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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

La mentira es contrarrevolucionaria: sobre los embaucadores en la memoria histórica - por Agustín Millares Cantero

 

FRASE MILLARES 2

La mentira es contrarrevolucionaria sobre los embaucadores en la memoria histórica - por Agustín Millares Cantero, historiador *

 

“La verdad es revolucionaria”, establece el conocido aserto de Antonio Gramsci, luego en pura lógica la mentira tiene que ser contrarrevolucionaria. En las investigaciones sobre la Memoria Histórica en Canarias se han infiltrado, desgraciadamente, elementos que han propalado falsedades múltiples que no favorecen en absoluto la real denuncia de los crímenes del fascismo. Todo lo contrario: con tergiversaciones o medias verdades se dan armas al enemigo de clase para desprestigiar la tarea de quienes, con muchos esfuerzos y sacrificios, intentan combatir los silencios programados durante la llamada Transición democrática. Ha costado mucho disponer hasta de una legislación defectuosa que, para más inri, es a menudo incumplida desde los poderes públicos.

Argumentar la existencia de 5.000 o de 8.000 asesinatos por obra de la represión franquista en este Archipiélago, constituye una monumental exageración que carece de la menor base empírica. Afirmaciones gratuitas de tal corte, permiten que las fuerzas interesadas en ocultar o reducir la barbarie reaccionaria desprestigien la totalidad de los estudios concernientes al tema. Ni la izquierda burguesa ni la proletaria deben incurrir en este grave error, y mucho menos definir el talante revolucionario a través de una absurda competición numérica de tal índole. Ya embarcados en el puro dislate, ¿por qué no 10.000 o 15.000 suprimidos?

Al ser documentadas versiones orales antitéticas o parcialmente distintas acerca de un episodio en especial problemático y truculento, lo propio es examinarlas todas con extrema formalidad y referir por qué motivos fundamentados hay que optar por una y desechar las otras. Es preciso actuar en este ámbito con enormes cautelas y no dejarse llevar por reacciones preconcebidas. Ningún analista riguroso ha de omitir esta exigencia elemental y otorgar certidumbres a priori que no estén bien acreditadas. En ocasiones, incluso, se ha de admitir que el contraste entre determinadas exégesis no permite llegar a conclusiones definitivas. Aquí radica una de las diferencias primordiales entre el científico y el charlatán.

En el llamado “caso Braulio”, nunca propuse que se requirieran necesariamente “documentos escritos” para acreditar un crimen fascista, porque sobrada experiencia tengo a mis espaldas en lidiar con incurias documentales y recurrir a la oralidad como fuente histórica, si bien de acuerdo con los referidos postulados. Estaba haciendo mención, según el orden expositivo, a la fantasmagórica cifra de asesinatos en las Islas durante la Guerra Civil. Disponemos de informes del Partido Comunista de España, elaborados en los duros años cuarenta, que indican unos 900 desaparecidos y nuestros estudiosos actuales los elevan hasta casi los 1.200 después de minuciosos cómputos, si bien todo este esfuerzo “academicista” es pura quimera ante las iluminaciones de los “proletarios sin caché universitario”, de reconocida ciencia infusa.

No obstante, mis incertidumbres respecto de la suerte del bebé crecen muchísimo, debo reconocer, al observar con asombro que primero se atribuye su muerte al falangista apellidado Penichet y ahora al tal Pernía. ¿En qué quedamos, gonzález y santanas? Uno de los requisitos básicos del buen tratadista, claro está, reside en no entrar en contradicciones de este jaez y desautorizarse de manera tan burda. Cuando no se tienen nítidas las ideas en puntos capitales, la mejor fórmula es la del prudente silencio. ¡Y no se me diga que ha sido una errata fruto de la celeridad, porque uno ya no está para digerir esas evasivas! Sin más, ustedes no han reconstruido los hechos a partir de hipótesis factibles con la mínima seriedad metodológica. Pero qué importan estas bagatelas ante quienes asumen en exclusiva la defensa de los represaliados del pueblo, frente a esos adoradores de la “burguesía fascista” que se atreven a desenmascarar sus artimañas. Portento de interpretación materialista de la Historia, sí señor.

