José Ortega y Gasset y sus circunstancias - por Erasmo Quintana *

El filósofo español, José Ortega y Gasset, nos inoculó su empedernido afán de observador con alguna de sus obras, “El Espectador”, de todo cuanto acontecía en el tiempo apasionante y convulso que le tocó vivir: los primeros y dubitativos pasos de su nación en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX. El medio difusor lo quiso en forma de revista mensual donde ir vertiendo sus puntos de vista sobre el pálpito nacional. Con una prosa preciosista y llena de metáforas vemos en Ortega a uno de los más preclaros pensadores de su tiempo. Fue, como digo, interesado espectador de todo cuanto sucedía en el mundo directamente relacionado con su país, analizándolo con su fina auscultación.

Así, pudo comprobar el maniqueísmo de los mandatarios del país más rico y poderoso del mundo, los EEUU de América, cuando a éste le interesó intervenir en la guerra de independencia que Cuba mantenía con España, no viendo otra manera para su aviesa intención que hacer que explotara una bomba en el crucero Maine dentro de la bahía isleña, culpando a España, y así justificar su intervención en la guerra, ellos con barcos de acero y de madera los españoles. Querían quedarse con la Isla, y se la quedaron, convirtiéndola más tarde en el burdel de los EEUU.

Ortega fue un filósofo e intelectual comprometido con su país, al que soñaba y quería. Tuvo un constructivo protagonismo en las hojas volanderas de los principales periódicos fundados por su familia, El Sol y El Imparcial. Con ser el Rector de Salamanca y Ortega y Gasset dos faros luminosos del entendimiento intelectual humano, me siento más cercano a Ortega que a Unamuno, ya que éste apoyó el levantamiento franquista, aunque tambien sea verdad que en sus últimos días se percató de su error, como demuestra el conocido incidente con Millán Astray, que le costó el puesto y le supuso el ostracismo, muriendo al poco tiempo, sin duda víctima de la depresión que le ocasionó su equivocación.

Por el contrario, Ortega se opuso al golpe de estado y, gravemente enfermo, eligió el camino del exilio huyendo de la incipiente dictadura militar de Franco, y de España, un inmenso cuartel. Cuando, protegido por su inmenso prestigio internacional, regresó a España en 1945 y hasta su muerte en 1955, mantuvo un silencio de atronador rechazo al régimen. No se le restituyó la cátedra y su figura fue entonces y ha sido desde entonces una referencia permanente de la voluntad democrática de resistencia al autoritarismo.

Ortega y Gasset vio la luz primera en la madrileña calle de Alfonso XII, donde su portal era guardado por dos grandes leones de mármol. El alcalde Tierno Galván tuvo el acierto de poner en la fachada una placa conmemorativa del centenario de su nacimiento, en 1983, con el perfil de Ortega en relieve. En su mocedad fue un conspicuo lector, y se le veía acompañado de un ejemplar: “La Comedia Humana”, de Balzac. Sus expedientes académicos estaban repletos de matrículas de honor, y se dirige a su padres con cartas en latín. Hace el bachiller con 14 años. Su padre lo induce al estudio de Derecho, pero él se inclina por Filosofía y Letras, en Deusto. Tendrá que examinarse en la Universidad de Salamanca el año del desastre de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, ante un tribunal presidido por Miguel de Unamuno, que lo examina. Tiene 16 años y le subyugan Renan, Nietzsche y Schopenhauer. Mantiene contacto con Rubén Darío en el tabloide “La Nación” de Buenos Aires. Amistades que le marcaron su vida: Paco Agramante, Ramiro de Maeztu y Navarro Ledesma. Se licenció y doctoró en Filosofía y Letras, pues se había metido “de coz y hoz” en esta importante disciplina.

En 1902 conoce a la que sería su esposa, Rosa Spottorno Topete, que le dará tres hijos. Después de su periplo alemán, concentra su esfuerzo en el estudio de Griego, Matemáticas, Química y Psicología. En referencia a Unamuno, con quien tuvo serias diferencias, llegó a decir “Dios mío, qué buen vasallo si hubiera buen señor”, al tiempo que trataría de “Querido amigo y maestro” en su defensa cuando aquél fue destituido de su Rectorado en 1914 por el presidente Eduardo Dato. Aparece el Catedrático de Metafísica y la Junta de Ampliación de Estudios, así como la Institución Libre de Enseñanza. Qué esplendorosos los años compartidos con Baroja, Valle Inclán, Azorín, Ayala, Marañón, y brotaban García Lorca, Salinas, Gómez de la Serna, Guillén, Alexandre, Alberti y Concha Espina.

Ortega escribe sobre La Deshumanización del Arte, Las Atlántidas, y Espíritu de las Letras. En mi pequeña biblioteca hay una bibliografía, no muy extensa pero representativa de la profundidad de este gran pensador: Mirabeau o el político; Idea del Teatro; Discursos políticos; ¿Qué es filosofía?; La Rebelión de las Masas; Estudios sobre el amor; Mocedades; España Invertebrada; En torno a Galileo; Goethe-Dilthey.

“El hombre es él y sus circunstancias”, sentenció desde su atalaya filosófica. De si mismo dijo: “Yo no soy más que un meditador independiente y algo díscolo, un estudioso de ideas, un incitador hacia la vida, que he eludido siempre toda representación oficial y toda magistratura para mantenerme libre y ágil al servicio de mi apasionada misión”. Y también afirmaría: “Periodistas, profesores y políticos sin talento componen el Estado Mayor de la envidia, que, como dice Quevedo,  va tan flaca y amarilla porque muerde y no come. Lo que hoy llamamos 'opinión pública' y 'democracia' no es grande parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas”.

* Gracias a Erasmo Quintana