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sábado, 20 de abril de 2024 08:39h.

Barones y princesa mora del PSOE - por Nicolás Guerra Aguiar

 

nicolás guerra aguiar pequeña   A la vista está: desde los desideologizados últimos años del Gobierno presidido por el señor González hasta hoy, el imprescindible PSOE (con –S- de socialista) no encuentra la conexión con la calle. El señor Sánchez, con todas sus limitaciones (apasionado personalismo) y muchos enemigos (barones e insaciable princesa mora), es una víctima más en el camino por el desierto… a través de chalés, consejos de administración y palacetes de “Nosotros, los de izquierdas”.

Barones y princesa mora del PSOE - por Nicolás Guerra Aguiar *

 

   A la vista está: desde los desideologizados últimos años del Gobierno presidido por el señor González hasta hoy, el imprescindible PSOE (con –S- de socialista) no encuentra la conexión con la calle. El señor Sánchez, con todas sus limitaciones (apasionado personalismo) y muchos enemigos (barones e insaciable princesa mora), es una víctima más en el camino por el desierto… a través de chalés, consejos de administración y palacetes de “Nosotros, los de izquierdas”.

    El triunfo del señor Rodríguez Zapatero (2004) fue, simplemente, la muy directa consecuencia de una terrible masacre, la de Atocha, barbarie vinculada al Trío de las Azores (señores Blair –diputados ingleses reclaman su procesamiento-, Bush, Aznar), marzo de 2003: despreciaron a la ciudadanía con mentiras, pues Irak no tenía armas químicas. Sin embargo, bombardearon. Las consecuencias, inmediatas: el pueblo español aportó muertos, heridos e impactos emocionales justamente un año después. Lo mismo le sucedió al inglés, 2005.  (Ninguna de las víctimas estaba relacionada con familias próximas a los mandatarios: “Aquí pasó lo de siempre”, declaró un gitano lorquiano a la Guardia Civil tras una reyerta con sangres y muertes.)

   Y sectores peperos, más interesados en las inmediatísimas elecciones que en denunciar al señor Aznar y a su Gobierno como indirectos coautores, guardaron silencio de sepulcro ante las víctimas y sus familiares e intentaron desviar la atención hacia ETA. Diez años después, el entonces presidente reconoce que el Centro Nacional de Inteligencia dudó desde el primer momento sobre la intervención de la banda terrorista. Pero no ha pedido perdón. Tampoco el señor Rajoy, ministro del Gobierno aznariano.

   El pueblo se echó a la calle violentado en su propia esencia por las mentiras que llegaban del Gobierno para desvincular la masacre de las decisiones militares tomadas en Azores pues, a la vez, estaban en juego bolsas petrolíferas y milmillonarios intereses de empresas para la reconstrucción física de Irak. El complejo de inferioridad del señor Aznar resultó compensado; acaso disimulado o, incluso, elevado a la categoría de Cid Campeador… aunque en su conciencia (do juran los fijosdalgo) todo estaba justificado: “Créanme. Hay armas de destrucción masiva”. El Gobierno calló y aplaudió. Y se revistió de cruzado para luchar contra el infiel.

   El mandato del señor Zapatero tiene luces y sombras. Algunos de sus aciertos -escribe Le Monde– fueron la Ley del aborto y la legalización del matrimonio homosexual. Ambos sacaron a la calle a sectores conservadores, capas cardenalicias, báculos obispales y fuerzas del PP, atónitos y desequilibrados por “asesinatos” y mariconadas… (Después, muchos de sus afiliados gozan de tales normales situaciones, y se les ve felices.) Añade el periódico francés que Zapatero también garantizó un estatus legal para las mujeres “protegiéndolas de la violencia de sus parejas” (Ley Integral contra la Violencia de Género). Añado el inicio de las conversaciones para acabar con la violencia de ETA.

   Pero fracasó rotundamente en la política económica frente a la crisis que ya cabalgaba desde EE UU. Y como Aznar, mintió descaradamente a la ciudadanía. A su lado, en sitio preferente, coros y danzas de rastreros, pelotas, pelotillas y aduladores ajenos a sentimientos socialistas, e incluso incómodos con el proletariado. En el poder -salvo excepciones- mediocridades, insignificancias intelectuales, pequeñeces mentales incapacitadas para inteligentes y rigurosas actuaciones, cuando no absolutamente indiferentes a la realidad social y tsunamis económicos negados con insistencia.

   Bien es cierto que no fue un caos escrupulosamente zapaterano –la ficticia burbuja del ladrillo abarcaba a toda la sociedad-. Pero desde el Gobierno fallaron la acción y la respuesta inmediatas. Lógica consecuencia: retirada del señor Zapatero y triunfo absoluto del PP, hoy mantenedor de prodigiosas recetas para la recuperación de los votos (Gürtel, Púnica, Pokemon, Campeón, Bonsai, Umbra, Troya, Brugal…). Si las elecciones de junio se hubieran pospuesto para diciembre, estoy seguro de que la sensible dadivosidad del pueblo español habría sido más espléndida: mayoría absoluta tras la supuesta corrupción policial en Palma…

   Pero el PSOE es el gran perdedor. No dudo de la buena fe del señor Sánchez, en absoluto: les temo a sus allegados. Es ambicioso, ciertamente: un aspirante a presidente del Gobierno debe serlo, pues el deseo ardiente de conseguir algo va implícito en los caminos para su logro. Mas la desmedida ambición echa por tierra su naturalidad, bloquea los circuitos naturales de la inteligencia y apasiona en exceso. Algo quiere demostrar el señor Sánchez (no fue bien vista su candidatura a la secretaría general). Y, sobre todo, quiere arrancarse las dagas que muchos allegados le clavaron cuando inició su campaña para el cargo anterior pues no era el elegido de “Dios”, acaso por díscolo e incontrolable. Su rigidez facial, a veces, lo traiciona como al señor Iglesias. Y se deja llevar por febriles rencores.

   No obstante, el mayor peligro para el señor Sánchez está dentro del Partido. Él no tiene el carisma del señor González, ni su absoluto poder. Por tanto, debe aguantar impertinencias, chulerías, intromisiones, envenenados consejos de barones varios. Estos le rezan a la princesa mora, obsesivamente creída de sí misma y, por tanto, capaz de todo con tal de arrancar el cetro del poder, símbolo de la secretaría general.

   Avisos (acaso amenazas) hubo a cientos para el señor Sánchez a lo largo de la campaña: tiene un mínimo margen de confianza. O gana o lo echan. A fin de cuentas, la cosa es bien sencilla: mientras gobiernen hay poder para los amigos. Y, por tanto, virreinatos personalizados, baronescos. Si pierden, la buena vida se acaba: hay otra más barata, pero no es vida. (O sí, acaso: la misma de antes, cuando eran desconocidos y sentían como socialistas… Pero es una cabronada.)

  Por tanto, señora princesa mora, prepare ajuares y vaya limpiando la corona de pedrerías. Porque resulta curioso: si gana el señor Sánchez, todos colaboraron en la victoria. Si no es presidente, el desastre fue personal y debe abandonar. A fin de cuentas no es “de los nuestros”. 

* En La casa de mi tía, por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar

nicolás guerra aguiar