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sábado, 27 de abril de 2024 14:00h.

En Kabul las matan a pedradas - por Nicolás Guerra Aguiar



"Después de casi tres años, ella forma parte del paisaje cercano a Las Canteras. Una de las calles que desemboca en la avenida es su zona de trabajo, cerca de donde se refugian potenciales clientes, marinos extranjeros, para beber todo lo que su cuerpo pueda aguantar, e incluso más. Ellos prefieren la tarde-noche, quizás para estar más a escondidas y así pasan desapercibidos o, tal vez, porque su mundo no es el de luces matutinas, juegos playeros, jubilados que quieren recuperar en meses lo que no hicieron durante decenas de años atrás."...

En Kabul las matan a pedradas - por Nicolás Guerra Aguiar

  Después de casi tres años, ella forma parte del paisaje cercano a Las Canteras. Una de las calles que desemboca en la avenida es su zona de trabajo, cerca de donde se refugian potenciales clientes, marinos extranjeros, para beber todo lo que su cuerpo pueda aguantar, e incluso más. Ellos prefieren la tarde-noche, quizás para estar más a escondidas y así pasan desapercibidos o, tal vez, porque su mundo no es el de luces matutinas, juegos playeros, jubilados que quieren recuperar en meses lo que no hicieron durante decenas de años atrás. -Pero lo cierto es que no molestan, por más que discuten acaloradamente, y cantan, aunque no se meten con nadie; alguno se pone pesado, pero es mi trabajo, a veces más parece que están con su madre y no conmigo, que ya me sé unas cuantas palabras en inglés, y en ruso-. Y es curioso: la mayoría, semana tras semana, año tras año, se sitúa en las mismas zonas, casi en los mismos bancos, como si un hilo conductor saltara sobre olas, mareas, salitres, proas y barloventos para marcar rutas indelebles y de esta manera llevarles a los venideros un punto marcado, una zona limitada, un espacio concreto en el paseo de la playa. (¿Será porque allí está ella?)

  Ella fue joven, precipitadamente empujada a ser mayor desde los dieciséis años, cuando tuvo su primer y único hijo, un desliz, un amor apasionado, una estupidez lo de creer palabras cargadas de proyectos, ensoñaciones, futuro de libertad fuera de la casa que odiaba. -Pero volvería a tropezar en la misma piedra por el mismo hombre, cinco años mayor pero atento, embriagador, me hacía vibrar de emoción mientras escuchaba sus palabras en el silencio de la noche, en la soledad de mi habitación, tres cuadras más allá-, pues ni sus padres se comportaban como tales ni estaba dispuesta a encerrar su juventud y su vida entre cuatro paredes con animales y servir a una imbécil señoritinga.

  ¿Fue feliz? -Sin duda, mi amor, mi amol, feliz hasta lo increíble, como en las novelas que veo cuando me quedo en casa. El único año de vida en mi vida, aunque luego me dejó el hijo-. No supo si darlo, entregárselo a las monjitas de un asilo cercano a su pueblo o arrancar  con él, -que sea lo que Dios quiera, porque me dije que cómo se me iba a ocurrir dejárselo a alguien, como quien regala un bolso, o unos zapatos, ¡ni loca!-. Y casi casi en la inicial entrada a la juventud decidió que sería absolutamente suyo, ¡se parecía tanto al padre…! (Erró al paso de los años.)

  Fue muy jodida la vida ya en la capital de la provincia. Allí están los serviles a las órdenes de organizaciones mafiosas que chulean a las mujeres, sobre todo a las que necesitan ayuda. Ella fue una mujer guapa; hoy permanecen indelebles huellas de tal primigenia belleza en mejillas, cara, suavidades en la piel, candores en la mirada. Por eso no le fue difícil convertirse en la preferida de uno de los jefes, aunque este odiaba al niño, -como los leones que salen en la tele, al mediodía, cuando matan a los cachorros de otros padres-. -Aproveché una tarde en que él había viajado a Bogotá para coger el tren, casi sin saber qué iba a hacer, pero yo sabía que un día u otro él arremetería contra mi hijo, como si estuviera celoso, o fuera un sádico, quién sabe-. (Huyó hacia otro infierno.)

  En la estación de destino cayó en manos de un corrupto uniformado -que solo quería plata para dejarme marchar tranquilamente. Y como no se conformó con los billetes que le di, me llevó a lo que llamó un «refugio para mujeres como yo»-. Allí fue explotada sexualmente, pues mujeres de porte y exquisita presencia no se encontraban con facilidad. Se convirtió en la preferida de varios políticos y empresarios muy adinerados, y alternaba tardes con noches, mediodías con mañanas, sábados con viernes y domingos, meses con años. Pero el trabajo ininterrumpido le fue dejando huellas en rostro, cuerpo, que se acentuaban con el sadismo de unos pocos, degenerados mentales, -locos que no sienten si no golpean, como si todo consistiera en eso-. Mas necesitaba seguridad, su hijo iba creciendo y el mejor colegio, gracias a un concejal, era caro, pero allí sería alguien, -aunque al final lo tuve que sacar por presiones de los padres, tanto de sus compañeros como de los propietarios, pues al concejal lo balearon. Ya ves, llamaban «hijo de puta» a mi hijo, que no entendía nada o, al menos, así me pareció, ¡lo veía tan poco mientras crecía…!-. (Y creció. Y se le escapó después.)

  Su llegada a la Isla fue involuntaria. Sabía –tengo un año en una universidad de mi país- de la existencia de Canarias, aunque desconocía el número de islas e, incluso, el nombre de la actual en la que trabaja. Su clientela es variopinta, pero prefiere a los nativos, -en apariencia muy apasionados, pero maternales, muchas veces más necesitados de caricias que de sexo, aunque intentan disimularlo. Quizás sea la manera de ser, tal vez el seseo, la lentitud con que hablan, pero me encuentro muy cómoda con ellos, son absolutamente inofensivos-. Los peligrosos son otros, muchas veces aparentes señores de máximo respeto, cargados de dinero, porque piensan que con la plata todo se puede comprar, incluso hasta lo que no encuentran en su casa con su mujer, que ya pasa de él. Lo mismo que sus hijos, -y lo sé porque en el fondo están vacíos, desvalidos, se encuentran solos-, aunque quizás todo eso los haga de tan mala leche. Pero al cabo de dos o tres veces se vuelven más comunicativos, e incluso hasta quieren conversación, -¿conversación?, mejor es decir que los escuche en silencio-. Pero son momentos, luego vuelven a ser lo que eran en el principio.

  Cuando calla sus ojos y silencia las palabras, así, de repente, camina hacia no sé dónde, pero es preciso dejarla marchar. Ni una sola vez mira hacia atrás, estoy seguro de que no querrá más hablar conmigo porque he removido pasados, aunque yo solo tomaba notas mientras enmudecía hasta los movimientos. Pagué su merienda, mi café, y volví a la vida que llaman de verdad, la que sigue haciéndose casi monótonamente. La suya, bien es cierto, ya ni vibra, sobre todo después de que solo habla con su hijo alguna vez por teléfono, cuando la novia de O. se va al pueblo a ver a su tía. -Y las soledades son injustas, créeme, mi amol. ¿Hace?

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http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=259493

http://www.teldeactualidad.com/articulo/opinion/2012/05/03/7454.html