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jueves, 25 de abril de 2024 02:08h.

Solidaridad - Por Carlota Pérez Batista

Que en tiempos de crisis aflora la solidaridad es un tópico que se está comprobando como realidad. Cuando a todos nos atracan el bolsillo, cuando los poderes públicos hacen dejación de sus obligaciones en nombre de la prima de riesgo o del déficit que ellos han creado, fomentado y del que se han beneficiado, hipotecando nuestro futuro y el de las próximas generaciones; cuando el estado del bienestar se pretende convertir en artículo de lujo inalcanzable para la ciudadanía media; cuando la atención sanitaria depende de la objeción de conciencia de los médicos… cuando todo esto pasa, descubrimos la solidaridad de los iguales.

Solidaridad - Por Carlota Pérez Batista

Que en tiempos de crisis aflora la solidaridad es un tópico que se está comprobando como realidad. Cuando a todos nos atracan el bolsillo, cuando los poderes públicos hacen dejación de sus obligaciones en nombre de la prima de riesgo o del déficit que ellos han creado, fomentado y del que se han beneficiado, hipotecando nuestro futuro y el de las próximas generaciones; cuando el estado del bienestar se pretende convertir en artículo de lujo inalcanzable para la ciudadanía media; cuando la atención sanitaria depende de la objeción de conciencia de los médicos… cuando todo esto pasa, descubrimos la solidaridad de los iguales. Estos iguales que nos agrupamos para sentirnos menos desprotegidos, menos abandonados por quienes deciden sobre nosotros pero sin contar con nosotros. Y surgen grupos de apoyo y asociaciones vecinales y comunidades de base (religiosas o no). Parece que éste sea el último recurso que nos queda, y dice mucho y bien de los ciudadanos de a pie, de los que no entendemos la gran economía, pero sí sabemos de cómo estirar el salario, el paro, la pensión o la ayuda familiar, para seguir viviendo.

Se nos dice que la culpa es nuestra, que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades, cuando lo cierto es que ahora estamos viviendo por debajo, muy por debajo, de nuestras posibilidades. Nos hemos formado, hemos invertido en negocios, hemos salido al exterior. Y ese parece que ha sido nuestro pecado: confiar en nuestras posibilidades. Y ahora toca pagar la penitencia. Y lo que hace dos años eran conquistas sociales irrenunciables y derechos fundamentales, ahora resulta que no eran para nosotros, y que no nos merecíamos ni educación, ni sanidad, ni servicios sociales, ni justicia, gratuitas y de calidad.

Y en medio de todo este caos del “antes sí pero ya no”, estamos renunciando a los servicios sociales entendidos como derecho constitucional, como obligación del Estado para con los ciudadanos. Poco a poco hemos ido perdiendo, o nos han ido recortando, servicios que son deber del Estado atender, y ese vacío lo están llenando ONGs de todo fin y condición, que se están viendo desbordadas ante la demanda de asistencia. Este retorno a la beneficencia como sistema de protección para los excluidos es peligroso, porque estamos volviendo al concepto de limosna que ya habíamos casi superado, la que el rico, o el menos pobre da al más necesitado, al que está peor. Esta degradación social no es inocente, y en manos de un partido político de derechas y de la iglesia católica, suponen una regresión intolerable. Que ONGs como Cáritas u otras tantas hacen una labor encomiable es innegable, pero, por convicción personal, creo que dejar en manos de estas instituciones la atención social, es una grave dejación de funciones por parte de cualquier gobierno, y no se debe consentir, ya que los servicios sociales son un derecho constitucional y no una obra de caridad, por bienintencionada que sea.