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viernes, 29 de marzo de 2024 08:39h.

Nuevo Orden Mundial, versión II - por Wolfgang Streeck

 

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Nuevo Orden Mundial, versión II - por Wolfgang Streeck, director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.

Estados Unidos se prepara para dejar la guerra de Ucrania en manos de los europeos mientras apunta con cada vez más hostilidad hacia China. La Unión Europea balbucea al ritmo del eje de Visegrado.

Es bien sabido que los italianos son dados a contemplar la política desde la perspectiva de lo que en Italia se denomina dietrismo. Muchos italianos lo confirman. Dietro significa detrás y dietrismo significa la convicción habitual de que lo que ves está diseñado para ocultar lo que realmente te encuentras delante por poderes situados detrás de la proverbial cortina, la cual divide el mundo entre el escenario y las bambalinas, siendo el área situada tras estas el lugar en el que se desenvuelve la acción real, mientras que en el proscenio se representa de modo deliberadamente distorsionado lo que en realidad sucede. Lees algo, o lo oyes en la radio o en la televisión, y como dietrista bien versado te preguntas no tanto sobre lo que te están contando, sino por qué te lo cuentan y por qué lo hacen ahora.

Estos días, después de tres años de pandemia y un año de guerra ucraniana, parece que todos nos hemos convertido en italianos, el dietrismo es ahora tan universal como la pasta. Cada vez somos más los que leemos las «narrativas producidas para nuestro beneficio por los gobiernos y su prensa predominante, ya no por lo que dicen, sino por lo que pueden significar: como una imagen distorsionada de algo que está ahí fuera y que no es lo que parece ser, pero que de alguna manera puede significar algo, un poco como los presos de la caverna de Platón, cuando trataban dar sentido a las sombras proyectadas en la pared que tienen delante.

Tomemos, por ejemplo, el falso relato semioficial del sabotaje de los gasoductos Nord Stream, publicado por The New York Times y entregado al semanario alemán Die Zeit: seis personas, aún desconocidas, embarcadas en un yate polaco alquilado en algún lugar de Alemania del Este, que convenientemente habían dejado huellas en la mesa de la cocina del barco que transportó los potentes explosivos llevados a la escena del crimen. Dejando de lado a los más fervientes de entre los verdaderos creyentes y, por supuesto, a los leales fabricantes de consentimiento público presentes en los medios de comunicación, no hacía falta pensar mucho para darse cuenta de que este relato había sido inventado para desplazar el presentado por Seymour Hersh, el inmortal reportero de investigación estadounidense.

Cualquier connoisseur de Le Carré sabe que cuando los servicios secretos están implicados, cualquier tipo de prueba puede descubrirse fácilmente si es necesario

Lo que resultaba excitante para la mente dietrista era que siendo este relato tan obviamente ridículo, parecía una idea prometedora rastrear su ridiculez para verificar que esta no se debiera a la incompetencia –ni siquiera la CIA podía ser tan necia­– sino que fuera intencionada, planteándose entonces la cuestión de cuáles eran las razones de sus verdaderas intenciones. Tal vez, sugirieron los cínicos políticos, el propósito era humillar al gobierno alemán y a su fiscalía federal, para quebrar así su voluntad, haciéndoles declarar públicamente que esta obvia tontería era una valiosa pista digna de ser seguida en su implacable esfuerzo por resolver el misterio del atentado del Nord Stream.

Otra característica intrigante de esta historia era que se decía que los sospechosos de alquilar el barco tenían algún tipo de conexión con «grupos pro ucranianos». Aunque según el informe no había indicios de que existieran conexiones con el gobierno o el ejército ucranianos, cualquier connoisseur de Le Carré sabe que cuando los servicios secretos están implicados, cualquier tipo de prueba puede descubrirse fácilmente si es necesario. Como era de esperar, el informe causó pánico en Kiev, donde fue leído, probablemente con razón, como una señal de Estados Unidos de que su paciencia con Ucrania y sus actuales dirigentes no era ilimitada. De hecho, más o menos al mismo tiempo, se multiplicaron los informes, procedentes de Estados Unidos, sobre la corrupción reinante en Ucrania, que coincidían y fortalecían la creciente resistencia de los congresistas republicanos estadounidenses al desvío de cada vez más dólares al presupuesto de defensa ucraniano, como si la corrupción en Ucrania no hubiera sido siempre notoriamente rampante (como atestigua, por ejemplo, la proeza de Hunter Biden como experto en política energética en el consejo de administración de Burisma Holdings Ltd.).

A partir de enero de este año, The Washington Post The New York Times publicaron una serie de artículos sobre las tropelías cometidas por las tropas ucranianas, cuyos comandantes utilizaban dólares estadounidenses para comprar gasóleo ruso barato para los tanques ucranianos, embolsándose la diferencia. Presa del pánico, un conmocionado Zelensky despidió a dos o tres oficiales de alto rango, prometiendo despedir a algunos más con el paso del tiempo.

