El cólera morbo, la otra epidemia del S. XIX - por Erasmo Quintana
El cólera morbo, la otra epidemia del S. XIX - por Erasmo Quintana *
Zea Bermúdez - María Cristina
Sobresalía a la sazón en España el General Espartero, quien se llenaba de gloria combatiendo contra las huestes de don Carlos Borbón, el que se creía heredero natural y legítimo a ocupar el Trono de España.
General Espartero - Carlos María Isidro
El abrazo de Vergara
Con muchas sombras, pues, comenzaba la Regencia de María Cristina, coincidiendo en los primeros meses de su mandato -año 1834- en que apareció en nuestro país el azote implacable del Cólera Morbo asiático. El origen de la epidemia fue el río Ganges, de la India, desarrollándose en proporciones aterradoras a todo lo largo del territorio nacional. El número de muertes fue terrible. Y la población madrileña diezmada, pues la carencia absoluta de higiene y la falta de medios preventivos y curativos fueron la causa que coadyuvó a hacer más trágica la epidemia.
La misma población afecta a la Corte se vio presa de una espantosa psicosis, sobre todo por la ignorancia del origen del mal, atribuyéndolo en ocasiones a las más peregrinas y absurdas causas. Tenemos que ponernos en aquella época de atraso y analfabetismo si queremos analizar que apareciera una calumnia infame, que hizo de mecha para producir la explosión social que supuso: un grupo de gente se hallaba, al parecer, junto a la fuente de Mariblanca, cuando un individuo, viendo pasar un entierro gritó “¡Ya sabemos quienes nos matan: nos matan los frailes, que han envenenado las fuentes!” Acto seguido, un joven fraile que allí se encontraba, fue asesinado y su cadáver arrastrado por una horda enfurecida. La noticia corrió con gran rapidez y el populacho quiso tomarse la justicia por su propia mano.
La tercera parte del suelo de la Corte en aquella época estaba ocupada por casas religiosas, siendo todas asaltadas, y en algunas, como la principal de San Isidro, que entonces era convento de Jesuitas, no dejaron a un solo fraile vivo. A raiz de esto la autoridad tuvo que intervenir para contener el exterminio monacal, situación que solo en parte se consiguió. La fiera humana había despertado, y el espíritu clerófobo creyó llegada su hora: en situación tal ¿quién era capaz de meter de nuevo al genio dentro de la botella?
Aquellos días de auténtico horror fueron aprovechados para derribar más de cuarenta conventos en la Villa y Corte estratégicamente situados en su centro, que impedían a los especuladores hacer su negocio con la urbe. La creciente indisposición anticlerical, a pesar de estas medidas tan extremas persistía. Al tiempo de tantas tinieblas y tanto atraso cultural y fanatismo, apareció una monja milagrera, la madre superiora Sor Patrocinio, afirmando al vulgo que había sacado al diablo de su celda de oración y él la llevó al camino de Aranjuez haciéndola ver que María Cristina era una mala mujer (ya se le conocía a la viuda de Fernando VII sus alegres andanzas con los guapos gentilhombres cercanos a la Corte) y que su hija Isabel, en aquellos momentos con minoría de edad, no podía ser Reina de España.
Llamada a declarar, la monja milagrera afirmó que, estando aún de noviciado, le surgió una llaga que sangraba en su costado izquierdo y, un tiempo más tarde, otras cuatro. Fue condenada por la Audiencia Nacional al destierro. Pero, una vez que Isabel II fue coronada Reina, regresaba Sor Patrocinio convertida en la más importante y principal consejera del Reino.
Sor Patrocinio e Isabel II
Estas son, mis amigos, las cosas de la España cañí, de charanga y pandereta más representativas.
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Erasmo Quintana