Entre los deberes de los investigadores honrados, tengan o no titulación académica, figura el de identificar con exactitud los nombres y apellidos de los criminales, no circunscribirse a señalamientos equívocos que puedan sembrar dudas a propósito. Actuar de esta última manera no sólo implica una falta impresentable en términos historiográficos; representa también una actitud cobarde que elude el compromiso bajo subterfugios. Lectores y lectoras pueden encontrar, en el ensayo que escribí con Maximiliano Paiser Medina [Doctor Monasterio (1909-1936). Un joven isleño asesinado por falangistas, Barcelona, 2016], modelos de cómo reconocer palmariamente a los verdugos, en este caso los artífices del exterminio de los diez del Dómine.

El respeto a la imagen de los asesinados y de sus circunstancias no debe ser objeto de la menor adulteración, para eludir cualquier síntoma de regusto hagiográfico. Si los miembros de una comisión gestora nombrada a dedo por un gobernador civil del Frente Popular fueron liquidados tras defender la legalidad republicana, es muy legítimo presentarlos como héroes democráticos, pero no en calidad de representantes elegidos por el voto popular. Las falacias de este tipo se combaten simplemente con horas de archivos, bibliotecas y hemerotecas, algo que ciertos individuos han practicado muy poco. Bastante cómico resulta que el apreciado historiador tinerfeño Ricardo Alberto Guerra Palmero se transforme de pronto en “el palmero Ricardo Guerra”, al no consultarse en verdad ni las portadas de sus publicaciones.

Los métodos de la Historia Oral determinan ser muy cuidadosos con el honor de las personas, sean del signo que sean, y no emitir juicios denigratorios sin base alguna. Si, por ejemplo, un deponente plantea que Agustín Millares Sall fue “Jefe de Propaganda de FET y de las JONS” y cometió tropelías en la Mar Fea durante la Guerra Civil, el deber de quien recoge sus palabras es indagar la certeza de dicho testimonio, hasta descubrir que se le confunde con Agustín Espinosa García y que por aquellos años no estaba el futuro poeta comunista en la isla redonda. Dar por sentado que esta falsedad es axiomática e intentar difundirla a los cuatro vientos, constituye una demostración irrefutable de la más repugnante vileza.

Un demagogo es un demagogo, aunque se vista de técnico informático; asalariado, eso sí, ya que los profesores universitarios siempre fuimos parásitos explotadores. Eso de las certificaciones con pólizas y sellos en torno a las atrocidades del fascismo, merece incluirse en una antología de la sandez, apartado chulesco. Y es evidente que nunca se pretendió arremeter contra la familia Millares al referirse a los “apellidos ilustres” que miran “por encima del hombro” a “cualquier González o Santana, proletarios de mierda”. ¿En qué calenturienta imaginación caben tales suposiciones? Obviamente, a mí se me otorga el título de “hijo predilecto” por los servicios que tributo a los “señoritos de la gauche divine”.      

La “infame y nauseabunda campaña” contra la que arremetí no se refería principalmente al lance de la criatura supuestamente asesinada en San Lorenzo, sino a los manejos globales de un incompetente plumífero cuyos libelos “constituyen un monumento a la bajeza humana, un insulto a la inteligencia y un atentado a la historiografía insular”. Este era el meollo del asunto, con un alcance genérico: ajustarle las cuentas a un manipulador que carece de la menor credibilidad, aunque lamentablemente se la hayan conferido varias organizaciones de las izquierdas en determinadas circunstancias, y que se atreve a tachar de “negacionistas” a quienes no secundan todas sus entelequias. Estamos frente a alguien que falsifica la realidad sistemáticamente e ignora lo que se trae entre manos. A las muestras argumentadas, más que suficientes, podría añadir otras muchas.  

Los historiadores tenemos la obligación de salir al paso de estos embaucadores y he criticado públicamente de palabra en múltiples oportunidades al que ahora nos incumbe. Si me decidí a trasladar las censuras por escrito en estos días y llevarlas a un medio de comunicación, fue ante todo al comprobar que los infundios relativos a mi padre arreciaban en las redes de la mano de semejante “bribón” y de otros de su calaña. Todos elegimos a nuestros compañeros de ruta con entera libertad, mas quien secunda a un difamador se hace cómplice de sus arteros procederes. Ambos especímenes están ya en el basurero de la Historia. Y punto final, por mi lado, a esta polémica en la que alcancé los objetivos propuestos.

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Agustín Millares Cantero

agustín millares cantero

 

 

 

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