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viernes, 19 de abril de 2024 23:04h.

La farsa del cuidado del medio ambiente - por Lidia Falcón

 

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La farsa del cuidado del medio ambiente - por Lidia Falcón, abogada, escritora, presidenta del Partido Feminista de España

Las numerosas informaciones, declaraciones y propuestas para limitar las nefastas consecuencias del calentamiento global se vierten públicamente para que la inocente ciudadanía crea que nuestros gobernantes, científicos, politólogos, profesores y demás técnicos del tema se hallan muy preocupados por el grave problema que supone. Se multiplican las soluciones que se proponen, con algunas tan ridículas como que nos desplacemos en patinete, como expresó una representante de Greenpeace en un debate para demostrar que se están buscando, con ahínco, soluciones rápidas y eficaces a la evidente destrucción del planeta.

En Radio Nacional, donde el canal público nos ofrece continuos programas de información y didácticos, hace solo unos días una experta en educación insistió en que era preciso enseñar a la ciudadanía a tomar medidas para reducir la contaminación y para ello era imprescindible enseñar a los niños a respetar el medio ambiente, haciendo que amen a las abejas.

La consigna de que las amas de casa separen los residuos y no compren con bolsas de plástico se ha hecho muy popular, y todas disponemos en nuestra cocina, alguna de 6 metros cuadrados, varios cubos de basura que estorban horrorosamente. Algunas denuncias corren de que después de tan primoroso reciclado, los camiones mezclan todas las bolsas y van caer revueltas en los vertederos, mientras en todos los supermercados, cafeterías y restaurantes nos ofrecen los productos envueltos en envases plásticos. Y lo que nadie cuestiona es que, si dejamos de fabricar plásticos, las fábricas cerrarán y los trabajadores se encontrarán en la calle, aumentando dramáticamente las cifras del paro.

En el mismo canal de radio, un experto en cuidado medioambiental nos explica que en el futuro, más o menos cercano, sólo unas décadas, se resolverá el problema de la energía con el hidrógeno “verde”. Este apellido significa que la producción de hidrógeno se realiza con fuentes de energía verdes: placas fotovoltaicas, molinos de viento. Asegura que el hidrógeno no genera ni contaminación ni residuos. La locutora objeta que el hidrógeno no, pero la fabricación de esos elementos, como las baterías para los coches eléctricos, sí. Y el experto, impávido y un tanto arrogante, replica: “Eso está resuelto hace tiempo. Ya está organizado el transporte y el vertido”. La locutora no se atrevió a preguntar “¿dónde?” y la entrevista concluyó con la aseveración del experto de que el Programa 2030 posee las soluciones para evitar la contaminación.

Por ello es bueno que los lectores conozcan cómo se “transportan y se vierten los residuos”. En el pueblo de Nerva, provincia de Huelva, existe un enorme vertedero a donde van a parar no solo las baterías o las placas solares sino también los restos radioactivos de las centrales nucleares. ¡De toda Europa! El titular de El País del 2 de febrero de 2022 explica: “500 camiones trasladarán desde Sevilla a Huelva 12.300 toneladas de residuos peligrosos procedentes de Montenegro». Decenas de buques transportan sustancias tóxicas desde el mar Adriático con destino al vertedero onubense de Nerva.

Javier Martín-Arroyo en la misma crónica explica que “el buque Muzaffer Bey bordeó Doñana para remontar el río Guadalquivir la mañana del pasado lunes con 5.300 toneladas de residuos peligrosos procedentes del astillero de Bijela, en Montenegro, después de recorrer más de 3.000 kilómetros desde el mar Adriático hasta el puerto de Sevilla. Y el viernes terminará la misma ruta el Dakota con 7.000 toneladas de sustancias peligrosas depositadas a granel, sin contenedores. Ambos barcos suman solo el 11% de las 110.000 toneladas de granalla ―un residuo industrial peligroso con volumen arenoso―, tierras y piedras contaminadas que atravesarán el Mediterráneo hasta el próximo mayo, con la esperanza de evitar cualquier accidente que provoque un desastre medioambiental.” El 14 de febrero el mismo diario nos informa que “El Gobierno detiene el traslado de residuos peligrosos desde Montenegro a Huelva. Transición Ecológica paraliza el viaje pendiente de 40.000 toneladas de tierra y piedras contaminadas hasta el vertedero de Nerva. El traslado de la granalla para limpiar la costa montenegrina, iniciado en 2019 con una primera tanda de barcos, se retomó hace dos semanas con las descargas del Muzaffer Bey y el Dakota, y este segundo buque no figura en el listado de barcos notificados al ministerio por la multinacional francesa Valgo, encargada de la limpieza de residuos contaminados, según un comunicado de Transición Ecológica. La carga peligrosa del Dakota con las supuestas irregularidades ya fue entregada por más de 300 camiones al vertedero de Nerva y está en proceso de ser enterrada en los vasos previstos, por lo que es difícil que vuelva a ser llevada fuera de la instalación de 60 hectáreas.”

