En 2009 sufrí una repentina, inesperada, compleja enferemedad neurológica de la que fui intervenido quirúrgicamente. Lejos de dramatismos sobre un suceso tan inabarcable, la experiencia supuso un tiempo largo en un estadio de alteración de conciencia donde los límites que distinguen la propia interioridad del constructo que hemos acordado en denominar realidad sencillamente no existían. Ahí pude observar el modo en el que ambos ámbitos conviven, y cómo de la destrucción o disolución de la conciencia volvían a establecerse despacio nuevos cimientos que acabarían conformando una nueva conciencia e identidad, a la vez que nuevas relaciones con ese convenio colectivo de realidad. Concibo Cartografía como un modo de sublimar estas experiencias.

El viaje que plantea va, pues, desde el exterior a la profundidad de la conciencia o ser, y a la vez desde ahí al exterior construido por la confluencia de percepciones y expresiones que constantemente tejen una misma red de convenciones en la que poder vivir y relacionarnos. Algo tan artificial, imprescindible y habitable como lo es una lancha salvavidas en alta mar; la instalación física y audiovisual que la pieza plantea para que algo no se hunda en su deriva.

Finalmente, es preciso decir que Cartografía para una voz deshabitada titula esa recopilación de anotaciones, textos y dibujos ya nombrados, realizados bajo o sobre la alteración de conciencia y los efectos de su consecuente medicación, textos unidos por el intento común de dibujar un croquis en el vacío para buscar esos límites o tratar de comprender su ausencia.

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