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viernes, 26 de abril de 2024 01:00h.

La casta: Oligarquía, y caciquismo en la España ‘democrática’ - por Federico Aguilera Klink

"Las descalificaciones e insultos que está recibiendo Podemos desde que se conocieron los resultados del 25 M muestran con claridad el tipo de democracia en el que estamos instalados. No se utilizan argumentos para debatir las propuestas de Podemos sino que se insulta directa e impunemente..."

La casta: Oligarquía,  y caciquismo en la España ‘democrática’ - por Federico Aguilera Klink

Las descalificaciones e insultos que está recibiendo Podemos desde que se conocieron los resultados del 25 M muestran con claridad el tipo de democracia en el que estamos instalados. No se utilizan argumentos para debatir las propuestas de Podemos sino que se insulta directa e impunemente. Son tantos años acostumbrados a actuar de esta manera que ya sale automáticamente el ‘programa democrático aceptado’. No nos van a enseñar estos a nosotros qué es democracia, nuestra democracia, parecen estar diciendo los que insultan. Y es que, acostumbrados a transmitir el mensaje de ‘prohibido ver lo evidente’, como señaló El Roto hace años, ahora se molestan cuando la gente empieza a ver con claridad lo evidente y a reconocer lo que hay, ‘Ya no se creen las mentiras: Así no se puede gobernar’, nos volvió a mostrar también El Roto hace muchos años. Y en eso estamos, dejando de creernos las mentiras, claro, y así es cierto que no se puede gobernar como siempre se ha hecho en esta farsa de democracia……………por eso arrecian los insultos e intimidaciones para no ver lo evidente y para que sigamos creyéndonos las mentiras.

Lo que hago en este artículo es incluir e ‘hilar’, por orden cronológico, algunos textos con muchos años encima, e incluso algún siglo de antigüedad, que muestran con claridad situaciones similares a la que estamos viviendo y que siguen sin ser erradicadas, algo imposible si no existe un proceso cultural que transmita que la democracia es algo que afecta principalmente al ser humano pues sin individuos razonablemente democráticos, dispuestos a enfrentarse al caciquismo disfrazado de democracia, es imposible construir sociedades razonablemente democráticas. El reto sigue pendiente.

El primer autor que transcribo es Benito Pérez Galdós que no sólo es un grandísimo escritor sino un excelente observador del ser humano y de la sociedad. En ‘La desheredada’, escrita en 1881, Pérez Galdós habla de ‘la casta’, no de manera tan explícita como la usa Podemos pero sí de una manera muy clara. En un diálogo entre Isidora y Juan Bou, este último afirma:

“Es cosa que aterra el pensar todo el sudor del pueblo, todos los afanes, todas las vigilias, todos los dolores, hambres y privaciones que representa este lujo superfluo. Eso es; el pobre obrero se deshuesa trabajando para que estos holgazanes se den la buena vida en estos palacios llenos de vicios y crímenes, sí, de crímenes, no me arrepiento de lo dicho. ¡Maldita casta!”.

Por otro lado, en “La fe nacional y otros escritos”, publicado en 1912, hacía un diagnóstico muy actual que sigue siendo válido. "Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el Poder son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos... Tendremos que esperar como mínimo 100 años más para que en este tiempo, si hay mucha suerte, nazcan personas más sabias y menos chorizos de los que tenemos actualmente”. (Agradezco a César Rodriguez este texto).

El segundo autor es Joaquín Costa, tan conocido como ignorada la actualidad de su trabajo para diagnosticar de dónde venimos y dónde estamos. Su texto ‘Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España’, escrito en 1901, es tan ‘evidente’ en esta ‘democracia’ que uno se asusta de lo poco que hemos avanzado en la consolidación de la misma y en la ruptura de esas estructuras caciquiles y oligárquicas, reforzadas desde el exterior pero firmemente apuntaladas por los propios partidos ‘mayoritarios y autonómicos’ cuyos intereses son similares.

