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sábado, 18 de mayo de 2024 10:53h.

La cuarta España - por Nicolás Guerra Aguiar


Desgarrado y desgarrador artículo de Nicolás Guerra Aguiar sobre la falta de sensibilidad de esta sociedad con sus héores de verdad. La gente capaz d arriesgar su integridad física y de dar la vida por sus semejantes. Esta sociedad inicua (esto, conste, lo digo yo) con el inicuo supremo a la cabeza, que es capaz de vibrar por unas  suspuestas hazañas que no son más que deportivas, en tanto que ni se av¡cuerda, ni derrama una lágrima por la gente que se quema defendiendo a los y las demás. Tiene usted mucha razón, Nicolás, amigo.

La cuarta España - por Nicolás Guerra Aguiar

 Era la misma hora del mismo día en la misma geografía con la misma lengua: España. En tierras valencianas (embalse de Forata, 16 metros de profundidad) moría el piloto de un helicóptero que luchaba contra el fuego. Otros dos -ingresados en hospitales la misma tarde- también cayeron con el suyo. Mientras, en Madrid, los jugadores de la Selección española de fútbol recibían el extasiado homenaje de millones de españoles, ya en la meseta madrileña, ya a través de radio, periódicos digitales o televisión.

  Aquel hombre anónimo que cumplía con su deber (¿cuánto cobraba: dos mil quinientos, tres mil euros?) desapareció en un pantano mientras los futbolistas españoles que también cumplieron con su trabajo (cobrarán trescientos mil -300.000- euros extras no por los partidos, solo por la copa) recorrían calles y avenidas de Madrid ante decenas de miles y miles de apasionados españoles revestidos de ínfulas patrias con banderas nacionales, camisetas de la selección, pintados sus rostros de rojo y amarillo, pálpitos emocionales, orgullos patrióticos, que gritaban desde sus esencias aquello de “¡Ess-paaa-ña, Ess-paaa-ña!”, voz trisilabeada para que su impacto fónico multiplicara por infinitas megas latidos de corazones orgullosos y agradecidos.  

  En la misma hora del mismo día, mientras anónimos bomberos y cuadrillas de voluntarios buscaban desesperadamente el cuerpo –lo imaginaban ya sin vida- de un piloto cuyo nombre a lo largo de las horas nadie conocía, las puertas del país oficial se abrieron desde La Zarzuela y La Moncloa para recibir a los héroes vencedores sobre Europa, y hasta se escucharon ridículas imprecaciones hacia la señora Merkel, la dueña de la misma Europa, la íntima de los conservadores. El jefe del Estado y el jefe del Gobierno no pudieron estar con la familia (mujer, dos hijos) de aquel anónimo piloto accidentado hasta la muerte, no, ni con los otros dos que lograron salvarse: asuntos de Estado reclamaban su presencia, aunque cabe la posibilidad –remota, tal vez; utópica, quizás- de que tuvieran un recuerdo para él. Pero la recepción se imponía sobre los sentimientos, a fin de cuentas el orgullo español había recuperado su consistencia imperial tras la victoria de España. Porque no fue una competición deportiva, un noble enfrentamiento entre equipos que jugaron al fútbol y mostraron, incluso, hasta escenas de raigambre estética, belleza. No. Lo que allí hubo fue más, mucho más: España sigue siendo España por más que corra el rumor de que debe ser rescatada.

  ¿Visitar Valencia? ¿Apoyar física y moralmente a quienes perdieron la vida de un hombre que solo estaba cumpliendo su trabajo? ¿Es que acaso no le pagaban? ¿No conocía él los riesgos de pilotar helicópteros, más en circunstancias tan especiales con misérrimos humos que todo lo agobian, esquirlas que la brisa mece en los aires, vientos fuertes que balancean los objetos volantes y reducen sus fuerzas a la nada, temperaturas que hasta el mismo Sahara envidiaría (solo llega a una máxima de 60º C), y diría a los de Kalahari, Chiguagua o de Victoria que ninguno es tan agresivo como él? ¿Y acaso no cobran los buceadores del cuerpo municipal de bomberos de Valencia, equipos GEO de la Guardia Civil, brigadistas, policías municipales, personal sanitario, gente de Protección Civil, dos mil personas anónimas que también exponen sus vidas, aunque no venzan a Europa?

  Ir a Valencia, ¿para qué? ¿Acaso no es suficiente con una llamada telefónica al señor Fabra, presidente de la Generalitat, escudado tras los recios muros del palacete? Manos a la obra: antes de que lleguen los héroes de la Patria, un toque de teléfono, una conversación, muestras de pesadumbres, dolor, pena, ya sabes que tienes todo mi apoyo, y el pueblo valenciano, tan querido por nosotros, está en nuestros corazones, tenme al corriente, un abrazo. Pero no da tiempo para estar con los valencianos de ocho pueblos que salieron corriendo con lo puesto, aunque llevan en su mente todo lo que el fuego les ha consumido, casas, fotos de la infancia, de los nietillos, recuerdos del viaje de novios, quizás hasta nichos de cementerios en los que arderán por segunda vez los cuerpos de sus antepasados, o incluso de algún hijo que se les adelantó. Porque cuando regresen, hasta el aire será otro, lo habrán traído de fuera, pero ya no olerá a los años allí pasados, a los sudores en la huerta, ni tan siquiera permanecerá el tañido de la vieja campana que avisaba para la misa de los domingos, la de difuntos...

  No, en absoluto. Ni el jefe del Estado ni el presidente del Gobierno podían faltar en tal apoteósico momento, llegaban los héroes, así lo avisan los claros clarines. Sin embargo, hay preguntas desde la perspectiva desapasionada de quien no sintió estertores de pasiones ante aquel acto: aparte de ganar merecidamente la copa europea de fútbol –con brillante juego, inteligente táctica y mejor hacer-, ¿qué más hubo? ¿Espectáculo? ¿Impresionantes habilidades? Por supuesto, pero eso fue el día anterior.  Entonces, ¿por qué se identifica a un equipo de fútbol con un país? ¿Es que acaso España se mimetiza en él, vencedor europeo? ¿No es acaso llamativo, al menos, que el jefe del Estado y el presidente del Gobierno no estuvieran donde debían estar, Valencia, con decenas de miles de afectados, un muerto, una familia destrozada, dos mil personas exponiendo su vida, y prefirieran celebrar con sonrisas, aplausos, emociones, abrazos, fotos… una simple victoria deportiva, mientras aquella tierra arde y necesita consuelo, apoyo, primeras filas ocupadas?

  Entiendo la pasión futbolera; comprendo emociones ante jugadas de matemática precisión, productos todas de inteligentes actuaciones, mentes privilegiadas que ordenan pases, carreras, taconazos… Pero, ¿por qué privilegiados genios del fútbol son España? ¿Es que acaso España es eso, solo eso, una victoria deportiva? Y el hombre que murió para apagar el fuego en Valencia, y los dos heridos politraumatizados, y los pueblos quemados, y las anónimas dos mil personas, ¿acaso no son también España?   

También en:

http://canarias-semanal.com/not/3276/la_cuarta_espana/

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=266834