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martes, 14 de mayo de 2024 10:33h.

Crónicas libres del Mercadillo de Tegueste - por Alba Piñol Farré


"Tengo que comenzar la crónica anunciando que esta mañana en el mercadillo no había ni una zanahoria ni un solo limón. No es de extrañar. Los agricultores siguen teniendo un real problema con el agua y sigue sin llover. Esta mañana en el Mercadillo de Tegueste ha tenido lugar una situación que personalmente considero muy incómoda por no ser la primera vez que la observo y que cada vez me produce mayor inquietud."

CRONICAS LIBRES DEL MERCADILLO DE TEGUESTE Por Alba Piñol Farré

Tengo que comenzar la crónica anunciando que esta mañana en el mercadillo no había ni una zanahoria ni un solo limón. No es de extrañar. Los agricultores siguen teniendo un real problema con el agua y sigue sin llover. Esta mañana en el Mercadillo de Tegueste ha tenido lugar una situación que personalmente considero muy incómoda por no ser la primera vez que la observo y que cada vez me produce mayor inquietud.

Haciendo la compra en uno de los puestos de venta, la señora que tenía delante, de alrededor 70 años de edad, una vez terminado su pedido preguntó cuánto debía y la vendedora le dijo el importe de la compra. En realidad no lo dijo, lo mascullo, y la compradora, que no la entendió, se lo volvió a preguntar. La vendedora, que ya había empezado a atender a nuevos clientes, le tendió el recibo de caja sin repetirle en voz alta el importe, mientras la compradora hacía como que hurgaba en su monedero y no lo veía, le dijo que se lo repitiera de nuevo en voz alta ya que se había olvidado las gafas en su casa.

Hace unos días, a principios de agosto, la misma escena ocurrió en el servicio de urgencias del Hospital Universitario de Canarias (HUC). Antes de que el paciente firmara la hoja de ingreso, la trabajadora de la ventanilla le pidió a la esposa del paciente que verificara los datos personales. La señora le contestó: ¡Hay mi niña, me he dejado las gafas, léemelo en voz alta y le digo si son correctos los datos!. La funcionaría de la ventanilla, muy incómoda por eso de la “protección de datos”, dudó, pero también comprendió que la esposa del paciente no sabía leer.

Episodios como este podría contar hasta aburrirles. Por razones que aquí no vienen a cuento, estuve haciendo rehabilitación física diaria durante varios meses en San Benito de La Laguna. Allí conocí a mujeres formidables, entre 65 a 80 años. La mayoría que venían de Afur, Roque Negro, incluso de La Laguna…Todas ellas tenían dos características comunes. La primera, sufrían deformaciones graves de las cervicales. La segunda, eran analfabetas. Me contaron su vida. Todas nacieron en la década de la guerra o la posguerra española (en esa guerra que Canarias no lucho ¿?). Esas niñas que, cuando no se ocupaban en sus casas de los numerosos hermanos y hermanas que tenían, se pasaban el día en el campo: cargando leña que transportaban sobre la cabeza; andando varías horas para recoger agua, que transportaban sobre la cabeza; asistiendo a los mercados agrícolas de los alrededores para vender o trocar los productos de la tierra: habas, garbanzos, grano, que transportaban en sacos sobre sus cabezas.De allí que todas sufrieran aplastamiento grave de las vertebras cervicales.

La segunda característica común era que ninguna de ellas había ido a la escuela; ni ellas ni la mayoría de sus hermanos; puede que el varón mayor de la familia hubiera asistido durante algunos años para que lo aprendido les sirviera a todos. Esas niñas, luego fueron mujeres y a su vez madres de familia y aunque sus vidas habían continuado siendo realmente duras, lo más sorprendente era que no se quejaban. Asumían que ésa había sido su vida. Todas tenían la misma enfermedad y todas eran analfabetas.

Pero hicieron algo importante, todos sus hijos, sin excepción fueron a la escuela y estudiaron y en la actualidad viven de otra manera. Esos chicos y chicas son ahora médicos, abogados, ingenieros, vendedores de supermercados, funcionarios, maestros,…profesiones y situaciones sociales de las que sus madres analfabetas se sienten compensadas y orgullosas.

Pero señores, esta nueva supremacía política que se convierte poco a poco en oligarquía económica que beneficia de la enseñanza privada (concertada o no), pretende de nuevo robar una situación que tantos esfuerzos y luchas costó a varias generaciones: el derecho a la educación pública, obligatoria y de calidad. Lo que más despecho produce ante esta situación es que los hijos y las hijas de esas mujeres que con tanto esfuerzo llegaron a transmitir a sus retoños lo que a ellas les fue privado: la enseñanza; esas mismas personas ante la situación de recortes actual no se sublevan (cívicamente hablando) y manifiestan una inercia y un cierto “eso no va conmigo” sorprendentes.