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domingo, 05 de mayo de 2024 16:39h.

Duerme con los cristales rotos - por Nicolás Guerra Aguiar




Me dijo que tarda muy poco en quedarse dormido, cuestión de minutos, y que cuando coge el sueño lo mantiene durante horas si la noche no es muy fría porque la manta que un día fue ya ha perdido hasta su propia razón de ser. Pero es lo que tiene...

Duerme con los cristales rotos - por Nicolás Guerra Aguiar

 Me dijo que tarda muy poco en quedarse dormido, cuestión de minutos, y que cuando coge el sueño lo mantiene durante horas si la noche no es muy fría porque la manta que un día fue ya ha perdido hasta su propia razón de ser. Pero es lo que tiene, e incluso añade con sentido del humor que le ha cogido cariño, fue su única compañera en las oscuridades de la noche bajo unos matos -pero aquello sí es peligroso, fueron a robarme los zapatos que me había quitado porque me hacían daño en los pies-. Dice que cuando abre los ojos tampoco ve nada, pues la vida es tan negra y tan perra que le ha oscurecido todo lo que hay a su alrededor, incluso el alma, si alguna vez la tuvo. Y eso que fue feliz hasta lo del despido, -a partir de ahí dejé de sentir el calor de los demás, la ayuda de los amigos, me dejaron tirado como un perro, allegados de toda la vida-.

Conoce casi todas las calles capitalinas desde San Cristóbal hasta Manuel Becerra, y al fin se decidió -que sea lo que Dios quiera, me dije, porque esto es cuestión de suerte. Y aquí me quedé, aunque si no fuera por la tarosada de las amanecidas, la zona que más me gusta es donde está el monumento ese detrás de San Telmo, el de los bancos de madera, abajo, cerca ya de la marea-.

Como si de una transacción comercial se tratara, añade que este espacio en el que se ha establecido momentáneamente también es más barato, y que a los precios que tienen las cosas hoy es imposible elegir, hay que conformarse con lo que Dios da, y se ríe como si de un chiste se tratara. Al principio no lo entendí, o más exactamente, pensé que algo no funcionaba en su cerebro, quizás aquellas gotas de mercurio de las que habla un personaje novelesco galdosiano y en cuyo cerebro corretean, como si de impactos electrizantes se tratara. No sé si a él también se le ha salido de la gaveta una gota como al Rufete de La desheredada, pero si no es así no entiendo cómo puede crear tales fantasías, porque a veces más parece una burla hacia sí mismo, o quizás sea su manera de dar la espalda a la nada agradable realidad, como cuando algunos poetas se evaden a otros tiempos y otros espacios y se refugian en mundos anchos y ajenos como los de Ciro Alegría, que también canta la resistencia de nativos ante injustas apropiaciones de sus tierras, pero ya se sabe…

Y si uno se fija, y entra en el mundo que él se ha creado -¿salvoconducto hacia la nada, desdoblamiento de personalidad, usurpación de la tercera persona gramatical que sustituye por la primera?-, la cosa no está tan mal. Bien es cierto que donde pernocta no se asemeja a mansiones veguetianas o recoletos chalés estilo inglés de Ciudad Jardín, aunque también es innegable que tampoco se aproxima a un cómodo apartamentito sin mayores pretensiones. Pero, de entrada, su cuerpo reposará en un suelo de mármol, no de Carrara, claro, pero aquel hueco de una entrada comercial es decente, y da el pego, ¡está en León y Castillo!

Para evitar el contacto directo con la piedra caliza metamórfica -algo fría, por eso he de usar elementos aislantes que frenen la dura sensación que da la falta de calor- usa cartonadas provenientes del imperio chino, universalización de la que presume, y con razón. En esto es selectivo, y tiene derecho, por qué no: prefiere las que sirvieron para embalar altas neveras, como si se tratara de sábanas de cuerpo y medio, pues las cameras le quedan cortas, se les escapan los dedos «de los pieses», como él los llama. Está tan surtido de tales elementos aislantes que los renueva con frecuencia –pobre sí, pero asiadito y con orgullo, como aprendí en mi familia-, e incluso hasta se permite el lujo de rechazar por antiestéticos algunos otros que encuentra -no pegan con el mármol, cuestión de sensibilidades artísticas, que uno de eso sabe algo-. Y como la manta ya es solo miseria de lo que fue, se cubre con cartones de época que ha doblado casi con exactitud matemática…, destrezas, habilidades y competencias que aprendió en el instituto, y que nunca imaginó para qué le servirían. Imposible el mullido colchón, claro, puesto que la prescripción médica fue taxativa: la ligera desviación de la columna lo obliga a prescindir de tales piezas cuadrilongas que se rellenan de lanas, plumas de faisán, algodones multicolores o esencias modernistas, excesivamente blandos todos ellos para su incorrección vertebral. –Es una ventaja, en cuanto que me evita llevarlo a la espalda cuando me traslado, ¡parecería un chuchango, un burgao, o tal vez una tortuga macho, con la cama a cuestas!-.

Finísimos paños de un vejado organdí que sirvieron para trasladar veinticinco quilos de pienso le valen también para combatir el frío del invierno, aunque le repele el ribete decorativo de encajes y tiras bordadas que alguien les puso, -ridiculez poco apropiada para un hombre, pero ya se sabe, son las modas-. Y es curioso: su sentido nacionalista de la vida le llega tan a los sentimientos que prefiere añejos envases de bizcochos moyeros como almohadas -rezuman olores a especias, azúcares, manos delicadas como las de mi hermana, que fue especialista aunque ya no sé dónde se encuentra, ni tan siquiera tengo seguridad de que alguna vez fuera…-.

…Por eso no sé si es un personaje galdosiano y de la vida real, aunque con absoluta seguridad lo veo día a día, a lo largo de mis caminatas en la del alba, encartonado –más que abrigado- mientras guaguas, coches y sonámbulos caminantes tempraneros pasan a su lado, impasibles ambos, o quizás en absoluto respeto.

Otra cosa también es cierta: -Duermo con los cristales rotos porque necesito aireación, ventilación, y así también miro a los cielos, y descubro que las estrellas no duermen quizás porque quieren vigilarme. ¡Si supieran que su luz me «escandila» como si fueran focos proyectados en mis ojos…! ¿Que si me encuentro bien, me preguntas? ¡Déjate de coñas! ¡Bien viven los húngaros de la calle porque los libran de la cárcel cuando los encarcelan, aunque no sé si después de los años podría dejar de mirar al cielo de la noche!


También lo publican:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=260699

 http://www.infonortedigital.com/portada/portada/13691

 http://www.canariasinvestiga.org/duerme-con-los-cristales-rotos