Movilidad exterior y otras sandeces finas - por Ana Beltrán
Movilidad exterior y otras sandeces finas - por Ana Beltrán
Hace tanto tiempo que ando inmersa en este país del mal vivir que ni siquiera la primavera, tan cantarina ella, ha logrado levantarme el ánimo. Lo único que ha hecho es acelerar el desbordamiento de mis cataratas. Y entre el pre y el pos operatorio no me había podido acercar a este magnífico boletín, que tan bien nos informa, y en el que su director tiene la amabilidad de dejarme cantar y contar las cosas que me traen a mal traer. Y aunque aún no ando del todo “católica”, me voy a atrever a hacerlo. Pero lo cierto es que no sé por dónde empezar. ¡Son tantas las sandeces que he escuchado últimamente!... De los que nos gobiernan ahora y de los que nos gobernaron antes. Si no, ustedes dirán…
Según Felipe González (quién le ha visto y quién lo ve), el rey es la persona más conocida de España y parte del universo, por eso hay que perdonarle todos sus errores, y hasta sus meteduras de pata. Lo de conocido es cierto, hasta en Qatar saben quién es él y a qué dedica el tiempo libre. Lo conocen en persona y a través de la línea telefónica, lo mismo por las llamadas auténticas que por las supuestas. Las suyas, claro: “¿Es Qatar? Pásame con el Emir, y de paso ve diciéndole que el Rey de España está al aparato… Y en apuros”.
Más que en apuros la señora de Cospedal anda apurada; tiene prisa por hacernos creer lo increíble, soltando sandez tras sandez, como es el caso de la “movilidad exterior”. ¡Hay qué ver lo creativos que son estos peperos en el uso exagerado de verbalismos! Ahora sé que se suelen emplear a falta de ideas. ¡Así se entiende!... Lo malo es que, al carecer de ellas, nos van a seguir machacando por los siglos de los siglos con sus expresiones poco razonadas. Los académicos de la RAE andarán muertos de envidia, seguro que ellos no tienen esa habilidad a la hora de darle vueltas a la Lengua. La cuestión es: ¿esa facilidad de los P y P es innata o aprendida? Sólo se sabe que ante la falta de conceptos la creatividad crece, lo cual sería pura controversia si no fuera porque la emplean sólo para confundirnos, lo que ya es tradicional en esta clase de políticos, líderes en verbalismos engañosos.
Más que engañosa, la nueva ley de costas es vergonzosa; anoche me acosté con ella rondándome, cual serenata de enamorado en amores antañones, cantándole a la amada de su corazón (¡vaya cursilería!). La verdad es que dicha ley no me sorprendió, no esperaba otra cosa de esta derecha recalcitrante, a quien el medio natural siempre la ha traído al pairo. Es cierto que más de medio millón de personas se van a beneficiar de esta ley, y que están saltando de júbilo por ello, pero esa no es la cuestión. Estoy convencida de que a todos nos gustaría dormir con un pie en la ola. Por fortuna somos muchos los que preferimos hacerlo sin que llegue a rozarnos con tal de preservar lo que debería ser un bien de todos. Y como espacios naturales, de sí mismos, incluida fauna y flora. Pero de los que ahora nos gobiernan a golpe de desvergüenza y escasa sensibilidad, poco o nada podemos esperar.
Cuando hablo de la desvergüenza del gobierno lo hago analizando sus acciones, cuyas funestas consecuencias se acrecientan día a día, y de las que son responsables todos y cada uno de sus miembros: la falsa metamorfosis de Ruiz Gallardón, la medicina a reculones de la insensible Ana Mato, las duchas frías de Cañete, el erre que erre de Soria, la ineptitud de Wert, la chulería de Montoro, la arrogancia de Margallo…
Ante tanto desatino, y desatinado, uno acaba por preguntarse: ¿esto que estamos viviendo es real, o es que nos lo quieren hacer ver? Lo que yo creo, ahora que tengo tiempo para pensar, es que lo hacen adrede. De otra manera no les saldría como les sale.
Y hablando de salir… Bien airosa salió de su presunta e impensable imputación Cristina de Borbón y Grecia, con todos sus demás nombres, que para eso es Infanta de España. El que no quedó nada airoso fue el juez Castro. ¿Con quién hemos topado esta vez, querido Sancho? Algún día lo sabremos.