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viernes, 10 de mayo de 2024 06:07h.

Las sospechosas cuentas de UGT Andalucía - por Nicolás Guerra Aguiar

No es agradable, en absoluto, comprobar y ratificar las palabras de un sindicalista andaluz de UGT tras los extraños y anómalos acontecimientos que están sucediendo en aquel sindicato, sección Andalucía: “En la calle queda que somos sinvergüenzas y chupópteros”.  Y se refiere, como sabemos, a hipotéticos desvíos de fondos públicos; a millones de euros que la Junta de Andalucía reclama –-tarde anduvo, lenta, sospechosamente parsimoniosa- porque su destino final no fue el pactado; a setecientos maletines y mil bolígrafos regalados a delegados ugetistas; a importes de cuchipandas cargados a la Junta; a diseños de congresos  que justificaron a través de programas para la formación profesional aunque el señor Méndez, su secretario general nacional, calificó de falsas las sospechas en un primer momento. Sin embargo, parece que su intervención directa forzó la dimisión del secretario general en Andalucía, obligado también por fraccionamientos internos del sindicato.

Las sospechosas cuentas de UGT Andalucía - por Nicolás Guerra Aguiar

No es agradable, en absoluto, comprobar y ratificar las palabras de un sindicalista andaluz de UGT tras los extraños y anómalos acontecimientos que están sucediendo en aquel sindicato, sección Andalucía: “En la calle queda que somos sinvergüenzas y chupópteros”.  Y se refiere, como sabemos, a hipotéticos desvíos de fondos públicos; a millones de euros que la Junta de Andalucía reclama –tarde anduvo, lenta, sospechosamente parsimoniosa- porque su destino final no fue el pactado; a setecientos maletines y mil bolígrafos regalados a delegados ugetistas; a importes de cuchipandas cargados a la Junta; a diseños de congresos  que justificaron a través de programas para la formación profesional aunque el señor Méndez, su secretario general nacional, calificó de falsas las sospechas en un primer momento. Sin embargo, parece que su intervención directa forzó la dimisión del secretario general en Andalucía, obligado también por fraccionamientos internos del sindicato.

   Porque en la calle hay, bien es cierto, una impactante desilusión que ni es nueva ni a casi nadie ha sorprendido. Muy al contrario, sorpresas y amarguras vienen de atrás, desde que empezaron a conocerse aparentes desajustes en la UGT de Andalucía (los tristemente famosos EREs no son más que un ejemplo reciente). Y aunque se insista en que se trata de personas aisladas, de gentes que supuestamente traicionaron los sagrados principios del sindicalismo, lo cierto es que  la calle identifica con las estructuras del propio sindicato a quienes hoy aparecen como sospechosos. Incorrectamente, es obvio; injustamente, sin duda; con grave daño a la credibilidad de  aquel, por supuesto. Pero así funciona la cosa, también y tan bien explotada con habilidad por quienes desean el desprestigio de los sindicatos y, de paso, que todo lo relacionado con cuentas B y anómalas pagas extras pase a un segundo plano, ¡karajo, se lo ponen en bandeja! Porque para muchísimos ciudadanos los casi diarios impactos de determinada prensa contra la más pura esencia de UGT ha arraigado la idea de que la corrupción campa por el sindicato con total dominio en todas sus estructuras.   

   Y eso es falso, rotundamente falso, en cuanto que muchos sindicalistas son personas honradas, serias, rigurosas, conscientes de su responsabilidad. Aunque, bien es cierto, UGT necesita urgentes sínodos que analicen en profundidad sus entrañas y funcionamientos y estudien con mesura y principios éticos el porqué de las actuales situaciones, qué ha venido fallando para que estas explosivas realidades se hayan podido dar, bien por permisividad, desconocimientos, indiferencias, apatías, incompetencias, feudalismos, excesivas profesionalizaciones con más que decentes nominillas, bien por contubernios o despistes. Porque es posibilidad discutible que quizás se haya producido en algunos sindicatos una muy rápida y poco prudente adaptación al medio, una evolución hacia adelante que, en el fondo, pudo haber sido involucionista: UGT y CC OO de hoy, por ejemplo, nada tienen que ver con los correspondientes sindicatos de hace treinta años. Hagamos memoria histórica.

   De todos es sabido que tanto CC OO como UGT venían a ser, casi a la par, continuación sindical del PCE y del PSOE, respectivamente. Muy pocos miembros de estos partidos políticos no estaban, a la vez, afiliados a los correspondientes sindicatos. El socialista, dirigido por Nicolás Redondo Urbieta, se enfrentó a la política económica del señor González y, como consecuencia, defendió con CC OO la huelga general del 14 de diciembre de 1988, lo cual significó la definitiva ruptura con la visión política del PSOE, más entregado a componendas y claros juegos económicos  que a la defensa de los intereses obreros. Y aunque los ugetistas llegaron tarde –ya Marcelino Camacho había defendido muchos años antes que los sindicatos no pueden ser “correas de transmisión de los partidos”-, lo cierto es que vieron la realidad del momento: los intereses políticos de quienes gobernaban con mayoría absoluta a partir de 1982 no coincidían, muchas veces, con las esencias de un militante ugetista, sindicalista antes que político.

   Y comenzó el debilitamiento del propio sindicato cuando Felipe González logró la retirada de Nicolás Redondo como secretario general de UGT. Los nuevos dirigentes, más pragmáticos, captaron ipso facto las insinuaciones que les hacían desde arriba. Y los Gobiernos socialistas y del PP, interesados en relajaciones y distensiones, pusieron en sus manos un poder económico jamás sospechado ya no solo en subvenciones y ayudas sino, incluso, en manejos de presupuestos oficiales para organizaciones de cursos de formación, por ejemplo, que nadie controlaba, responsabilidad de la que tienen que responder los Gobiernos socialistas y del PP: ¿nadie fiscalizaba las cuentas?

   Los sindicatos, en suma, quizás llevados por cantos de sirenas, dejaron de ser prioritariamente sindicalistas para convertirse en órganos de poder que desayunaban con los empresarios en salones de hoteles de lujo, participaban en comilonas con ellos y recibían parabienes de las asociaciones empresariales. Lo cual tradujo, a la vez, el desencanto de miles de trabajadores que veían cómo, al paso del tiempo, sus sindicatos relajaban las puras esencias. O lo que es lo mismo, dejaban de ser movimientos de masas democráticos e independientes de todo partido y del Estado (incluso del poder económico), aunque de cuando en cuando se veían casi impelidos a convocar huelgas generales, cada vez con menor respuesta de los trabajadores. Recordemos, por contraste, la convocada contra el Gobierno socialista de 1988: aquella mañana solo se escuchaba el silencio por cualquier lugar de la ciudad, del campo, de los pueblos: el país había cerrado.

   No obstante, los sindicatos son imprescindibles, más en estos momentos. Pero exigen sindicalistas, no profesionales que han hecho de su militancia una forma cómoda de subsistencia económica. Lamento decirlo, pero a lo largo de mi vida profesional solo los vi en mis centros de trabajo en vísperas electorales.

   Dirigentes de UGT, en efecto, defraudaron a miles de obreros que creyeron en ellos, aunque debo limitarme a Andalucía, comunidad en la que casi siempre gobernó el PSOE. Pero la UGT que regaron Nicolás Redondo y gentes de bien multadas, defenestradas, encarceladas, tiene que revivir a pesar de los pesares y debe volver a sus purezas naturales  echando por la fuerza si es menester a quienes ven en ella la posibilidad de beneficios personales.