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domingo, 05 de mayo de 2024 00:22h.

Pasotismo juvenil - por Nicolás Guerra Aguiar


Se lamenta Nicolás Guerra Aguiar por tanto y tanta joven que en estos días ha preferido los tenderetes carnavaleros que las movilizaciones para defender sus derechos

Pasotismo juvenil Nicolás Guerra Aguiar

Con esto de las comunicaciones a través de Internet no hay rincón de mi pantalla que no se ocupe frecuentemente con un mensaje, un aviso, una invitación a participar en concentraciones o discusiones pacíficas, como cuando aquellos jóvenes decididos y responsables ocuparon el parque de San Telmo en Las Palmas de GC, conscientes de que otro mundo es posible. Y en la medida de mis posibilidades estuve con ellos, me sentí uno de ellos, palpité emocionalmente como ellos en tanto que ya les había enviado algún que otro tirón de orejas porque estuvieron desaparecidos. Pero, al fin, dieron la voz y salieron a la luz y ocuparon los espacios que les correspondían, es decir, la calle.

No entré, por supuesto, en alabanzas ni ditirambos; ni tan siquiera se me ocurrió una indicación de cómo debían llevar su pacífica denuncia, si en simples acuartelamientos sobre el césped o, al contrario, con apabullantes griteríos que acompañaran a los caminos que van desde Las Ranas hasta presidencia del Gobierno autónomo, con escala obligatoria en la Delegación, Plaza de la Feria, que representa a Madrid. Lo que ellos hicieran lo daba por válido en cuanto que ellos eran los actores directos de una escenificación inédita desde años ha, tiempos muy alargados en los cuales nos preguntábamos que dónde se escondía la juventud, qué habíamos hecho con ella o, con más precisión, qué había hecho ella de sí misma. Porque –a la vista estaba- la juventud no estaba, ni estuvo en momentos de urgencias, ni tan siquiera se esperaba de ella una presencia, por más que fuera simbólica. Y es que, sin darnos cuenta, descubrimos que la habíamos drogado y por eso se volvió amorfa, insensible, acomodada, placenteramente conforme.

El mediodía del domingo pasado fue un momento de pesadumbres y alegrías, pálpitos arrítmicos y esperanzas. Por una parte, se repetían, por enésima vez, las situaciones que tanto habían convulsionado a nuestra sociedad. Por otra, me alegró la manifestación porque significó el reencuentro con aquello que parecía perdido, la sensibilidad social. Y me satisfizo el éxito porque volvió a renacer la esperanza de que el pueblo es capaz de enderezar sus espaldas y vuelve a exigir lo que le corresponde en justicia, es decir, un trato digno, humanizado, respetuoso.

Sí, es cierto, quince mil personas se echaron a la calle aquel domingo carnavalero –casi, casi, recién empaquetados los atuendos de la cabalgata- porque querían elevar a los cielos y a las instituciones y a los partidos y a los gobernantes que ya está bien, que él, el pueblo, nada sabe de valores bursátiles,

Sin embargo, solo hubo quince mil personas. Y en la manifestación saludé a amigotes de toda la vida, la larga vida de nuestros años, algunos ya mayores por sus precipitaciones abueriles. Y volví a descubrir los rostros de gentes que solo conozco de eso, de la calle, casi de la misma calle por la que hemos caminado desde años ha, desde cuando empezamos a reclamar en voceríos no autorizados, era nuestro derecho. Y después, cuando voces como «¡Amnistía, libertad!» expandían sus frecuencias más allá de nosotros mismos e impactaban en corazones hasta ese momento insensibles, o quizás despreocupados, o tal vez desconocedores. Y volvimos a juntarnos para celebrar nuestro triunfo, el de Canarias frente a la OTAN, aquella trampa psocialista que rezaba «De entrada, no», su primer atentado pacífico contra un pueblo que no solo creyó en ellos, sino que se volvió millones de ellos para respirar desde la recién ganada libertad.

Vi el domingo rostros ya conocidos por el paso del tiempo, mas no relajados por su edad, sino al contrario, rigurosamente serios, como cuando nos concentrábamos en la Delegación del Gobierno –gobernó el PSOE, gobernó el PP- para mostrar a la policía, a la Guardia Civil, a los jueces, a los ciudadanos anónimos que estábamos con ellos cuando ETA masacraba, destruía vidas, rompía ilusiones de gentes de bien cuyos delitos fueron pasar por allí en aquel momento o también ser miembros del Ejército, generales, almirantes o soldados de a pie, ajenos a tales barbaridades. O cuando las manos blancas en honor a Ángel Blanco, que se ganó su vida en los inicios con las manos de albañil, manos blancas sensibles y sensibilizadas por el asesinato de un pollillo de 29 años, concejal del PP, representante legítimo de un sector del pueblo, absoluto respeto.

Pero los tiempos han vuelto a congelarse, los mismos tiempos que imaginé ya desterrados para siempre porque llegué a creer que al fin la juventud había despertado de su letargo de comodidades y anquilosamientos mentales. Y aquella manifestación del domingo pasado se quedó vacía de jóvenes, de miles de jóvenes –solo la Universidad de Las Palmas tiene veinte mil matriculados- que a decenas de miles habían gozado de la fiesta carnavalera hasta las madrugadas del alba. Aquellos jóvenes –víctimas propiciatorias de la barbarie del mercado-, las decenas de miles de jóvenes que llenaron calles de la ciudad la noche anterior dormían placenteramente con deleites, regocijos y dichas mientras padres, abuelos y gentes de conciencias cansaban sus ya cansados pasos y volvían a ocupar la calle para reclamar en contra de inmoralidades.

Espero que las voces y los ecos de los ecos que tantas gargantas ya cansadas y agotadas lanzaron a los aires y a las iluminaciones del día no despertaran a los inmediatos mártires del sistema capitalista, ahítos ellos de cubatas, danzas, placenteros y normales estertores, musicalidades y preocupaciones carnavaleras. Sería injusto y de inhumana insensibilización que hubiéramos perturbado sus relajados abrazos con Morfeos y Dianas mientras reclamábamos para ellos un mundo mejor al que les espera entre esclavitudes y nominillas de cuatrocientos euros.

La verdad es que, en un momento, sentí la ira y quise mandarlos al carajo, no obstante me sobrepuse: mi generación está identificada con la calle, a fin de cuentas fue quien la conquistó, ¡es nuestra! ¡Pero… puñetas con lo pollillos!

 

También en:

http://canarias-semanal.com/not/1468/pasotismo_juvenil/