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viernes, 26 de abril de 2024 00:19h.

El loro que decía palabrotas en plan vengativo - por Nicolás Guerra Aguiar

 De entre las distintas maneras que tenemos para comunicarnos hubo meses atrás una en India que me lleva a reconocer la exquisita capacidad humana, genio e imaginación, habilidad para zaherir a través de un coleguilla cómplice.

El loro que decía palabrotas en plan vengativo - por Nicolás Guerra Aguiar *

 

   De entre las distintas maneras que tenemos para comunicarnos hubo meses atrás una en India que me lleva a reconocer la exquisita capacidad humana, genio e imaginación, habilidad para zaherir a través de un coleguilla cómplice. Porque un joven huérfano de padre y madre, afectado por cuestiones de herencias, enseñó insultos e improperios al loro de un vecino para que, de manera continuada, se los trasladara a la madrastra cada vez que pasaba a su lado.

   Es, pues, una nueva forma de comunicación –original estilo indirecto, sin duda- que se añade a las variantes de que dispone el ser humano. Y este, recordemos, en sus relaciones con los demás usa preferentemente las tradicionales estructuras del lenguaje oral y del escrito, dominantes ambas. Aunque cosa bien distinta, claro, es que digan algo o no, que trasladen Ideas o vacíos intelectuales (señorías políticas haylas, mismamente) o nos dejen hundidos en la miseria. Así, por ejemplo, entresaco de una sentencia (Sala Tercera del Tribunal Supremo, 1972): “[…] circunstancias condicionantes que los enternaban en aquel entonces”. (Forma “enternar” inexistente en el Diccionario de la lengua española. Por tanto, ¿les dieron la medalla, los mandaron al trullo o los desterraron?)

   Otra forma de comunicación humana (en momentos, más impactante y clara que palabras sintácticamente ordenadas) es el lenguaje gestual, casi siempre muy expresivo, sobre todo en situaciones extremas. Si cual civilizados peatones circulamos por las aceras de León y Castillo en Las Palmas (por ejemplo), o nos encontramos en la parada del Náutico, lo seguro es que algún ciclista nos dé un cachimbazo o un susto. Después protestaremos o no antes del paro cardíaco, depende de la situación emocional y de nuestros biorritmos. Pero el sobresalto o el golpe nos dejan destartalados como el verde fotingo de Isidorito, en Gáldar, años sesenta. En tales espasmos hay ciclistas atropelladores que no se impresionan ante el mal ajeno, muy al contrario, pletorizan y muestran en su rostro algo así como un vibrante éxtasis, a la espera de nuestra reacción.   

   Si nos callamos, se marchan compungidos e, incluso, hasta cabreados. Y se les nota su frustración. Por eso van desesperadamente a la búsqueda de otra víctima propiciatoria, a ver si esta reacciona con emputamientos y malsonancias. Y ahí les llega la convulsión plena: reaccionan ipso facto con lenguaje gestual. En vez de ayudar inmediatamente al descuajaringado paseante, lo que vemos en ellos es la ostentosa exposición del enhiesto dedo medio, corazón, mayor o cordial que lanzan hacia delante con el antebrazo mientras los otros cuatro dedos doblan sus espaldas y lo cimentan en su base.

   El significado de tal gesto es tan manifiesto (“¡Vete a tomar por saco, sanaca!”) que no necesita apoyo fonético, aunque sí de una jeringona sonrisita. Y como es un lenguaje internacional, tiene a veces contundente respuesta también gestual por parte de algunos osados varones: estos colocan la mano derecha en la entrepierna o bragadura y mecen hacia arriba y abajo aquello que allí se oculta y protege. Oportunidad, por otra parte, que algunos aprovechan para ubicar las dos manos en clara manifestación de inmenso poderío, pues el desarrollo físico de los tales y cuales desbordan la capacidad receptora de una sola mano. ¡”Fantasmillas que son”!, dirán algunos.

   ¿Y por qué no hábiles estrategas para aprovechar tal gratuita publicidad de sus desbordadas capacidades reproductoras? (Cosa curiosa, para meditar: el macho reacciona como si necesitara demostrar con tal gesto su virilidad, pues tiene aquello que Miguel Hernández llamó “cosas de varón y hombre”. O lo que es lo mismo, que puede reaccionar como macho que es y usar la fuerza física para darle un cachimbazo al ciclista si fuera menester.  Pero si la mujer –es un suponer- meciera un pecho de la misma manera, ¿cómo reaccionarían los testigos? ¿Acaso considerarían su gesto como una provocación al ciclista y la tildarían de muy provocativa y desvergonzada? Porque, para otros, el gesto del varón podría referirse a succiones o libaciones del miembro viril.)

   Y como sabemos por el caso de India, puede haber otras variantes para la comunicación aunque, eso sí, más sofisticadas y originales. Aquel joven hijastro que usó al loro para insultar a la madrastra es sabio lector. Sabe, por ejemplo, que algunos narradores usan la segunda persona del singular (“tú”) con valor de primera. Es decir, que el pronombre “tú” realmente quiere decir “yo” (“Tú sabes que aquellos amigos te engañan”), práctica que ya está presente en Pérez Galdós y que se impuso en el siglo XX entre originales recursos para la técnica narrativa.

   Pero él fue más allá: aprovechó la incontrolable capacidad imitadora del loro –obsesión que la propia lengua aprovecha- y le enseñó insultos y frases provocadoras. Por tanto, el animalito se convirtió en el álter ego, el otro yo, casi el trasunto del pícaro y avispado joven hindú (“¡A mí que me registren” –le comentaba a la madrastra, “pregúntale al loro!”).    En conclusión: la señora denunció y el dueño tuvo que presentarse con él en comisaría… para que los investigadores policiales sometieran al loro a un hábil interrogatorio. La señora pasó varias veces por donde el animal se encontraba y este, astuto y taimado, guardó silencio durante los quince minutos. Y así, claro, no hubo acusación por parte del fiscal. Pero como aquellos agentes no eran tontos, desterraron al loro (ninguna ley lo prohíbe) a un gran bosque cercano con la orden de alejamiento, por si acaso.

    Puede ocurrir, sin embargo, que interesados regímenes políticos obstruyan la directa comunicación a través de palabras orales y escritas. Es el caso de Turquía: como están en precampaña y dos periódicos y dos canales de televisión mantienen posicionamientos críticos frente al Gobierno… la justicia los interviene, los deja mudos. Pero como saben la historia del joven hindú, dícese que los señores jueces ordenaron la detención preventiva de todos los loros. Por si acaso, nenel.

 

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar