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Bucarest se tornaba inmensa cuando recorríamos sus anchas alamedas, la gente iba y venía de sus trabajos aquel verano del 87. Hacía frío cuando el día oscurecía antes de las seis de la tarde, jamás nos hicimos una idea de lo que era el comunismo, vimos situaciones que nos gustaron, otras no, fuimos incapaces en nuestra juventud de comprender que ningún sistema es perfecto, aunque la gente demandara cambios no eran conscientes de lo que se avecinaba.