Regresé al infierno de donde había salido con tanta ilusión. Me volvieron a someter con más ahínco a las mismas penurias hasta que me licencié, pero todavía quedaba una forma más de hacerme la vida imposible.
Nota de Chema Tante: He publicado este desgarrado relato testimonio de Ramón Armando León Rodríguez, no solamente por su extraordinario interés, político y humano; sino como mi humilde homenaje, en su persona, a tantas personas que ha sufrido la represalia por su resistencia y lucha contra el franquismo, sin que hasta ahora estén recibiendo en justa medida el merecido reconocimiento social.
En el franquismo la mili era obligatoria y cuando a un joven con antecedentes políticos de izquierda le tocaba hacer el servicio militar, era como una “oveja en medio de una manada de lobos”.
Mientras todo esto sucedía, me encontré con el camarada Juan Luis Betancor Ojeda. Juntos habíamos peleado contra el franquismo y ahora estábamos en las mismas circunstancias, en el ejército. Me dijo que no resistía tanta represión y persecución y me propuso desertar, pero le dije; eso conduce a una perpetua huida y a estar escondido mientras dure la dictadura. Él hizo caso omiso a mi advertencia y se fugó del cuartel. Largo tiempo después le volví a ver, yo había cumplido el servicio militar y él seguía en busca y captura. Había huido a Alemania, volvió para ver a su familia y desapareció.
Cuando llegué al Puerto del Rosario me incorporaron al Regimiento de Infantería nº 56, segundo batallón y primera compañía (Plana Mayor de Mando). En este regimiento la mayor parte de los mandos eran legionarios y paracaidistas el resto de los mandos eran oficiales díscolos, de comportamientos turbios, que habían sido desterrados.
La instrucción militar consistía, en gimnasia, desfile y manejo de armas, la mayor parte del adiestramiento era con fusil, (Mosquetón Máuser de 1916). Los instructores eran soldados veteranos que habían hecho el periodo de instrucción en reemplazos anteriores, el comportamiento de estos veteranos con los reclutas era durísimo, en especial un cabo primera, que nos trataba como si fuéramos basura.
El tiempo pasó, y me presenté en la Caja de reclutas ubicada en la calle Reyes Católicos del barrio de Vegueta en Las Palmas de Gran Canaria. Las oficinas estaban situadas en una casa antigua de dos plantas, el piso y el techo eran de madera, igual que la escalera que daba a la primera planta.
Cuando llegamos al aeropuerto de Gran canaria, esperábamos algún recibimiento, que algún camarada nos estuviera esperando para trasladarnos a nuestros respectivos domicilios, pero no apareció nadie. Llamé por teléfono a casa de mis padres, desde la otra línea escuché la voz de mi progenitor, le expliqué la situación y me contestó que no podía porque estaba viendo un partido de fútbol y cortó.
La libertad. Un maravilloso día, el 20 de abril de 1971, Manuel Vizcaíno Reyes y yo salimos en libertad. No recuerdo si llovía, estaba nevando, hacía sol o caía una tormenta. Lo importante era la libertad.