Lo que no se plantea, porque ya es imposible, es vaciar ese vertedero.  La información de unos días más tarde explica que “este lunes, el tercer barco de esta tanda, el Shannon River, está descargando 6.000 toneladas de residuos en el puerto sevillano, pero está previsto que su carga no sea paralizada y llegue al vertedero onubense, ya que los presuntos problemas atañen, por el momento, solo al Dakota. Tanto el Puerto de Sevilla como Aduanas aseguran que la interrupción del traslado no está ligada al Shannon River, que dispone de las autorizaciones pertinentes para completar su misión. El ministerio ha pedido al vertedero que no admita aquellos residuos que no hayan llegado todavía y a Aduanas que retenga en frontera nuevos envíos que puedan arribar como parte del mismo expediente, es decir, como parte de las 40.000 toneladas pendientes de traslado”. Esto es todo.

Porque, ¿qué se hace con los residuos contaminados? Quizá enviarlos a Somalia. La agencia NT explica: “Desechos nucleares: el origen de los piratas modernos. ¿Por qué hay piratas modernos en Somalia? Durante años Somalia ha sido víctima de desechos nucleares y pesca ilegal.” En el reportaje aparece una foto con unos enormes bidones en el puerto que muestra el cartel de “Desechos tóxicos”. La guerra en uno de los países más pobres del mundo fue un infierno para los habitantes de Somalia, pero un paraíso económico para los países ricos europeos. Desde finales de la década de 1980 y durante la década de 1990, cuando la guerra en Somalia era una situación normalizada y la ausencia de gobierno parecía no tener solución, los desechos tóxicos de plantas nucleares y hospitales europeos comenzaron a tapizar el fondo del mar de Somalia. Una investigación de Greenpeace publicada en Italia en 1997 demostró que compañías italianas y suizas, y luego también francesas y alemanas, transportaron desechos tóxicos y los depositaron en las costas de Somalia.

Quizá el experto que pontificaba esa mañana en Radio Nacional se refería a ese transporte y vertido como solución a las materias contaminantes que se producen con la fabricación de las energías renovables y las baterías de los coches eléctricos, cuya producción están estimulando los gobiernos europeos con multimillonarias subvenciones a las grandes compañías como Volkswagen, Mercedes, Renault.

Al día siguiente a la entrevista con el experto ecólogo, Radio Nacional informa que la ropa es la segunda producción contaminante del mundo. Para fabricar un par de pantalones tejanos hacen falta ¡10.000 litros de agua! Y para una simple camiseta, 2.500. De esa producción se tiran millones de prendas cada temporada. Una foto aérea nos muestra el desierto de Atacama, a 4.000 metros de altura, una de las regiones más áridas del mundo, tapizado de prendas que se tiran ahí, por avión, de todos los países desarrollados del mundo, donde los ciudadanos, ahítos de ropa, la desechan. La solución expuesta por los expertos de la tertulia de Radio Nacional es que nos compremos menos ropa. Y se quedaron tan contentos. La habitual estrategia del sistema es revertir la responsabilidad en los ciudadanos.

Sería bueno que algún técnico, dirigente o político, fuese lo suficiente inteligente y honrado y reconociera que todos los medios de comunicación dedican sus portadas y sus reportajes a mostrarnos los salones de la moda, que el mundo del espectáculo encandila a los espectadores y sobre todo a las espectadoras, con los atuendos más ridículos, incómodos y rutilantes, y que si se deja de comprar ropa los fabricantes se arruinarán, cerrarán las fábricas, se echará a la calle a miles –o millones- de trabajadores que exigirán con huelgas y manifestaciones en la calle “carga de trabajo”, como hicieron los fabricantes de misiles de la empresa Navantia de Cádiz, cuando la ministra Margarita Robles cometió la ingenuidad de decir que se suspendía el contrato con Arabia Saudí para la venta de tales armas, que estaban matando niños en Yemen. Y como disculpa el ministro entonces de Exteriores, Josep Borrell, tuvo la desfachatez de afirmar que los misiles eran buenos porque eran inteligentes y “solo mataban a quien tenían que matar”.

Porque no hay ningún dirigente político, ni técnico ecologista, ni medio de comunicación, que explique y denuncie que la fabricación, y sobre todo utilización, de armas, es la producción más destructiva del planeta. Al fin y al cabo, quien manda en el mundo es el “complejo militar industrial” como declaró Eisenhower hace cincuenta años.

Las tonterías de circular en patinete, de no comprar tanta ropa, de no utilizar bolsas de plástico y separar las basuras, y las cínicas afirmaciones del experto ecologista sobre el transporte y vertido de los residuos contaminantes, sirven para engañar a la confiada y cómoda ciudadanía de los países ricos con los mensajes de “el cuidado del planeta es cosa de todos”. Así no cae en la tentación de preguntarse si el sistema capitalista no es el causante de la destrucción y la muerte del planeta.

* En La casa de mi tía por gentileza de Lidia Falcón

lidia falcón reseña
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