vez, Enrique nos sugiere escuchar "El niño yuntero", de Míguel Hernández, cantado por Víctor Jara o Mocedades. Y yo, abrumado por el cabreo, no voy a aportar imágenes, sino el texto del recordado asesinado de Orihuela.(y en rojo, para que se me note más). Porque nadie debe ignorar que entre los designios de la confabulación especuladora financoera internacional está tambié recuperar el trabajo infantil, los que no se hayan muerto de inanición, claro:

 

Poema El Niño Yuntero

 

de Miguel Hernandez




Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.