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sábado, 04 de mayo de 2024 13:06h.

Algunas cuestiones lingüísticas- por Nicolás Guerra Aguiar

   Cuando Miguel de Cervantes Saauedra determina “sacar a la luz” EL INGENIOSO HIDALGO DON QVIXOTE DE LA MANCHA, lo hace “al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia” el Duque de Béjar. Además, en la edición que manejo hay un texto anterior que autoriza y viene firmado por YO EL REY, transcrito por Juan de Amezqueta.

Algunas cuestiones lingüísticas- por Nicolás Guerra Aguiar

   Cuando Miguel de Cervantes Saauedra determina “sacar a la luz” EL INGENIOSO HIDALGO DON QVIXOTE DE LA MANCHA, lo hace “al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia” el Duque de Béjar. Además, en la edición que manejo hay un texto anterior que autoriza y viene firmado por YO EL REY, transcrito por Juan de Amezqueta.

   Como se trata de otros tiempos más recargados, la referencia al rey Felipe III (y no cometo infracción lingüística al usar la minúscula) era menester que destacara: debía ir con mayúscula (YO EL REY). Y, por supuesto, en lugar preferente, sobre la firma del escribano. Por tanto, el nombre de este aparece a marcada distancia de la rúbrica real. Y por lo que afecta a la ortografía, no existían veintitantas instituciones de otros tantos países aunadas bajo el denominador común de Academias de la Lengua Española las que hoy, por fin, han sustituido el monopolio que ejerció durante años la RAE.

   Una de sus tantas y urgentes actuaciones fue la ampliación del Diccionario, en el cual se incluyeron miles de americanismos, por ejemplo, y  aparecen castellanizadas voces extranjeras; se simplificaron el uso de la lengua, de mayúsculas; se racionalizaron las acentuaciones gráficas… Entre las anteriores, las normas de Ortografía sobre títulos y cargos: rey, princesa, duque, ministro… deben escribirse con minúscula aunque los acompañen nombres propios. Así, “Felipe VI, el nuevo rey, tomó posesión de la herencia paterna”; “el  duque de Béjar”... Sin embargo, me llamó la atención el BOE del pasado martes en una de cuyas secciones se lee: “[…] Vengo en nombrar Jefe de Mi Casa a don […]”. Firma: FELIPE R. (mayúscula), lo cual puede llevar a una confusión, que la R. sea la inicial de un segundo nombre.

   Pero, además, dos detalles anacrónicos: uno, entre el nombre de Felipe y el del presidente del Gobierno se mantiene el marcador espacio en blanco (un par de líneas) para que se note quién es el que manda, como en el caso del Quijote. Dos: otra ridiculez mayúscula es la construcción  “nombrar Jefe de Mi Casa. ¿A santo de qué la mayusculización del cargo (Jefe) y del posesivo Mi, referido este a la primera persona? ¿Y por qué Casa? Porque si lo que pretenden con tal ñoñez es que se recuperen las viejas tradiciones de siglos extemporáneos, podrían empezar con un rotundo y marcador Nosotros (normalmente Nos), aquel plural mayestático que indica poder, dignidad, como sustituto de la primera persona del singular, yo. Fue muy común cuando le hablaban a la plebe mientras los palaciegos doblaban la cerviz en la reverencia y ellas (ambos en señal de sumisión) cambaban la rodilla, sumisos y ridículos saludos.

   Leo también frases como “Los Reyes, Don Felipe VI y Doña Leticia…”. No se trata de publicaciones vinculadas a cotilleos, aquellas de regia estructura comercial que venden a la inmensa masa lectora reportajes fotográficos sobre vestimentas femeninas en actos oficiales. Por eso me llama la atención el incorrecto uso que hacen de la ortografía, salvo que los autores de los textos asuman su condición de vasallos, tributarios o siervos, ante la cual me callo. Pero aquellos periodistas saben –a fin de cuentas, informan con la lengua escrita- que, en español, Don y Doña (con mayúscula) se reservan para nombres propios como Puebla de Don Fadrique (municipio granaíno) o Don Quijote. (Y estoy seguro de que la vieja Celestina, por su trascendencia literaria, hubiera recibido el Doña en caso de haber ejercido otra profesión. Pero se apuntó a puta.) Y también se escribe con minúscula el obsoleto y trasnochado tratamiento de Su Alteza Real (la princesa de Asturias, por ejemplo).

   En otro estadio lingüístico, las tan frecuentes palabras inglesas para las cuales nuestro riquísimo idioma tiene, en la mayoría de los casos, sustitutos. Así, por ejemplo, me acaba de entrar el anuncio de una compañía aérea. Oferta, como ya lo viene haciendo desde hace años, que desde casa imprimamos la tarjeta de embarque con reserva de asiento incluida: es el Check-in online. Pero llama la atención sobre algo revolucionario y, según ella, original, novísimo, de primera implantación al menos en Europa: el  My BagTag (la facturación de la maleta, también desde casa). La primera construcción ya está impuesta… en inglés. La segunda, seguramente más de lo mismo. ¿Debilidad del español o internacionalización de los españoles?

   Ofrece también la lengua el símil o comparación (cabello de oro), aunque a veces deja de ser embellecedor. Así (al decir de canariasahora), la señora Montelongo, doña Águeda, afeó su vestimenta -con intencionalidad nada bucólica- a un concejal majorero: “Vistes como un pastor”. Pero el interfecto le soltó un “Yo no me meto contigo si llevas las bragas meadas”. (¿No hubiera sido más elegante, acaso, “el calzón impregnado de aguas menores”?) Pero la tal señora, quizás llevada por un pronto de rebeldía de su anteayer juvenil, usa en el Parlamento canario una construcción nada lírica: “¡Monta el pollo [poyo], Fernando!”, reclamó a un coleguilla. Si la señora supiera que tal secuencia es más bien ruda y nada palaciega, quizás hubiera sopranado, cual la señora Castafiori en aventuras de Tintín, algo así como “¡Ferdinand, ciceroniano disertador, desestabiliza lingüísticamente al contrincante!”.

  Y como las lenguas se transforman, y aparecen neologismos, sirva como ejemplo el cartel de un apartamento turístico: ruega que no tiren el papel higiénico al retrete para “evitar havarias de la tuberia”. La tal voz “havaria” no figura en el Diccionario Básico de Canarismos, pero se podría incluir como ‘enfermedad en las tuberías retretiles gracioseras’. Aportación que enriquece, claro. Aunque hay fuerte contradicción: se mantendrá limpio el W.C. pero, ¿se imaginan un pastuño caquil “al cubo” (pastuño caquil3), tal como recomienda la proclama empresarial del cartelito: “Por favor, pongan TODO al cubo”?