“Yo tengo para mí que eso que complacientemente hemos llamado y seguimos llamando <partidos>, no son sino facciones, banderías o parcialidades de carácter marcadamente personal, caricaturas de partidos formadas mecánicamente, a semejanza de aquellas otras que se contituían en la Edad Media y en la corte de los reyes absolutos, sin más fin que la conquista del mando y en las cuales la reforma política y social no entra, de hecho, aunque otra cosa aparente, más que como un accidente, o como un adorno, como insignia para distinguirse o como pretexto para la pluralidad….pudiendo  por tanto aplicarse a la morfología del Estado español la siguiente definición que Azcárate da del caciquismo: <feudalismo de un nuevo género, cien veces más repugnante que el feudalismo guerrero de la Edad Media, y por virtud del cual se esconde bajo el ropaje del Gobierno representativo una oligarquía mezquina, hipócrita y bastarda…>”.

“No es nuestra forma de gobierno un régimen parlamentario, viciado por corruptelas y abusos, según es uso entender, sino, al contrario, un régimen oligárquico, servido, que no moderado, por instituciones aparentemente parlamentarias… O, dicho de otro, no es el régimen parlamentario la regla, y excepción de ella los vicios y las corruptelas denunciadas  en la prensa y en el Parlamento mismo durante sesenta años; al revés, eso que llamamos desviaciones y corruptelas constituyen el régimen, son la misma regla”.

El tercer autor es Manuel Azaña, cuya capacidad de observación era también espléndida y cuya lectura nos vuelve a permitir entender mejor dónde estamos y en qué consiste esta democracia tan evidente y tan poco democrática que no quieren que veamos.

“…sería equivocado afirmar que por tener una ley de sufragio universal y un Parlamento y un jurado, vivimos en democracia….¿Qué son nuestras costumbres electorales? Un padrón de ignominia; y el Parlamento  que  nace  de ellas ¿qué puede ser? Un escenario de la vanidad y de la nulidad, de la impotencia y de la mojiganga; una costra que encubre una llaga; un lugar donde se dicen frases pomposas que nadie cree; donde se ejercita la función soberana de disponer de vidas y haciendas, a espaldas de un pueblo ausente y olvidadizo, donde la tarea de aplicar los recursos extraídos  del trabajo colectivo se convierte en una francachela, en un desatamiento de todas las codicias, donde el sudor nacional sirve para sostener los vicios y las lujosas vanidades de unos pocos privilegiados. Y nuestros partidos de gobierno no son más que unas cuantas familias que viven acampadas sobre el país, presidiendo esta orgía, transmitiéndose de generación en generación, de nulidad en nulidad, los grandes puestos, con una impudicia execrable, que toman en boca los nombres de patria, justicia y libertad para sostener la mentira sin que se quemen sus labios…” (La reforma del Estado 1911).

“Y esto ha sido posible y se mantiene, porque esas clases llamadas directoras no se contentan con su actual usurpación, sino que han tratado siempre de conservarla para mañana y han matado todo impulso generoso o sembrando el escepticismo y la desconfianza en el corazón del pueblo. De este modo, a ese pueblo que debiera ser su juez, lo han hecho su lacayo” (La reforma del Estado 1911).

“España es un país gobernado tradicionalmente por caciques. En esencia, el caciquismo es una suplantación de la soberanía, ya sea que al ciudadano se le nieguen sus derechos naturales, para mantenerlo legalmente en tutela, ya que, inscritos en la Constitución tales derechos, una minoría de caciques los usurpe, y sin destruir la apariencia del régimen establecido, erija un poder fraudulento, efectivo y omnímodo, aunque extralegal. En ambos casos, la injuria contra la personalidad humana es la misma” (Caciquismo y democracia, 1923).

“Una cosa es la oligarquía parlamentaria y burocrática, a sueldo de la gran oligarquía de traficantes que constituye el tronco de nuestro cuerpo político, y otra la mesnada de reyezuelos aldeanos que guarnecen el suelo nacional. Se sirven mutuamente; en rigor,  podrían existir la una sin la otra. Basta el gobierno de partidos para engendrar la oligarquía parlamentaria; y en otros países, donde el pueblo es menos indiferente o está menos aterrorizado por los caciques que en España, la oligarquía, afianzada en los grandes monopolios, existe”. (Caciquismo y democracia, 1923).

“La democracia que sólo instituye los órganos políticos elementales, como son los comicios, el parlamento, el jurado, no es más que aparente democracia. Si a quien se le da el voto no se le da escuela, padece una estafa. La democracia es fundamentalmente un avivador de cultura”. (Apelación a la República 1925).

