La aparente confusión entre opiniones y etiquetas - por Nicolás Guerra Aguiar
La aparente confusión entre opiniones y etiquetas - por Nicolás Guerra Aguiar *
Así, no solo practicarían la llamada “redacción coherente”; también se acostumbrarían al manejo de argumentos. Sirven estos para aplicar conocimientos adquiridos en otras materias e interrelacionarlas (Literatura, Arte, Filosofía… debían estudiarse como variadas manifestaciones de un nuevo pensamiento, renovadas maneras de ver la vida). El Modernismo, por ejemplo, no fue un movimiento literario exclusivamente: afectó a la arquitectura, a la decoración, a los dogmas (el movimiento religioso pretendió reducir el abismo entre la doctrina cristiana, la filosofía y la ciencia. Fue condenado por la Iglesia católica y algunas protestantes).
Pero, claro: era imprescindible la correcta lectura del documento. Y a tales edades resultaba fundamental el continuo manejo del diccionario, pues solo la disección del texto a través de la lengua como bisturí permite entrar en espacios escondidos o disimulados intencionadamente por el autor (no siempre es así en textos rigurosamente técnicos, científicos…, pero sí ideológicos. Sin duda alguna, las ideas definen pensamientos en sus más amplias variantes referidas, por ejemplo, a personas, sociedades, momentos epocales, actuaciones culturales, religiosas, políticas…).
Llevo muchos años, estimado lector, leyendo con interesado detenimiento muchos artículos periodísticos relacionados con la información en general y la sección “Opinión”, muy variada y, a la vez, ilustrativa. Mas, por un elemental principio, mantengo prudentes líneas de selección, pues ciertos posicionamientos extremistas ocultan la buscada neutralidad. Ya lo escribió el fabulista Fedro dos milenios atrás: Peras imposuit Iuppiter nobis duas… (‘Júpiter nos puso dos alforjas: una delante, con los vicios ajenos; otra en la espalda, con los vicios propios’).
Desde hace tres meses añado una nueva perspectiva: me detengo en comentarios de lectores que aportan sus puntos de vista sobre juicios expuestos por quienes escriben con frecuencia en las páginas de periódicos, a veces antagónicos. Pero esta disparidad enriquece: nadie está en posesión de la verdad absoluta (yo hubiera firmado algún artículo de opinión leído en ABC. Y no habría apoyado otro de Público, por ejemplo).
Pero no todos los periódicos digitales ofrecen la anterior oportunidad. Así, ABC, El Mundo, La Provincia, El Día… exigen la suscripción (tres meses por un euro como primer enganche en algunos); otros (La Razón, El Mundo…) recogen aportaciones de sus lectores (muchos firman como eperlajlz-1614669879; jav123er; Casillero…); Público, Diario de Avisos, El Plural, Infolibre… no permiten intromisiones ajenas. Y así hasta Canarias7, infonortedigital, Teldeactualidad… donde los comentarios tienen cabida siempre que se disponga de contraseña. (En lacasademitia.es, diario exclusivo de opinión, basta con rellenar un par de recuadros.) (1)
Tal posibilidad de participación es posible porque algunas empresas lo consideran interesante. A veces permiten trescientos caracteres; otras, dadivosa amplitud. Y los lectores intervienen, lo cual confirma la necesidad social de la comunicación: escriben para ser leídos y expresar pensamientos, derecho al que pocos tienen acceso. (La proliferación actual quizás se deba a la pandemia: cada día nos estamos alejando más de las palabras orales y de las conversaciones cara a cara. ¿Las recuperaremos o su enclaustramiento será una de las secuelas del covid-19?)
Otros reflejan constreñidos posicionamientos, interesadas lecturas -nada que ver con el Ministerio de los 80- a veces ajenas al tema desarrollado por el articulista. Y algunos pocos se invisten de auras celestiales, dictan sentencias condenatorias y se entrometen, incluso, en la psique del autor: dan por sentadas ciertas tendencias ideológicas y fobias (intento de freudiana actividad condenada al fracaso).
Es aquí donde concluyo. Los articulistas de opinión ejercen como tales. Y para corroborar ciertos planteamientos a veces recurren a la argumentación ejemplificada cuya finalidad es solo esa: ilustrar con datos. Pero el articulista descubre la apasionada propensión que algunos irreconocibles manifiestan (pocos, es cierto). No desarrolla crítica argumentada esa minoría, en absoluto: domina el continuado enjuiciamiento con etiquetas de adscripciones políticas, sin más… como si la política fuera el principio y fin de todas las cosas. (No obstante, en general, se aprende. Y el articulista agradece la coherencia.)
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar
(1) Nota de Chema Tante En La casa de mi tía se publican todos los comentarios, sin otra excepción que la de un connotado fascista conejero, que está vetado, no por fascista, sino por mentiroso notorio