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jueves, 25 de abril de 2024 02:08h.

La justicia en nuestros antepasados guanches - por El Padre Báez

 

el padre báez...es cosa que sorprende, dado el buen comportamiento de nuestros “padres” que eran honrados y justos, en grado sumo, pues tanto respetaban lo ajeno,

La justicia en nuestros antepasados guanches - por El Padre Báez *

La justicia en nuestros antepasados guanches, es cosa que sorprende, dado el buen comportamiento de nuestros “padres” que eran honrados y justos, en grado sumo, pues tanto respetaban lo ajeno, que el robo casi era desconocido o mal interpretado, pero que la justicia, ejemplarizante, actuaba con excesivo rigor, razones éstas que llevaba a nuestros ancestross a ser gente seria, y muy respetuosa con lo ajeno, desconociéndose casi el hecho de robar o apropiarse de lo ajeno, habida cuenta la sociedad era muy igualitaria, nadie sobresalía en bienes que pudieran ser robados, y tan solo algún equívoco en relación con los animales, sobre todo las cabras, de las que dependían tanto para comer como para vestirse y abrigarse. Se trata de nuestro pueblo, un pueblo justo, y es actitud o virtud heredada y mantenida por nuestros mayores aún al presente. Pero, volvamos a la justicia de nuestros orígenes, porque siempre hubieron amigos de lo ajeno, y sobre todo lo más apetecible era aumentar el ganado, con lo que en relación con estos animales, las cabras, podían haber algún que otro conflicto, y hasta una normativa o casuística tal, que asombra el sentido de justicia y derecho que tenían nuestros antepasados. Robar o apropiarse de lo ajeno, no estaba permitido y fuertemente castigado, razón por la que casi ni se practicaba (el robo). Fue el nuestro, un pueblo que amó mucho la justicia, pero era tal que si se distinguía en el culpable alguna acción punible, si había causado daño o dolor, y si había o no mentido, lo cual era un atenuante, se castigaba. Incluso en el robo -y lo que se podía robar era sobre todo y casi solo un animal o cabra, se miraban los atenuantes siguientes, si en el acto punible había entrado por la puerta, y si no lo hizo escondiéndose, no era castigado, salvo una minucia, que de lo contrario la cosa era de mayor envergadura, el castigo. La verdad es que ante comportamiento tan recto, difícilmente se llegaba a castigar a alguien por algo indebido; que era o fue nuestro pueblo, un pueblo honesto, que respetaba lo ajeno, y más por las duras penas que podía acarrear cualquier falta o delito. Por supuesto, no siendo delitos mayores se solucionaban en el Tagoror, que podía incluso castigar con palos por los distintos delitos, y a tal fin existía el verdugo, que nunca llegaba a matar al culpable, sino reprenderlo y castigarlo por su falta, según la gravedad, pero que un pueblo sabio y prudente, casi no daba motivo para el castigo, y dada su severidad, se cuidaban muy mucho de no cometer ningún delito, siendo un pueblo ejemplar y modélico, de cultura muy elevada, tanto en el comportamiento como en la ejecución de la justicia, que la falta mayor podía ser apoderarse de una cabra, y en ello siempre era discutible la razón y no siempre clara la situación, pues no había ánimo de robar, sino equívocos al respecto (repito). Por supuesto, existía una justicia mayor y como es natural en toda sociedad y tiempo, siempre hubieron causas mayores, y justicia ejemplarizante a tal fin, pero conociendo el buen hacer y comportamiento en general de los guanches, cabe decir sin más sus delitos eran todos, o casi todos de índole menor, pues se trata de un pueblo noble, que rebosa en virtudes y en respeto por lo ajeno y cumplidor de normas y principios, emanados de la formación cristiana traída y previamente recibida y aquí mantenida con total fidelidad, y a veces más que la dejada.

El Padre Báez, que repasando la justicia aborigen, encuentra que llegaba en el peor de los casos a los golpes según el delito, pero con la consiguiente curación de las heridas por los golpes recibidos, de forma ejemplarizante, pero al mismo tiempo manteniendo el sentido cristiano de la caridad, y de ahí que pasaran de inmediato a la curación de dichas heridas, que nos recuerdan la justicia judía previa y la misericordia posterior cristiana que subyace en nuestros antepasados, un pueblo creyente que aprendió por el Evangelio, a respetar lo ajeno, no robando, y en ello, como modelo y ejemplo a imitar al presente, y siempre.

* Remitido poe El Padre Báez