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lunes, 06 de mayo de 2024 03:33h.

“Tener la cría muerta” - por Adolfo Padrón Berriel

El argot popular canario, como el de todos los pueblos, ha sabido preservar múltiples expresiones que, de manera sabia y a la vez concisa, resultan perfectas para explicar acciones, rasgos y actitudes propios de la más profunda condición humana. Expresiones que son capaces de resistir el paso del tiempo, sin perder ni un ápice de sencilla, pero certera elocuencia, porque hay cosas que no cambian fácilmente y en muchas ocasiones, “no aprendemos ni a palos”. 
Decir de alguien que “tiene la cría muerta” es referirse a su indolencia a la hora de reaccionar, a su exasperante “pachorra” frente a situaciones y problemas que, a juicio de quienes lo observan,  requerirían una actuación inmediata  y concluyente, la que cabría esperar de todo aquél que “tenga sangre en las venas”.  


 
“Tener la cría muerta” - por Adolfo Padrón Berriel. Miembro de co.bas-Canarias y de Canarias Por La Izquierda-Si Se Puede.
 
El argot popular canario, como el de todos los pueblos, ha sabido preservar múltiples expresiones que, de manera sabia y a la vez concisa, resultan perfectas para explicar acciones, rasgos y actitudes propios de la más profunda condición humana. Expresiones que son capaces de resistir el paso del tiempo, sin perder ni un ápice de sencilla, pero certera elocuencia, porque hay cosas que no cambian fácilmente y en muchas ocasiones, “no aprendemos ni a palos”. 

Decir de alguien que “tiene la cría muerta” es referirse a su indolencia a la hora de reaccionar, a su exasperante “pachorra” frente a situaciones y problemas que, a juicio de quienes lo observan,  requerirían una actuación inmediata  y concluyente, la que cabría esperar de todo aquél que “tenga sangre en las venas”.  
 
El caso Bárcenas,  the Barcena´s gate, debería haber supuesto la gota que colma el vaso en la capacidad de aguante de una sociedad sometida a una implacable tortura física y sicológica durante los últimos años. Tortura física, que llega a matar, a veces de hambre,  a veces por abandono, en demasiadas ocasiones  lapidando el alma misma de tantas y tantas personas que han sido despojadas de la honra de ganarse el sustento, o de la dignidad que genera disponer de un techo. Tortura sicológica, porque han jugado, siguen haciéndolo, con la fuerza del miedo, repartiendo la culpa, trasfiriendo impotencia, secando la vista y aturdiendo cerebros con fulleras maniobras: “ahora lo ves, ahora no lo ves”; “toca sacrificio, pero ya se huele el maná que cae del cielo. Perdonen, fue un error, la luz del final del túnel aparecerá, sin duda, tras el próximo recodo. Tenemos claros indicios, pero necesitamos más tiempo, …”. Es la “doctrina del shock” que denunciaba Naomi Klein y funciona, ¡vaya que si funciona!
 
Cuando el PP tomó el relevo en la tarea de socavar el estado social y de derecho; cuando recogió el testigo, con exultante entusiasmo, en la imperiosa misión de empobrecernos y laminar nuestros derechos más básicos; cuando se ofreció, con la convicción de un cruzado, a aniquilar nuestros servicios públicos y entregarlos al “business plan” de los mercaderes; …; Juró, solemne: “Se acabó la fiesta”.

Los hechos vienen a demostrar que, mientras para la inmensa mayoría ese juramento se  tradujo en una renuncia impuesta a las migajas que caían a los pies de las mesas, para unos pocos ha significado barra libre y bacanal.

 La fiesta de los duques “em-palma-dos”, de los sobresueldos a discreción,  de la compra-venta de voluntades, de la financiación ilegal de partidos, de la corrupción como mal endémico, del desvío de fondos a paraísos monetarios y de las amnistías fiscales, …, se nos va desgranando por capítulos en los diarios. Leemos, escuchamos, comentamos y, …, nos sentamos a esperar nuevas noticias, como quien se engancha a un serial de sobremesa –aprovechando para echar la siesta y abriendo el ojo de vez en cuando por si hoy toca que pillen al malo-.
 
En cualquier país “civilizado”, democrático, máxime con la que está cayendo sobre el común de los mortales, por mucho menos se produciría una hecatombe política, pero como dice Jordi Évole: “En España, dimitir, es un nombre ruso”.  Sin embargo lo extraño, lo que deja perplejo a más de un observador internacional no es que este gobierno se haga el sueco y pretenda solucionar “el problemilla” acudiendo al desgastado argumento de la presunción de inocencia, hablando de conspiración, prometiendo auditorías o amenazando con querellarse a diestro y siniestro. Lo que causa asombro es que no reaccionemos, masivamente, exigiendo la inmediata revocación de un gobierno, ya deslegitimado por el flagrante incumplimiento de su programa electoral y por su manifiesta renuncia a representar la soberanía popular depositada en él a través de las urnas y que ahora se muestra absolutamente desacreditado para sostener las riendas del estado.
 
A estas alturas, esperar pacientemente el desenlace de la trama resulta masoquista y nos convierte, de paso, en pusilánimes consentidores, especialmente a las organizaciones políticas que, teniendo la posibilidad de organizar y liderar la necesaria respuesta social, se limitan a observar como los acontecimientos mejoran sus expectativas  en intención de voto y consideran, por ello, que es bueno esperar. Bueno, ¿para quién? Cabe preguntar.
Tal vez sea cierto que “tenemos la cría muerta”.
 
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