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viernes, 03 de mayo de 2024 00:42h.

Al margen de la política: don José Macías - por Nicolás Guerra Aguiar

 

NICOLÁS GUERRA AGUIAR 100El pasado lunes murió don José Macías Santana, activo militante del PP (concejal, vicealcalde de Telde, presidente del Cabildo Insular de Gran Canaria, senador…). Sin embargo, deduzco que fue mucho más en la vida: acaso una buena persona con humanas debilidades, claro, pero respetada por la inmensa mayoría. Y llego a tal conclusión pues -generalizo- no hubo periódico digital o agencia informativa en que no se diera la noticia. Valga un ejemplo: titulares sobre su fallecimiento a lo largo de casi tres páginas de Google.

Al margen de la política: don José Macías - por Nicolás Guerra Aguiar  *

 

josé macias

El pasado lunes murió don José Macías Santana, activo militante del PP (concejal, vicealcalde de Telde, presidente del Cabildo Insular de Gran Canaria, senador…). Sin embargo, deduzco que fue mucho más en la vida: acaso una buena persona con humanas debilidades, claro, pero respetada por la inmensa mayoría. Y llego a tal conclusión pues -generalizo- no hubo periódico digital o agencia informativa en que no se diera la noticia. Valga un ejemplo: titulares sobre su fallecimiento a lo largo de casi tres páginas de Google.

Conocí y traté a don José desde mi etapa como vicedirector del Instituto Pérez Galdós. Él, en tales momentos, presidía el Cabildo. En 1996 pretendí acercarles a los alumnos no ya las tradicionales imágenes de cada isla canaria (exageradas las más de las veces por intereses grupales ajenos a la natural idiosincrasia colectiva) sino, por contra, la auténtica realidad de cada una. Para lograrlo necesitaba ayuda externa, fundamentalmente de la institución cabildicia. Me presenté al señor Coto (intermediario con el presidente en su condición de jefe de protocolo y algo así como jefe de gabinete) y le expliqué mis intenciones. A los pocos días recibo su llamada: don José me recibirá.

palmeral premios nobelCon rigurosidad horaria entro en su despacho. Sabe cuál es el motivo de mi presencia y me da su visto bueno: el Cabildo nos ayudará en todo, “a fin de cuentas ocho Premios Nobel de Medicina habían plantado en el instituto el Palmeral Premios Nobel”. Por tanto, y sobre la marcha, comprometió por teléfono a los seis restantes presidentes, los cuales me pusieron en contacto con sus jefes de gabinete.

El éxito de la jornada fue impactante: cada mes, un Cabildo realizaba actividades de lunes a viernes. Y el cierre oficial lo hacía su presidente o representante, siempre acompañado por don José Macías. Charlas, música (el timple de “El Colorao”); arte, historia, sociología, agricultura, gastronomía (quesadillas herreñas); botánica (Garajonay, parque gomero Patrimonio de la Humanidad); exposición fotográfica de Canarias7 (Vicente Llorca); magistrales lecciones de Pedro Lezcano sobre hongos, setas; bellísimos reportajes desde Lanzarote (Ildefonso Aguilar, musicador del paisaje conejero)… se desarrollaban con distintos grupos de alumnos. (Por cierto: como era la primera vez que se les ponía en contacto con las otras islas, su comportamiento fue ejemplar y sorprendente para los intervinientes.)

Y su coche oficial a disposición para recibir a los presidentes de cabildos (señores Becerra, de Lanzarote; Chacón, de Fuerteventura; Martín, de Tenerife). O, en su caso, a la vicepresidenta de El Hierro, señora Allende.  (El Cabildo de La Gomera, sin explicación alguna, comunicó días después su no participación. Tampoco lo hizo La Palma: una tormenta de varios días sobre la Isla lo impidió: estuvo incomunicada.)

A partir de aquel año siempre charlábamos cuando nos veíamos en la calle (poco tiempo atrás, en la Cueva Pintada). Y como jamás tocamos la política, nuestras conversaciones se desarrollaban con fluidez e, incluso, me atrevo a decir que hasta con cierto aprecio. (Conversaciones, por cierto, continuamente interrumpidas por personas para mí desconocidas. En unas era patente su afinidad con el PP; en otras, el gran respeto.  También políticos de distintos partidos se acercaban a don José, lo saludaban con afecto y notariaban en sus palabras entrañable proximidad, aprecio, consideración personal.)

Pocos días después de abandonar su escaño en el Senado me llamó por teléfono. Quería hablar conmigo. Nos citamos en la cafetería hoteril próxima a su casa, donde siempre nos veíamos. Me dio a leer tres folios escritos a mano. Se trataba de su despedida personal de la presidenta y del resto de sus señorías (no distinguió signos políticos, en absoluto). No sé si al final la envió, pero revisé estilísticamente su texto. Obviamente guardo en la memoria el secreto de su contenido, pero sí destaco la recia sensibilidad de sus palabras, cargadas estas de hondo afecto, agradecimiento y aprecio a quienes compartieron con él tantos años en aquella Cámara: palabras exactamente las mismas para sus coincidentes ideológicos y contrincantes políticos. Cuando le devolví las copias, solo había algunas observaciones lingüísticas, técnicas o sintácticas en torno a estructuras y acentuaciones. Me hizo un comentario: nada le añadía o quitaba sobre el contenido. Mi respuesta fue inmediata: “Cuando las palabras salen de un corazón noble y sencillo, no me atrevo a tocar ni una vocal”. A partir de ahí recordé el refrán popular y, por tanto, sabio: “Por la boca muere el pez. Piensa antes y habla después”.

Pasados varios meses, otra llamada de dos José, exactamente en las mismas condiciones de la anterior: “Necesito hablar contigo”. Solícito, me puse a su disposición. Me habló de mis artículos (“Que conste que te leo, y tu mujer es testigo, aunque no siempre coincidimos”), de escribanías, de cuando presenté (estuvo allí) el libro sobre Salvador Sagaseta y Pedro Lezcano, víctimas de consejos de guerra (“injustos”).  “Por tanto, me dijo, quiero que le eches un vistazo a lo que estoy escribiendo sobre mi vida política desde sus inicios”. “Por supuesto”, le contesté. Y me sorprendió, de verdad: a fin de cuentas, éramos absolutamente opuestos en lo ideológico.  Añadió inmediatamente: “Estoy apenado por todo lo que sale sobre mi partido, no salgo de mi asombro. ¡Cuánto daño están haciendo!”. (Por respeto a don José, ni tan siquiera salió de mí un hálito distinto a los habituales: no quise, por si acaso, mostrar asombro o perplejidad. Pero sí me impactó su desapasionamiento y, a la vez, intenso dolor.) Al poco, otra llamada: “He dejado de escribir. Aparecen muchas personas”.

Con don José Macías, en fin, tuve muy buena relación, afectuosa y de respeto: me atrajo su bonhomía. Lo tuve siempre como modelo de integridad, prudencia y decencia, el claro ejemplo de que dos personas pueden apreciarse a pesar de no coincidir políticamente –o discrepar, incluso-. Representa al sector pepero civilizado, dialogante y ético. El otro, como a don José, me apena.

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar

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