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viernes, 19 de abril de 2024 10:24h.

Eduardo González Ascanio o la belleza del relato breve - por Nicolás Guerra Aguiar

 Fue un impactante descubrimiento: la prosa que estructura los relatos breves de este gomero afincado en Gran Canaria es de altísima calidad, rica, a veces compleja porque complejos son, a veces, los entramados en que se desenvuelven sus personajes, cuando no  difíciles de aprehender en cuanto que en muchos de ellos están las más variadas versiones de su autor, un hombre complejo en sus interioridades y pensamientos.

Eduardo González Ascanio o la belleza del relato breve - por Nicolás Guerra Aguiar

   Fue un impactante descubrimiento: la prosa que estructura los relatos breves de este gomero afincado en Gran Canaria es de altísima calidad, rica, a veces compleja porque complejos son, a veces, los entramados en que se desenvuelven sus personajes, cuando no  difíciles de aprehender en cuanto que en muchos de ellos están las más variadas versiones de su autor, un hombre complejo en sus interioridades y pensamientos. Y si tales pensamientos engarzan en la pureza de una Cultura, la del mundo clásico griego que Eduardo González Ascanio conoce casi a la perfección –él mismo es puro helenismo filosófico, musical, dramático (en cuanto que hay pasiones conflictivas)-, se ha logrado la cuadratura del círculo: el autor dificulta la comprensión del texto no porque busque elitismos ni desdeñe a las mayorías lectoras, en absoluto. Es que la búsqueda de la perfección resulta innata en él, forma parte de su palabra, es esencia psicológica, manera de sentirse libre y profundamente creador.

   Eduardo González Ascanio

Es más: a medida que va abstrayendo su mente mantiene casi en éxtasis la taza del cortado –“largo, por favor”- mientras busca sostén para su mano derecha en el hombro izquierdo, nunca a la inversa. Parece como si necesitara sentir siempre su condición humana, la física, la de pieles y húmeros, porque teme perderse en un monólogo recreado esta tarde húmeda en torno a la mesa de una cafetería de hotel, más recoleta y recogida, incluso hasta más sugerente para la palabra. (De fondo, música, tal las tragedias de Sófocles. Y como si se tratara de una premonición suenan voces de contrabajos, saxos y trompetas. Pero estas tañen al natural porque ahora no somos como el don Guido machadiano, quien ponía “tasa, sordina a sus desvaríos”. Y le hablo, lector, del inmenso campo léxico relacionado con la música que escribe en “Jazz must be a woman”: Miles Davis, Bill Evans, Stephane  Grappelli, el cuarteto de Charlie Mingus…)

    Y entonces es cuando retoma con serena parsimonia a los protagonistas de sus relatos. Yo le insistía en que, aparentemente, él necesita al lector porque reclama a alguien a quien trasladarle sus ideas para hacerlo copartícipe de aquello que escribe, casi casi un confabulador amigo que a su vez le hable, pero que le diga de sus palabras con sentido crítico. Y contesta sin dilación porque Eduardo González es un hombre que tiene las ideas claras: "Busco al lector que acepta las exigencias del texto.... A veces, al cabo de un mes de haberlos iniciado, no puedo pasar de los dos folios. Por eso no entro en la narración larga, en las novela de trescientas páginas. ¿Cuántos años me llevaría acabarla?”, se pregunta con sonrisa relajante, satisfactoria, muestra de que todo lo tiene analizado.

   Eduardo González Ascanio, pues, no rechaza al lector que simplemente lee. Pero él prefiere al otro, al crítico, al que sea capaz de entrar en sus pensamientos, ideas, vacilaciones y dudas. Le matizo que si el escritor no es hábil para exponer las ideas, por mucho interés que el lector ponga nunca podrá entrar en ellas. Y asiente con humildad, pero nada dice. Aunque su silencio ya sé lo que dice: “Sí, pero ese no es mi caso”. Y se lo hago notar, y parece como si yo le hubiera echado una mano, pues no tuvo que recurrir a la pedantería de otros. Bien es cierto: Eduardo no es un hombre cargado, afectado, redicho, en absoluto. Pero tampoco es rebuscadamente sencillo o natural, en absoluto. Es un hombre discreto porque descubrió hace años el mundo que traduce serenidad, equilibrio, proporción: Grecia. Desea el mundo clásico “porque es como una puerta abierta a todo aquello a lo que se puede aspirar. Otra cosa distinta, claro, es lo que se puede lograr”.

   Por tanto, nada de lo que es vanidad (“aunque siempre hemos sido vanidosos”) le atrae. Muy al contrario, busca mundos en reflexión, conocimientos, harmonías (variante hoy desaconsejada, pero escrupulosamente clásica). “¿Qué mejor reflexión para la vida que las tragedias griegas?”, plantea.  El teatro no es solo elemento cultural, tal como se ha entendido en algunas etapas de la vida del hombre. El teatro no es solo representación, movimientos, actores que deambulan por el escenario: “El teatro forma conciencias colectivas”. Por tanto, puede ser revolucionario. (Y surge, entonces, el nombre de su admirado Sófocles, aquel que en nuestro bachillerato nombrábamos con Tespis, Esquilo, Eurípides… Así, por ejemplo, el tono de los coros sofocleos lo llevan a la narración, a la palabra escrita. Porque aquellos coros entran en el escenario; cantan, bailan; y cuando se marchan, cierran la obra. Sus versos largos lo invitan “a periodos largos que dan serenidad”, la que define a Eduardo “porque es mi manera de ser, es pensamiento…”.)

   Y como hay coros, hay música. Esta es “camino hacia la serenidad o el apasionamiento”. Y por eso nace una de sus obras, Qué haría yo sin la música, conjunto de narraciones breves relacionadas con ella. Porque si escucha los Nocturnos de Chopin, dice, pueden vibrar las fibras de algo que está dentro, y necesita sacarlo. (Pero no siempre hay música, a veces es su ausencia, como en “Se oye un perro a lo lejos”: -A la mujer le pareció oír, escribe, como un perro a lo lejos. Y como hay un amplísimo campo léxico relacionado con lo musical, la música no existe en realidad, pero está allí.)

   En definitiva, la no buscada dificultad en la estructura de los relatos breves de Eduardo González exige al lector la soledad de un sombrío rincón, pues ha de ser avispado, observador y rigurosamente analítico si quiere entrar en el mundo de las ideas, el de Eduardo. Y el placer estético de la lectura como segundo estadio puede lograrse con la palabra escrita, ordenado en forma de libro con tantas partes como relatos haya en él. Ambos componentes son la belleza de la obra. 

También en:

http://www.teldeactualidad.com/articulo/opinion/2013/12/15/9194.html

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/27096-eduardo-gonzalez-ascanio-o-la-belleza-del-relato-breve