De la mism manera que la gran banca y las multinacionales se aprestan ahora al negocio de la ecología (mientras siguen destrozando el planeta), Los gobiernos del mundo, maestros del cinismo oportunista, se empiezan a llenar la boca con los discursos de la sostenibilidad. Eso sí, no vinculantes, para poder arramblar con los votos sin irritar a los empresarios patrocinadores financieros. Ahora el tema estrella son las renovables. Nos dicen "No se preocupen, eliminaremos el carbono, con el aire y el viento". Pero se callan que eso no es sino una verdad a medias que, como dice el acertado tópico, es la peor de las mentiras. Sin las renovables, es cierto, no podemos sobrevivir. Pero solamente con las renovables, tampoco. Porque el problema a resolver es el bellaco derroche de energía, que no hay manera de cubrir. De esto habla, asunto del nuevo saludo inane que significa la declaración parlamentaria británica, Pedro Prieto en 15 15 15, en un artículo que señala y comenta Federico Aguilera Klink. Y, por cierto, no dejaré de recordar que el profesor Aguile lleva años clamando por este problema. De manera que renovables sí, como no, pero, sobre todo ahorro, contención y mesura en el consumo de energía. Claro que de esto no hablan los gobiernos, porque resta votos; ni las empresas, porque quita perras. Por ejemplo, pregunto yo, Chema Tante ¿cuánta energía se consumió para que el desdichado paracaidista  abanderado terminara guindado de la farola? Y eso no es más que un ejemplo, una chispita de la tremenda fogalera constantemente prendida para nada y cosa ninguna.

Recordarán ustedes las maneras en que la jerarquía de la iglesia católica ha justificado, a lo largo de la historia, las más dolorosas torturas y los crímenes, sea de la Inquisición, del absolutismo o del franquismo. Esa máxima diabólica del "Dios lo quiere", con que los hipócritas sepulcros blanqueados han traicionado las enseñanzas de su Dios, que exhorataba al amor al prójimo. Fernández Díaz, ministro del Interior es un beato numerario del Opus Dei, un tipo conocido por su ardor confesional. Y, como toda la gente de su secta, un sujeto que no tiene ni idea de la bondad que impregna la doctrina cristiana.