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sábado, 18 de mayo de 2024 10:06h.

Las Palmas de Gran Canaria, banco de pruebas - por Nicolás Guerra Aguiar

La señora Guerra, doña Carmen, concejal y concejala, presidenta de la junta del distrito capitalino de Tamaraceite en esta urbe, recia autoridad, demócrata de toda la vida, es fiel y rigurosa seguidora del señor ministro del Interior, aquel que va a prohibir que se hagan fotos en no permitidas manifestaciones cuando intervenga la policía para disolverlas. O cuando un puñado de bárbaros mossos d’esquadra arremetan salvajemente contra un ciudadano que fallecerá a las pocas horas debido a un infarto, quizás causado por golpes en la cabeza.

Las Palmas de Gran Canaria, banco de pruebas - por Nicolás Guerra Aguiar

La señora Guerra, doña Carmen, concejal y concejala, presidenta de la junta del distrito capitalino de Tamaraceite en esta urbe, recia autoridad, demócrata de toda la vida, es fiel y rigurosa seguidora del señor ministro del Interior, aquel que va a prohibir que se hagan fotos en no permitidas manifestaciones cuando intervenga la policía para disolverlas. O cuando un puñado de bárbaros mossos d’esquadra arremetan salvajemente contra un ciudadano que fallecerá a las pocas horas debido a un infarto, quizás causado por golpes en la cabeza.

Es decir, como yo no te he autorizado a que te manifiestes en contra de mi Ley de Seguridad Ciudadana –por ejemplo- en los aledaños del Congreso de los diputados, ordeno que se desconcentre la concentración. Me apoyaré en el principio de legalidad otorgado por aquella Ley que aprobarán sus señorías, cuyas actividades parlamentarias deben reposar en el dulce encantamiento del medio ambiente, más necesitadas de los garcilasistas mansos vientos y susurros de abejas que sonaban e incluso, mismamente, de las varias músicas / que hinchan al aire los pintados pájaros, al decir de Cairasco de Figueroa. Porque lo otro, ruidosos rumores que rumian (en palabras de Bento y Travieso) y que traducen descontentos, malestares y tragedias personales, no se recomienda a sus señorías por desequilibrador.

La señora Guerra, doña Carmen, demócrata de toda la vida, ordenó a sus agentes que expulsaran de la sala de sesiones a la señora portavoz municipal del PSOE, doña Isabel Mena, en cuanto que esta se empeñaba en sacar fotos de la reunión, yo con estos pelos, qué desfachatez. Y es que la señora Mena no se enteraba de lo que se discutía mientras intentaba guardar en su cámara imágenes de aquel trascendental sínodo territorial. O lo que es lo mismo, como en las aulas: el alumno distraído dirá al final que no entendió la explicación. Y el profe, desajustado, jurará por sus muertos que, de repetirla, ni de coña, lo cual puede traducirse en un grave atentado a la sensibilidad juvenil y a la frágil personalidad del pollillo, probable paciente de algún psicólogo que intentará destraumatizarlo. (Al profe, es de justicia, le abrirán un expediente sancionador. Eso sí, administrativo, para que el señor juez no pueda valorar, por si acaso fuera un ser lógico.)

La señora Guerra, doña Carmen, ejerció el principio de autoridad que sobre los mortales debe prevalecer cuando quien lo ejecuta es una persona llamada a concordias, diálogos fluidos y contundentes, a palabras como medio de expresión y confirmación de la tal autoridad inferida, qué alta responsabilidad ante Dios y los principios fundamentales, Señor, que pase de mí este cáliz.  Como la señora Guerra es consecuente con el orden y con las órdenes, hete aquí que ejerce como adelantada de la que será Ley de la Concordia Nacional, aquella que demostrará la inexorabilidad de una idea, de un inmutable principio: las fotos en estudios, procesiones, actos patrios; incluso hasta en cenas de confraternización por aquello de los cincuenta años del Bachiller. Pero nada de nada en actos de reuniones, pues dejarían para la posteridad las pruebas de un mal trazo con el lápiz en ojos, comisuras, patas de gallo, arrugas improcedentes,  rictus poco fraternales, sonrisas coñonas, desviaciones de la barbilla que muestra teatral sorpresa ante la cámara de fotos que abre su ojo para captarlo todo, más si es de la oposición, siempre con miradas bizcas y daltónicas ante logros, proezas y beneficios para la sociedad.

El viernes, dicen, se la vio feliz y contenta con su simbólico bastón de mando, su llamada a la fuerza pública, su tajante orden de expulsión, faltaría plus, porque la señora Mena violaba un sagrado principio democrático: el ocultamiento de la realidad externa, aquella que a veces es mezquina ante sanos planteamientos de quienes dirigen. Y se libró la señora edil del PSOE de una buena multa que en procesos administrativos próximos podrá ascender a cientos de miles de euros, obviamente sin denuncias ante fiscales y jueces, que incluso hasta defensores de la libertad de expresión hay entre ellos, tantos estudios y oposiciones para esto, qué pena.  Señor, ten piedad, Señor.

La señora Guerra, doña Carmen, cumple al pie de la letra las recomendaciones que emanan desde arriba, y por eso experimenta en Canarias: de fotos, ni hablar. Y aunque a quienes redactaron la futura Ley de Seguridad Ciudadana se les escapó tan nimio detalle como el desliz de la señora Mena, la expulsada, hete aquí que para lograr la casi absoluta perfección se cuenta con señoras como doña Carmen, inflexible e intolerante. Y si alguien me llama mentirosa, ¡a mí, precisamente a mí!, abro un nuevo apartado para la Ley del señor ministro: solo aceptamos piropos. Y tal visión sobrenatural tiene su cosa, oh,  ya, pues los diputados de la oposición llaman embustero al señor Rajoy -qué falta de respeto, qué intolerancia, qué radicalismo- por simples banalidades como, por ejemplo, hacer lo contrario de lo que está escrito en el Programa electoral, nimiedades, bagatelas, chorradas, dineros B.  

Dicen los espías que la señora Guerra, doña Carmen, sublimose con aquel democrático principio que prohíbe fotos y define la intención libertaria del señor ministro de Interior, no de Gobernación, matizo. Y que al impactar su éxtasis teresiano se le encomendó la tarea de expulsar a quienes fotografíen en municipales sesiones: como te trinque con una cámara de fotos mientras se exponen patrióticos discursos, te inquisitorio, nenela.

   La señora Guerra, doña Carmen, aplica en Canarias lo que un día será realismo en el país: prohibido fotografiar. ¿Por qué? Eso es lo que me gustaría saber, qué fotografiaba la señora Mena, qué interés puede tener aquello que enfocaba en plan Urquijo o Momito, fotógrafos casi primeros de la ciudad en los años sesenta, setenta. ¿Quizás la piedra filosofal de la democracia? ¿O acaso es un tic que le puede a la señora Guerra, ancestral él?