Termino con un escritor y político más reciente, Pedro Lezcano, que fue diputado autonómico en Canarias y que al recibir el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria en 2001, leyó un discurso del que destaco los siguientes párrafos.

“Durante el cuatrienio de la legislatura jamás desde la tribuna pude ver a ninguno de los sesenta diputados convencer a otro miembro de la cámara con sus argumentos. Ni un solo orador hizo variar jamás los criterios fijados de antemano por el clan dirigente….Y a la hora de abandonar el Parlamento me llevé la vergüenza de haber contribuido a un largo, complicado y costoso engaño a la ciudadanía. Pues por aquella sala fastuosa habían pasado temas muy importantes para el pueblo: leyes transformadoras de nuestra sociedad, reformas educativas, normas sanitarias y económicas, la misma integración de nuestra economía en el mercado común europeo. Y ningún tema, absolutamente ninguno, había sido auténticamente contrastado por un debate serio y necesario. Todo respondía a un guión previsto y a consignas fijadas de antemano. ¿Para qué entonces una farsa tan triste?

Claro que allí se podía hablar –no en vano era un Parlamento-, se permitía hablar con tiempos bien medidos. Se autorizaba a hablar; pero lo que estaba rigurosamente prohibido era escuchar. Los largos parlamentos individuales  no eran sino discursos paralelos para la galería, sin conexión entre sí, en una moderna y monstruosa Babel concertada. Sólo había un problema en las sesiones públicas: la televisión que en ocasiones  era testigo de la farsa. Y a veces esta farsa no resultaba nada convincente. Entonces se recurría a conciertos espurios llamados ‘negociaciones’. En ninguna otra esfera que no sea la política se oye tanto el término ‘negociación’, ni siquiera en los recintos mercantiles de la compraventa. Se negocia, se trueca una idea a cambio de otra, se acepta esta conclusión si se aprueba también aquélla otra. Y los argumentos intercambiables no tienen entre sí parentesco alguno: es posible saldar una enmienda sobre los presupuestos a cambio de la ley protectora de animales. Y todo este sainete de sus Señorías resulta interminable, inútil, grotesco y gravoso”.

Podemos es consciente de esta farsa, nos la está mostrando, ayuda a ver que muchas personas llevamos tiempo viéndola y sirve de ‘espejo’ a los que se benefician de ella, algo que estos beneficiarios no pueden aceptar (recuerden el ‘ya no se creen las mentiras’), no hay nada peor que hacer de espejo, incluso sin proponérselo, a pesar de todo el empeño que ponen los que se ven en ese espejo para distorsionar la imagen, para que sigamos creyéndonos las mentiras y para no ver lo evidente. Insultar y descalificar, pueden servir para intimidar y para tratar de desviar la atención pero también para que cada vez más personas se pregunten por qué tanta saña con Podemos, con tantas personas que intentan hacer una democracia más cotidiana y más ‘demócrata’, poniendo la economía al servicio de las personas y no al revés, para que la política pública sea, efectivamente, política al servicio del interés colectivo y no de algunos intereses privados.

Y es que, como explicaba en sus “Lecciones sobre jurisprudencia” ese lúcido pensador que fue Adam Smith, al que ahora muchos calificarían de ‘populista’,”Las leyes y el gobierno se pueden considerar, en todos los casos, como un arreglo de los ricos para oprimir a los pobres y preservar en su favor la desigualdad de bienes que, de otro modo, sería pronto destruída por los ataques de los pobres”. Por eso, para el también ‘populista’ Bent Flyvbjerg, profesor de economía de la Universidad de Oxford, “La política pública –para que merezca ese nombre- presupone una noción de bien público. Cuando esta noción es secuestrada, es la propia política la que está secuestrada. En lugar de ella, lo que tenemos es uno de los mayores socavamientos de la democracia: la institución pública usada para el beneficio privado. Cualquier sociedad que quiera mantenerse como tal tendrá que prevenir dicho secuestro y restaurar la distinción fundamental entre el bien público y el interés privado”. Algo tan sencillo y tan elemental como eso es lo que, desde mi punto de vista, es desconsiderado, descalificado e intimidado como ‘populista e inaceptable’.