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domingo, 05 de mayo de 2024 07:33h.

El gobierno sabe lo que hace - por Alejandro Floría Cortés

Atendiendo a la etimología y a la historia de las palabras "política" e "idiota", se puede alcanzar la conclusión por mera observación del debate político y del "no-debate" idiota, tanto en los medios como en la calle, de que no, que no nos enteramos, que estamos convenientemente idiotizados en un alto porcentaje y, lo que es más triste, también lo está la clase política, en una proporción similar entre  sus miembros y miembras.

El gobierno sabe lo que hace - por Alejandro Floría Cortés *

Atendiendo a la etimología y a la historia de las palabras "política" e "idiota", se puede alcanzar la conclusión por mera observación del debate político y del "no-debate" idiota, tanto en los medios como en la calle, de que no, que no nos enteramos, que estamos convenientemente idiotizados en un alto porcentaje y, lo que es más triste, también lo está la clase política, en una proporción similar entre  sus miembros y miembras.

Una clase política que ha demostrado en no pocas ocasiones no saber dónde está, no saber para qué está y haberse vendido a quien correspondiera para prevalecer.

Pero, en definitiva, tolerada y perpetuada por idiotas poco conscientes, apáticos y desinteresados hasta dejar pasar los hechos y la información sobre los que edificar un criterio propio, libre y no condicionado.

Me resulta cuanto menos chocante que no se termine de entender el Gobierno como la gestión delegada de la construcción, mantenimiento y protección del Bienestar (o del Bien Común o del Buen Vivir) de toda la población y que no se rindan responsabilidades inmediatas al no lograrse estos objetivos.

Porque en este sentido se espera que el gobierno "emprenda" medidas que "generen valor" para la totalidad de la población y no sólo para su electorado, pues atender a "segmentos" de población, tal y como viene sucediendo, desvirtúa el sentido del cada vez más caduco concepto de "representación".

La no-consecución de objetivos habría de implicar la sustitución de los "recursos" por otros más eficientes, siempre "orientados al cliente" a quien "hay que escuchar para anticiparse a lo que necesita".

Pero, lejos de suceder así se da la situación de que la estrategia a seguir pasa por minimizar determinados segmentos poblacionales en lugar de destinar esfuerzos a "aportarles valor".

Desde su situación de "monopolio" (de la que escapan magníficas e ilusionantes iniciativas de autogestión) el gobierno no precisa de una guerra revolucionaria con otro competidor para promover un bien o servicio que rompe con los "estándares". 

Amparado por el poco democrático rodillo de una mayoría absoluta, intocable en cuatro largos años, el gobierno sustituye directamente el estandar "público" por el estándar "privado", dificultando e incluso impidiendo el acceso de un amplio segmento poblacional a derechos básicos como la sanidad, la educación y un empleo que se ha precarizado por debajo de ciertas cotas de la jerarquía funcional.

De esta forma, con los conceptos más elementales de la dirección estratégica empresarial (intencionadamente entrecomillados), comprobamos que no se cumple la "misión" esperada de un gobierno democrático para el pueblo, cuya verdadero objetivo ha sido la de establecer la prevalencia social y económica de un segmento poblacional sobre otro mayoritario. 

Todo para una pequeña parte del pueblo sin el resto del pueblo, con más connotaciones medievales que del Despotismo Ilustrado (de tonto ya no se salva ni el apuntador), no cabe la menor duda de que ha tenido éxito.

Y todo esto ha podido suceder por varias razones: 
1. El gobierno ha hecho lo que creía que tenía que hacer (ideología)
2. El gobierno ha hecho lo que le han dicho que tenía que hacer (corrupción)
3. El gobierno ha hecho lo único que podía hacer (no hay soberanía)
4. Una combinación de las anteriores (un cachondeo que te rilas, de hecho, el que nos ocupa)

Y todo ello en un marco teórico muy concreto y tremendamente flexible.

Al comienzo del texto apuntaba, como se puede entender, a nuestra responsabilidad como Pueblo de la situación que estamos viviendo.

Parecemos carecer del más elemental "fundamento razonable" que citaba Tolstoi o de la "libertad de pensamiento" que reclamaba Sampedro y que servía para mucho más que para expresarnos.
Ni  tan siquiera se exhibe la actitud de una clientela exigente que conoce sus derechos. No desde que cesaron las movilizaciones en la calle.

Se da la paradoja de que el pueblo teme al gobierno cuando debería ser al revés. Maldades de una legislación en la que se confunde lo legal con lo legítimo. Falacias de un sistema que quiere al individuo aislado y empresa de sí mismo.

Cuando alguien dispuesto a emprender busca crédito para su proyecto, precisa desarrollar un plan  de negocio que convenza a la parte inversora. ¡Qué poco exigimos al gobierno como inversores de confianza!, ¡qué lejos están los programas electorales del rigor de un plan de negocio, a falta de expresar una acción política global y creíble!, ¡qué escaso compromiso el de los charlatanes que justifican tan ligeramente alejarse de sus promesas sin miedo a perder nada!, ¡y qué pobre actitud la nuestra que montaríamos un buen número en un restaurante por una mosca en la sopa y callamos ante el expolio de nuestros derechos!.

Las teorías son universales pero aplicarlas a la práctica es otra cosa y este mal gobierno y la lucha de clases se fundamenta en la falta de equidad en la disposición de herramientas y oportunidades. A falta de igualdad de condiciones, la libertad parece una utopía escondida en los comerciales de televisión.

No puede sorprendernos que en el gobierno haya ciertos personajes procedentes de ciertas empresas o que terminen en otras tras su experiencia política. 

El gobierno sabe lo que hace: se ha preparado para ello.

* En La casa de mi tía por gentileza de Alejandro Floría