Firmas
Agaete en los caminos sinuosos del olvido - por Francisco González Tejera
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Cuando el obispo Pildain estaba sentado solemne en la silla de madera de tea en la plaza de San Pedro, las fieles se le acercaron en fila de una, las dos mujeres enlutadas de la “Vecindad de Enfrente”, casi en un susurro, le pidieron que velara por los que estaban siendo detenidos y asesinados por los falangistas.