Buscar
jueves, 25 de abril de 2024 02:08h.

Cuatro meses menos dos días - por Luis Pérez Serichol

 

FRASE LUIS PÉREZ RELATO

Nota de Chema Tante: José Manuel Castellano, organizador del Premio "Testimonios, vivencias, reflexiones e imágenes en tiempos de covid-19, Ecuador, Tenerife, Málaga y Roma" en el que resultó galardonado este relato, pensaba dar a conocer el veredicto el día 15 de julio. Lamentablemente, Luís Pérez Serichol se marchó sin poderlo recibir materialmente, aunque lo recibe, por supuesto que lo recibe, su memoria. Yo diré que, en mis ya tres lustros largos de abrir La casa de mi tía, no me emociono por casi nada. Pero hoy me encuentro conmovido. Aquí está Luis, con la placa de la Asociación para la Defensa de las Pensiones Públicas de Canarias, que ya no será la misma sin él, pero seguirá luchando, por el recuerdo de su ejemplo. Muchas son las firmas que honran esta casa de la tía de todas y todos, pero pocas veces se ha sentido tan orgullosa como cuando puede ofrecer este sencillo homenaje póstumo a quien tanto honor merece.

Cuatro meses menos dos días - por Luis Pérez Serichol (Artículo premiado en el certamen "Testimonios, vivencias, reflexiones e imágenes en tiempos de covid-19, Ecuador, Tenerife, Málaga y Roma" convocado por la editorial Centro de Estudios Sociales de América Latina, con la colaboración de La casa de mi tía, entre otras)

Podría decirse que tengo experiencia sobrada en confinamientos, aunque nunca pensé que iba a vivir uno tan prolongado.

Para situarles, les cuento que desde hace bastantes años sufro de problemas respiratorios. De hecho, me diagnosticaron, siendo bastante joven aún, un enfisema pulmonar severo, un EPOC, como se denominan ahora a las enfermedades pulmonares crónicas.

Hasta hace dos años, ese problema no me impidió hacer una vida muy activa, ni tampoco viajar por medio mundo. Mi limitación se reducía a tener que subir las cuestas a un ritmo inferior al de mis acompañantes.

Pero lamentablemente, esa libertad de movimientos cambió. Ahora vivo conectado a una máquina de oxígeno durante 15 horas diarias y eso limita mucho mi vida social, aunque bueno, dispongo de nueve horas al día para salir, así que puedo quedar para comer, o para ir al cine e incluso para asistir a las reuniones de la plataforma ciudadana con la que colaboro.

Eso si no fuese por un cúmulo de circunstancias que se conjuraron para hacerme la vida más complicada aún.

Verán, yo vivo en Candelaria, un pueblo costero que cuenta con el mejor clima del mundo. Y no lo digo por decir. Una temperatura media anual de 24 ºC y una precipitación de 21 mm lo avalan.

Pero eso también ha empezado a cambiar como consecuencia del cambio climático. Yo lo percibo claramente por las calimas, esas masas de arena que nos trae el viento desde el vecino desierto del Sahara. Hasta ahora llegaban muy espaciadas y no demasiado densas, sin embargo, últimamente están llegando con mucha más frecuencia y con un porcentaje de polvo por metro cúbico muy alto, y eso, para quienes sufrimos problemas respiratorios es una pésima noticia.

Pues bien, a finales de febrero, el día 22 concretamente, se precipitó sobre Canarias la calima más fuerte de los últimos 40 años, hasta el punto de que tuvieron que cerrarse los aeropuertos. Más de 60.000 toneladas de polvo se depositaron en el suelo canario. Naturalmente, opté por el confinamiento voluntario con las ventanas de casa cerradas a cal y canto.

Esa tremenda calima duró varios días y tras un pequeño respiro nos llegó la siguiente, no tan fuerte, pero que también me impedía salir de casa, y que ya empató con el estado de alarma y el confinamiento general.

Es decir, que cuando el resto de la población comenzó a vivir esta especie de distopía el 14 de marzo, yo llevaba ya, salvo un pequeño paréntesis, unos 22 días recluido en casa.

Realmente no me ha resultado difícil, como les decía, estoy acostumbrado a pasar en casa gran parte del tiempo y dispongo de recursos suficientes para llenar el día. Estoy muy bien comunicado con amigos y familia, me gusta leer, me entretengo estudiando aperturas de ajedrez, le dedico algún tiempo a navegar por Internet y veo alguna película en la televisión. Aunque vivo solo, el piso es amplio, muy soleado, y con unas magníficas vistas sobre el mar, y eso, desde luego, ayuda.

Sin embargo, he echado mucho de menos caminar, pasear por la Avenida Marítima, sentarme en algún banco a leer mirando al mar, tomarme un cortado en una terraza leyendo el periódico… esas pequeñas cosas, pero sobre todo necesitaba caminar.

En España vivimos varios millones de personas mayores de 65 años, yo tengo 72, muchos de nosotros padecemos dolencias varias propias de la edad, como problemas coronarios o respiratorios u otras enfermedades para las que los especialistas recomiendan ejercicio físico y, principalmente, caminar.

Tantas semanas sin hacerlo van a suponer una gran pérdida de masa muscular que a la gente mayor nos va a resultar muy difícil recuperar, por lo que el deterioro de nuestra salud puede ser irreversible. Creo que las autoridades sanitarias y políticas no han reflexionado suficientemente sobre este problema y, si lo han hecho, no han aportado soluciones adecuadas. Las personas mayores deberíamos haber podido disponer en España, como en el resto del mundo, de unas horas al día para salir a caminar, siempre tomando las debidas precauciones, claro, pero eso solo se permitió en una fase muy avanzada, cuando el mal ya estaba hecho. No parece lógico que pudiésemos ir a un supermercado a comprar, donde hay muchas más posibilidades de contagio y no a hacer algo de ejercicio en un espacio abierto, mucho más seguro.

Pero volviendo a mi confinamiento particular… Pues resulta que una vez que ya pudimos empezar a salir unas horas al día, y me disponía a disfrutarlas, dejaron de funcionar los dos ascensores del edificio donde vivo. Y vivo en el 6º piso. Quince días tardaron en solucionar el problema, aunque parezca mentira, y durante ese tiempo ni se me ocurrió intentar bajar a la calle. No hubiera podido volver a subir. Afortunadamente mi familia y amigos me solucionaron los problemas de aprovisionamiento.

Pero tampoco terminó ahí la cosa. Cuando por fin se arregló el problema de los ascensores, tuve que llamar a urgencias por culpa de una grave crisis respiratoria. Permanecí 15 días en el hospital hasta que por fin pude volver a casa, donde he tenido que permanecer confinado hasta hoy, día diecinueve de junio, por otra racha de calima.

Hoy se ha retirado por fin. Tengo las ventanas abiertas, entra el sol y la brisa marina y empiezo a verlo todo de otro color. Esta tarde intentaré mi primer paseo y espero poder seguir dando muchos más.

Cuatro meses menos dos días en total.

* La casa de mi tía, con toda el alma, agradece a Luis Pérez Serichol el testimonio de una vida dedicada a defender los derechos populares

luis pérez serichol

 

mancheta 23