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viernes, 26 de abril de 2024 04:03h.

De la taberna al paraninfo - por Nicolás Guerra Aguiar

Hoy, cualquier acto académico que se precie debe finalizar con el solemnizado y ceremonioso  canto del Gaudeamus igitur (‘Alegrémonos, pues’), el himno universitario. Así, por ejemplo, en la apertura del curso universitario: tras las intervenciones del secretario, la lección magistral del correspondiente magíster y el discurso de la máxima autoridad académica hay un descanso para que el personal retire mesas, sillas y atriles del escenario. Junto a ellos lo abandonan maceros, decanos, equipo rectoral, gimnásticos escoltas de políticos revestidos con traje etiquetal de gran gala (mientras restringen drásticamente los presupuestos) y rectores magníficos: deben dar paso a la Coral Universitaria.

De la taberna al paraninfo - por Nicolás Guerra Aguiar

 

  Hoy, cualquier acto académico que se precie debe finalizar con el solemnizado y ceremonioso  canto del Gaudeamus igitur (‘Alegrémonos, pues’), el himno universitario. Así, por ejemplo, en la apertura del curso universitario: tras las intervenciones del secretario, la lección magistral del correspondiente magíster y el discurso de la máxima autoridad académica hay un descanso para que el personal retire mesas, sillas y atriles del escenario. Junto a ellos lo abandonan maceros, decanos, equipo rectoral, gimnásticos escoltas de políticos revestidos con traje etiquetal de gran gala (mientras restringen drásticamente los presupuestos) y rectores magníficos: deben dar paso a la Coral Universitaria.

  Instalada, los doctores de ayer y los recién investidos se ponen de pie y crean un exquisito arco iris con los colores de mucetas y birretes que definen la pertenencia a unas u otras carreras (rojo, Derecho; amarillo, Medicina; verde, Veterinaria; celeste: Humanidades –antes, Filosofía y Letras-, etc.). Inmediatamente, como atraídos por tal variopinto cromatismo cual si de un paisaje cairasquiano se tratara, todos los imitan e, incluso, algunos osados o precavidos ensayan con gargánticos gorgoritos: ¡llega el Gaudeamus!, protocolario canto que exalta la condición universitas, aquella que distingue o, al menos, así lo estiman algunos.

  Parece que la anónima composición procede del siglo XIII y se basó en un manuscrito en latín de 1287, aunque no aparece el nombre con el que se la conoce hoy. Dicen los estudiosos que la música es del siglo XVIII y fue reescrita en la segunda mitad del mismo siglo, por lo que se cantó inicialmente en universidades alemanas, tal como me entero por un programa de RNE. (Bramhs, en la obertura del Festival académico, opus 80, y en otras partituras célebres, hace citas musicales del Gaudeamus.)

  Desde 1959 (Turín, Italia) es el himno oficial, también, de las Universiadas, juegos deportivos entre universitarios. Pero resulta curioso que algunas estrofas no forman parte de la estructura poética actual, y se ha intentado justificar tal desprendimiento con la pudorosa excusa de que el poema es demasiado largo, tan largo como las noches tabernarias, mesoneras, de fondas o posadas en las que los universitarios escanciaban jarras de vino y daban rienda suelta a fogosas y juveniles edades, más invitadoras a burlas y goces de placeres mundanos que a religiosas visiones de la vida.

   Porque el Gaudeamus no nació entre solemnidades, no: fue un parto mucho más modesto,  quizás noctámbulo; y su paraninfo fueron tabernas, mesones, habitáculos nada protocolarios. En ellos corría el vino, y los jóvenes cantaban solos o acompañados con salterios, violas, laúdes, incluso flautas y launedas, que el bon vino de Gonzalo de Berceo es capaz de hacer milagros, pues “Con buen vino se anda el camino”, y “Más vale vino maldito que agua bendita”, dice la sabiduría refranera.

 Así, por ejemplo, la quinta estrofa no se canta en paraninfos o salones de actos. Aquella alaba a las vírgenes fáciles, hermosas; a las mujeres tiernas, amables, buenas, trabajadoras. O lo que es lo mismo, es el canto de los jóvenes universitarios al sexo, a la pasión amorosa, a las doncellas solícitas (tópico literario). ¿Por eso, quizás, desapareció tal estrofa? Más: ¿por qué llegan a la conclusión de que se debe dar rienda suelta a los jóvenes  para que gocen de los placeres carnales? La explicación, en las dos primeras estrofas: instan a que vivamos la juventud porque tras la vejez llega la muerte (es el ausoniano “Collige, virgo, rosas”, ‘aprovecha, doncella, las rosas’ –la roja es el símbolo de la pasión-, aunque en versión femenina).

  Pero la arribada de la senectud es tan inmediata –otro tópico, el rapidísimo paso del tiempo- que se es joven en los versos 2º y 3º de la 1ª estrofa y en el 6º ya nos entierran.  ¿Acaso en la 3ª estrofa (“Venit mors velociter”, ‘la muerte llega velozmente’) no se reconoce también un tema muy presente en la literatura, la rápida acción de la Muerte, que no respeta a nadie? ¿Qué son, si no, las posteriores Danzas de la Muerte cuando esta invita a bailar a todos los estamentos sociales?

  Por tanto, las tres primeras estructuras presentan la realidad de la vida: nuestra juventud pronto acaba –aquel cabello de oro que en el siglo XVI se volverá nieve -; la Muerte está al acecho, no perdona a nadie, ni tan siquiera a los poderosos. (¿No es, acaso, tema que reproducirá Jorge Manrique cuando pregunta qué fue de los reyes, de los Infantes de Aragón, ya muertos?) Como consecuencia de lo anterior, nada tiene importancia más que el goce de los placeres sexuales. Y por eso en la 4ª estrofa (“Viva la Universidad, / vivan los profesores”) hay burla, sorna, el rintintín de doña Ppepa e, incluso, cinismo: es ya el éxtasis, la medianoche tabernaria, el decurso del vino, los efectos alcohólicos que desinhiben y relajan. (Pero hay profes que sueñan con el “vivant profesores”, angelitos de Dios.)

  Y aunque continúa el canto burlesco hacia la sociedad, se nota mayor énfasis en la 6ª estrofa cuando hay ¡vivas! para todos, como en las bodas de hoy (“¡que vivan los novios!, ¡que vivan los padrinos!”), y todos somos buenos, y tú mi mejor amigo (“floreat fraternitas!”, ‘¡que florezca la fraternidad!’), a pesar de que nos acabamos de conocer, pero llegan las tantas de la amanecida y nuestros cerebros son fuentes que ya no piensan, mas sí exaltan la amistad. Por eso, me parece, aunque la última estrofa agradece a la Universidad la formación impartida, lo significativo es que ha sido elemento coordinador para reunir a amigos dispersos, o para que los universitarios hagan nuevas amistades. Es la loa al eterno afecto y coincide, por ejemplo, con Carnavales, cuando a las pocas de la amanecida algunos hacen cantos a la imperecedera amistad y lo cojonudo que eres, tío, por más que me caías mal. (Después, la llantina y la mascada.) Así que, en conclusión, Gaudeamus fue más tabernario que de aula magna.