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viernes, 17 de mayo de 2024 09:55h.

Ya puedo relajarme: cumplí con Haciendas - por Nicolás Guerra Aguiar

Andaba yo, estimado lector, en un constante desasosiego, en un teresiano vivir sin vivir en mí, en un peligroso desequilibrio alterador de sistemas nerviosos hasta que, por fin, me escribieron: acabo de tener noticas de las Administraciones local y de la Patria, alabadas sean.    Ahora me siento sereno, distendido, pletórico...

Ya puedo relajarme: cumplí con Haciendas - por Nicolás Guerra Aguiar *

   Andaba yo, estimado lector, en un constante desasosiego, en un teresiano vivir sin vivir en mí, en un peligroso desequilibrio alterador de sistemas nerviosos hasta que, por fin, me escribieron: acabo de tener noticas de las Administraciones local y de la Patria, alabadas sean.    Ahora me siento sereno, distendido, pletórico; pero bien es cierto que hasta hace unos minutos hubo tragedias en mis esperas y desesperanzas ante silencios ajenos, pues suspicacias e inseguridades habían comenzado a raer y desestabilizar mi aparente equilibrio psíquico. Aunque, bien es cierto, conseguí disimular tal perturbación ante familiares y amigos; a fin de cuentas, ellos no tenían por qué padecer conmigo amarguras, pesadumbres, inestabilidades emocionales que no le deseo a nadie. 

   Llevaba tiempo a la espera de dos cartas, dos avisos, elementales palabras de la Administración, de las Administraciones. Casi a la manera del coronel de García Márquez, yo tampoco recibía los sobres oficiales. Y si el coronel no tiene quien le escriba, andaba casi a su zaga, aunque mi soledad era mayor: yo esperaba dos sobres con membretes y escudos, con palabras que dicen de dónde proceden, qué organismos los envían, y de los que no es necesario sacar las cuartillas interiores puesto que ya sabemos su contenido (“Distinguido señor”, sería su comienzo). Pero los muy puñeteros se dejaban ir. Y como en la novela, el cartero que portaba la saca de correos siempre decía lo mismo: “Nada de lo que usted espera. Espere al siguiente viernes. Quizás le lleguen. O, al menos, uno de ellos”. 

   Y al fin llegaron, ¡aleluya, aleluya, ale lu yaaa!... Casi de impacto, como si pretendieran pasar desapercibidos, en el silencio de las del alba. Pero no a la manera tradicional, con cartero, sobre, aviso de llegada, buzón, firma… No. Lo hicieron  como dicen que se hace ahora, por correo electrónico. Y a través de un banco sin palabras personales, sin un simple “buenos días”, ni tan siquiera un “¡hola!”. Fríamente, como si solo se tratara de un comunicado de los trescientos mil que se remiten todos los días, sin haberse dado cuenta nadie de que en aquellos textos estaban las ilusiones de una etapa de mi vida, las esperanzas para mundos mejores, las plenitudes del deber cumplido, mi orgullo ciudadano.

   No obstante la frialdad, la burocratización, la despersonalización,  con el corazón en la mano miro hacia los cielos y loo a los señores ministro, subsecretario, directores generales, director provincial, jefe de sección y funcionarios  de Hacienda, aquella de la que muchos formamos parte para que otros barceneen mejor, que para tres días en este mundo… Y a los señores alcalde, concejal de Hacienda, jefe de sección, subjefe de sección, adjunto al subjefe de sección, coordinador de secciones… del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria porque, entre todos, de verdad, han colaborado en mi plenitud ciudadana: ¡al fin, por fin, me llegaron los recibos de los impuestos!

   Y como no es bueno que un cobro llegue a solas (el correspondiente al segundo pago a la Hacienda Patria), me cargan también en mi cuenta corriente el sexto (de seis) que corresponde al impuesto municipal de Bienes Inmuebles, aquel que se disparató hace un par de años en una multiplicación casi por infinito. Yo había solicitado acogerme a los pagos fraccionados en el Ayuntamiento: pedí el ciclo de diez meses (prometían un descuento), pero la muy astuta Administración manejaba el programa solo para seis meses (sin descuento, claro): “El programa tiene ciertos fallos”, me explicaron. Y guardé silencio, claro, por si “se desconectaba” y me dejaban al garete, en pelota viva, expresión esta poco o nada refinada pero de significado contundente y preciso. De todas maneras, ¿qué son trabazones burocráticas cuando lo importante, lo que importa, es el cumplimiento con los deberes económicos para con la Patria?

   Ahora, ya ven, estoy más relajado. E incluso hasta me permito vagar mentalmente por Europa, América, Asia, África, Oceanía… No lo hago en directo, pero recorro Andorra, Suiza, Luxemburgo (el actual presidente de la Comunidad Europea, Jean-Claude Juncker, cerró en su etapa como primer ministro de este país un pacto secreto con quince multinacionales para que evadieran impuestos en sus países de origen); también por Mónaco, Liechtenstein, Panamá, Nicaragua, Guatemala, Bahamas, Islas Caimán, Maldivas, Liberia, Islas Marshall… porque sé que parte de mis impuestos viajaron por aquellos países, por colonias europeas, mientras satisfacían placeres mundanos de pobres gentes que se habían apropiado de inmensas cantidades de millones, de decenas de millones… porque eran personas sin personalidad, acomplejadas y débiles, incluso.

   Por eso soy feliz, porque mis impuestos han servido para que haya Bárcenas, Granados, Urdangarines, Blesas, Zerolos, Ratos, Díazferranes, Pujoles, bandoleros andaluces de los EREs, Matas, la inmensa maraña de Gürtel… que, si no asaltaron directamente las arcas del Estado, sí se beneficiaron de ellas en cuanto que con ellas pagaban a sus amigos empresarios para, después, recibir los tantos por ciento apalabrados, que con la palabra era suficiente, estamos entre caballeros, oiga, entre caballeros. Pero, además, con nuestros impuestos también hemos hecho felices a los nietos de aquel presidente de la Diputación de Castellón, el abuelete Fabras,  que invirtió 150.000.000 de euros en el vacío y abandonado aeropuerto de Castellón, y recibía compensaciones económicas… Y a los teldenses del Palacio de la Música, obra multimillonaria hoy inacabada, in aeternum…

   Sí, en efecto. Yo esperaba con harta desesperanza las comunicaciones sobre mis impuestos. La verdad es que puedo parecer un sentimental, pero ahora que me llegaron soy feliz, pletorizo. Y me place ver cómo desaparecen en paraísos fiscales de este mundo ancho y ajeno, que diría Ciro Alegrías. Ver cómo se emplean las deducciones que a mí me hacen en las Haciendas de su Patria casi me eleva a cumbres de absoluto misticismo. ¿Para qué son los impuestos sino para que los roben tantos miserables? (Aunque, pregunto: ¿todos latrocinaron este año o acaso viene de muy atrás?)

* Publicado con autorización del autor