Buscar
miércoles, 08 de mayo de 2024 00:15h.

La cosa va de urgente renovación, sospecho - por Nicolás Guerra Aguiar

    Si viviéramos en el siglo XIX, cuando el Romanticismo como filosofía y pesimismo dominó en Europa y América, podríamos recurrir al azar, al hado, al sino o acaso al destino para justificar el arrollador triunfo de Ciudadanos en Cataluña y, tal intuyo, en las próximas elecciones de diciembre.

La cosa va de urgente renovación, sospecho - por Nicolás Guerra Aguiar *

    Si viviéramos en el siglo XIX, cuando el Romanticismo como filosofía y pesimismo dominó en Europa y América, podríamos recurrir al azar, al hado, al sino o acaso al destino para justificar el arrollador triunfo de Ciudadanos en Cataluña y, tal intuyo, en las próximas elecciones de diciembre.

   Sin embargo, en aquella tierra catalana no hubo casualidades ni hechos fortuitos. Aunque Ciudadanos nació para ocupar un espacio en la izquierda no nacionalista, lo cierto es que la mayor parte de sus votantes procede del PP. Ciudadanos utilizó inteligentes estrategias, racionales tácticas, aparente versatilidad ideológica, arrolladora juventud cargada de rigores y directa comunicación con el español de a pie. Por tal razón este le dio su voto y se lo negó al señor Rajoy y a su candidato de radicales planteamientos.

   Por tanto, de los distintos significados que en español tiene el verbo “renovar” me quedo con la cuarta acepción (‘Sustituir una cosa vieja, o que ya ha servido, por otra nueva de la misma clase’) para entender la victoria de Ciudadanos. Pero quede constancia de que esta renovación no implica un cambio de 180 grados, ni mucho menos. Traduce, simplemente, el relevo de un planteamiento ya trasnochado por otro más innovador sin que ello implique, por supuesto, propósitos revolucionarios. Y eso es, exactamente, lo que ha sucedido en Cataluña: Ciudadanos sustituye al Partido Popular sin aspavientos ni alteraciones o insurrecciones. Algo así como una puesta al día de los tiempos que corren, una adaptación, acaso pacífica transición.

   Sin embargo, hay diferencias notorias. De una parte, Ciudadanos expone Ideas, pensamientos, actuaciones. El PP que impone el señor Rajoy es aburrida reiteración. Ciudadanos significa renovación generacional; el PP representa el pasado muy lejano, acaso el milenio anterior. Por el momento no hay corrupción entre aquella juventud; el PP del señor Rajoy camina sobre fangos y escabrosos antecedentes que, incluso, llega a verlos como algo natural. Así, cuando le preguntaron al señor presidente por unos supuestos chanchullos del PP contra Hacienda, dijo: “Pues pagamos, y ya está”. Y no se hizo el harakiri, ni se disculpó, ni reclamó la horca moral para sus responsables. Perplejante.

   No yerra el PP cuando define a Ciudadanos como “partido del espectro ideológico del centro derecha de carácter nacional". Pero hay, insisto, diferencias entre ambos. Ciudadanos siembra ilusiones, éticas y prudencias a votantes conservadores; el PP, decepciones y frustraciones. La arrolladora juventud de los primeros sabe de puestas al día; habla idiomas –ha leído en ellos, ha estudiado en ellos-; conoció Europa con Erasmus y mochilas, con 500 euros para el mes; discutió con jóvenes europeos de tú a tú, y el siglo XX español es para ellos el milenio anterior.  

   En sus inicios fue de izquierdas, sí; pero hoy se nutre fundamentalmente del centro - derecha: el siglo XXI, con el profundo cambio experimentado en el pensamiento, los hizo consumistas, como a casi todos, y en absoluto radicalmente comprometidos con los demás. De este partido, pues, no podemos esperar revoluciones sociales ni levantamientos proletarios. Tiene, además, bien clara su estrategia económica: el liberalismo, aunque en conversaciones privadas con exalumnos descubro que son críticos con los abusos de la Banca, de muchos empresarios explotadores; se oponen a la semiesclavitud dominante en tierras del Occidente pues la sufren en ellos, hermanos, amigos... (Otra cosa es lo que vendrá después.)

   En definitiva, Ciudadanos viene a ser el producto de anquilosamientos, posturas intransigentes, concepciones ultraconservadoras de la vieja guardia psocialista y pepera, convencidas ambas de que el partido es suyo porque el partido son ellas. Y de ellas forman parte sus más nefastos componentes: quienes profesionalizaron su militancia y hoy son simples silencios sin ideas en cuanto que viven del cargo que les asignen desde arriba. Personas que desconocen la justificada y necesaria crítica hacia el poder en cuanto que dependen del dedo que los designe para una lista al Senado, al Parlamento, a la alcaldía… (Eche un vistazo, estimado lector, a su alrededor: ¿a cuántos conoce sin profesión manifiesta y que cobran nominilla por un cargo político mientras halagan a quien impone los nombres?) Eso lo sabe el señor Rajoy. Y se satisface con las bocas cerradas de quienes lo critican sin palabras manifiestas. Aunque saetas, dardos y flechas envenenadas de palabras hieren hoy soberbias y torpezas: el señor Aznar, por ejemplo, jactancioso y sobrehumano, casi divino a la manera del señor González, no esconde satisfacciones ante el fracaso de su digitado.

   Sucede lo mismo entre los psocialistas. En Canarias, por ejemplo, CoATIción los somete día a día con burlas, traspiés, ridiculizaciones y desdenes. Saben los coATIgados conservadores  que aquellos guardarán sepulcrales silencios en cuanto que están en juego centenares de cargos, puestos y bicocas imposibles de conseguir si no es con la cerviz doblada, a la manera bien explicada de la reverendísima reverencia del señor Clavijo al rey, sublimado ante tal genuespaldaflexión de medieval servilismo.

   Podemos es un caso curioso. Arrancó como relajado huracán; deslumbró, ensoñó, y supo despertar ilusiones ya en apariencia irrecuperables. Iba a ser la gran revolución del siglo XXI, la que defendería a quienes más necesitan protección. Impactó en la sociedad con sus cinco europarlamentarios. Pero dio un gran bajón en estas últimas elecciones, cura de humildad para el señor Iglesias.

   Quizás, acaso, su tardía reacción frente a graves acusaciones impactó en los votantes: muchos mostraron su grandísimo desencanto. Y en esta última campaña las poses a veces chulescas del señor Iglesias (otras, prepotentes; las terceras, agresivas verbalmente contra personas -jugó con las mismas torpezas ajenas-) disiparon sus mensajes. Estos se esfumaron entre machangadas, ceños fruncidos que no mostraban relajación, más bien agresividad contenida… Al final quedaron –como en los otros- solo teatralizaciones y vacíos.

   No obstante, como partido sigue ilusionando a muchos, a pesar de disidencias internas. De entrada son jóvenes, éticos por el momento y muy bien preparados. Si la descontrolada ambición no los echa a perder, pueden recuperar... sus orígenes.

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar