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jueves, 25 de abril de 2024 15:33h.

Niños con limitaciones físicas, padres impotentes (Asociación Yadey, ni siquiera les permiten ser) - por Nicolás Guerra Aguiar

"Si usted, estimado lector, quiso ir con su hijo o nieto de cinco años al Confital (rincón casi natural de Las Palmas de Gran Canaria) en los pasados meses de vacaciones para que ambos disfrutaran de un buen rato de playa, pudo llegar hasta la parte alta en su coche, incluso en la guagua... Sin embargo, es zona vedada para otros, por más que sus mentes estén embriagadas por lo que ven desde arriba, un trozo de costa que se les mete en pupilas, oídos, conductos olfativos, piel, manos y extasía desde la distancia, lo único a su alcance."

Niños con limitaciones físicas, padres impotentes (Asociación Yeday, ni siquiera les permiten ser) - por Nicolás Guerra Aguiar

   Si usted, estimado lector, quiso ir con su hijo o nieto de cinco años al Confital (rincón casi natural de Las Palmas de Gran Canaria) en los pasados meses de vacaciones para que ambos disfrutaran de un buen rato de playa, pudo llegar hasta la parte alta en su coche, incluso en la guagua. Como la carretera de bajada es muy estrecha y está llena de baches (por suerte, es un gran freno), quizás dejó su vehículo aparcado y, después, ambos se echaron a caminar por la vía de madera adosada al risco y que va descendiendo con absoluta seguridad. Abajo, charcones naturales, zonas de gorda arena, decenas de jóvenes que con sus tablas se mecen sobre la ola mientras voltigean con absoluto dominio de cuerpos y movimientos de la mar… Sin embargo, es zona vedada para otros, por más que sus mentes estén embriagadas por lo que ven desde arriba, un trozo de costa que se les mete en pupilas, oídos, conductos olfativos, piel, manos y extasía desde la distancia, lo único a su alcance.

   Si usted, estimado lector, quiere bajar con su hijo o nieto de cinco años al Confital, sólo puede hacerlo si aquel no tiene problema alguno para moverse. Porque como su desplazamiento esté condicionado a una silla de ruedas, lo que para casi todos es natural se convierte en un imposible absoluto, pues la vía de madera adosada al risco está puesta para la gente de movilidad normal. No recuerdo cuántos, pero me parece que andan por cuarenta y tantos los escalones que en trechos nos encontramos.

   Y tales impactos emocionales, frustraciones, reveses e infortunios van endureciendo los corazones de sus padres, impotentes, anulados por su propia incapacidad por más que la serenidad playera, su belleza, salitres y las a veces suaves sonoridades de las olas sean medicamentos que los especialistas recomiendan continuamente para aquellos niños que, por sus propias limitaciones físicas, dan consistencia a asociaciones y plataformas, las cuales reivindican la mano de la Administración para hacerles más llevadera su propia barrera.

   ¿Qué siente, por ejemplo, don Alexis Bethencourt, padre de Yadey, cuando tropieza un día sí y otro también con la imposibilidad de bajar a su hijo al Confital, por más que es consciente de lo relajante y bueno que resultaría para Yadey la proximidad al aire de la mar costera aunque se tratara de quince minutos, cercano al agua y al salitre cargado del yodo tonificante, elemento químico esencial para el organismo? Porque aquel chorro de aire marino, además, va repleto de iones negativos que actúan como relajantes y crean estados de bienestar gracias a la serotonina, neurotransmisor cerebral…  

   ¿Qué siente aquel padre, estimado lector? Yo se lo voy a decir. Estuve hablando con él casi dos horas una de estas tardes estivales mientras el sol impactaba en el diálogo y me identificaba más con su estado de ánimo, sobre todo cuando me puso el ejemplo de El Confital, de su imposibilidad de bajar a Yadey porque, además, con buena disposición puede eliminarse la barrera que paraliza a un hombre cuyos ojos enlagrimados me marcan sensaciones cada vez que lo miro a la cara.

   Y no es que la Administración, en absoluto, funcione con mentalidad nazi, aquella que consideró a los minusválidos como seres inútiles y, por tanto, prescindibles. Lo que ocurre, dice, es que a veces no piensa más allá de los proyectos, no recuerda que puede haber ciudadanos para quienes los accesos a determinados espacios están vedados. Y para eso, precisamente, están las asociaciones, las plataformas, para recordar –aunque a veces sea preciso denunciar- que aquellos existen, y que deben ser tratados por igual dentro de las naturales limitaciones. Porque, en casos, la Administración reconoce –de palabra, eso sí-  que hubo despistes en alguna obra, quizás hasta olvidos, que no se prestó atención a recomendaciones anteriores. Pero esa Administración (los concejales afectados en esta ciudad, por ejemplo, tienen nombres y apellidos) no emprende las reformas pertinentes, las necesarias para el desenvolvimiento de quienes dependen de un coche de minusválidos.

   ¿Ejemplos? Los hay, y muchos. Ya hemos visto el caso de El Confital: o se dispone de un vehículo especial –por tanto, muy caro- para transportar a su hijo o aquella seguirá siendo zona absolutamente vedada, por más que fue un proyecto en el que se pudo tener en cuenta la situación. Pero no contaron con ellos. Y me enseña una foto de la calle Tecén, número 14: sobre la estrecha acera colocaron una papelera. Por tanto, compleja dificultad para que un coche de minusválido pase por ella. Pero como es zona de aparcamiento, un vehículo privado está justo al lado. Por tanto, camino prohibido. El más débil dará marcha atrás (puede caer a un lado) o debe esperar a que alguien le eche una mano para que lo baje a la calle, donde deberá circular como cualquier otro, aunque con todos los peligros inherentes.

  Yo le pongo uno: en la calle Castrillo, casi esquina con León y Castillo, eliminaron la rampa que había junto al paso de peatones y, sin razón, elevaron la altura de la acera. La rampa la trasladaron a la misma esquina… pero no hay paso de cebra: por tanto, si algún usuario es atropellado no podrá reclamar, será víctima por transgresor de la norma. Pero lo mismo sucede con los bolardos, me dice. Para evitar aparcamientos sobre la acera, están instalados en muchos pasos de peatones. Los ciegos, obviamente, no los ven. Pero es que, además, por entre ellos no pasa el coche de un minusválido.

   Por tanto, padres como don Alexis Bethencourt (Asociación Yadey Horizontes sin Barreras) saben que sus hijos están doblemente limitados, en lo personal y por las barreras de malas planificaciones y obras. Ya que los chiquillos y mayores no tienen todas las capacidades físicas, ¿por qué se ven también afectados en lo psíquico cuando tropiezan con obstáculos no naturales que les impiden cierta autonomía? 

 

También en: http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=347790