En comparación con Afganistán, Siria, Libia y otros lugares similares, lo que los estadounidenses probablemente abandonen este verano no se halla en condiciones tan desastrosas

¿Por qué se presentan ahora estos hechos como noticia, a pesar de que hace tiempo que se sabe que Ucrania es uno de los países más corruptos del mundo? Además de lo que, visto desde Kiev, debe haber parecido cada vez más un ominoso augurio, documentos secretos estadounidenses filtrados en la segunda mitad de abril mostraron que la confianza entre los militares estadounidenses en cuanto a la capacidad de Ucrania para desencadenar una contraofensiva de primavera dotada de unas mínimas garantías de éxito estaba bajo mínimos, por no hablar de la depositada en que el país pudiera ganar la guerra como su gobierno había prometido a sus ciudadanos y a sus patrocinadores internacionales.

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PABLO ELORDUY

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Para los opositores a la guerra estadounidenses, tanto Republicanos como Demócratas, los documentos confirmaban que mantener al ejército ucraniano en acción podría resultar inasequiblemente caro, tanto más cuanto que ambos partidos políticos estaban de acuerdo en que su país tenía que prepararse más pronto que tarde para una guerra de dimensiones mucho mayores, que les obligaría a luchar contra los chinos en el Pacífico. (Para finales de 2022, se calcula que Estados Unidos habrá gastado en torno a 51 millardos de dólares en apoyo del esfuerzo bélico ucraniano y que Europa Occidental habrá aportado otros 55 millardos. Los recursos necesarios, a medida que se prolongue la guerra, se calcula que serán mucho más cuantiosos, precisándose 1 millardo de dólares sólo a fin de garantizar el suministro de las municiones necesarias para atender la ofensiva ucraniana de primavera). Para los ucranianos y sus partidarios europeos, parecía difícil evitar la conclusión de que se acercaba el momento en que Estados Unidos se despediría del campo de batalla, entregando sus asuntos europeos pendientes a los actores locales para que se encargaran de su resolución.

Von der Leyen ha sido perdonada por su ardiente americanismo como forma suprema de europeísmo o, según el caso, por su ardiente europeísmo como forma suprema de americanismo

Por supuesto, en comparación con Afganistán, Siria, Libia y otros lugares similares, lo que los estadounidenses probablemente abandonen este verano no se halla en condiciones tan desastrosas. En colaboración con los Estados bálticos y Polonia, Estados Unidos ha conseguido en los últimos meses presionar gradualmente a Alemania para que asuma algo parecido al liderazgo europeo con la condición de que asuma la responsabilidad de organizar y, lo que es más importante, de financiar la contribución europea a la guerra de Ucrania. Paso a paso, durante el primer año de la guerra, la UE se ha convertido simultáneamente en la auxiliar de la OTAN, encargada, entre otras cosas, de la guerra económica, mientras que esta última se convertía más que nunca en el instrumento de la política estadounidense señalada como «occidental».

Cuando a mediados de 2023 el secretario general de la OTAN, Stoltenberg, sea recompensado por su duro trabajo con una bien merecida sinecura, la presidencia del banco central noruego, se rumorea que Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea, será promovida para sucederle. Esto completaría la subordinación de la UE a la OTAN, esa otra organización internacional con sede en Bruselas mucho más poderosa que, a diferencia de la UE, incluye, y de hecho está dominada, por Estados Unidos. En su vida anterior, von der Leyen fue, como todo el mundo sabe, ministra de Defensa de Alemania en el gobierno de Merkel, aunque, según la impresión general, una de las más incompetentes de sus diversos gabinetes.

Si bien en el desempeño de ese cargo comparte la responsabilidad por las supuestas pésimas condiciones de las fuerzas armadas alemanas constatadas al comienzo de la guerra ucraniana, aparentemente ha sido perdonada por su ardiente americanismo como forma suprema de europeísmo o, según el caso, por su ardiente europeísmo como forma suprema de americanismo. En cualquier caso, la UE y la OTAN firmaron un documento en enero de 2023 para establecer una cooperación más estrecha, lo cual fue posible entre otras cosas porque Finlandia y Suecia pusieron fin a su neutralidad y se unieron a la Alianza. Según el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el acuerdo establece «en términos inequívocos la prioridad de la OTAN con respecto a la defensa colectiva de Europa», consagrando así el papel preponderante de Estados Unidos en la política de seguridad europea ampliamente definida.

Nato bruselas

Bienvenidos a Occidente

LILY LYNCH


Volviendo a Alemania, su gobierno está ahora ocupado reuniendo batallones de tanques de diferentes fabricantes europeos listos para el campo de batalla (se dice que los M1 Abrams estadounidenses llegarán a Europa en unos meses, momento en el que sus tripulaciones ucranianas serán entrenadas en bases militares alemanas). Alemania también suministrará y mantendrá en buen estado los aviones de combate que, junto con Estados Unidos, todavía sigue negándose a entregar a Ucrania, aunque, si la experiencia sirve de guía, no por mucho tiempo.

La entrega de material militar por parte de Occidente parece estar calibrada para permitir al ejército ucraniano mantener sus posiciones

Mientras tanto, Rheinmetall, la poderosísima empresa armamentística alemana con sede en Dusseldorf, anunció que construirá una fábrica de tanques en Ucrania, dotada de una capacidad productiva de cuatrocientos carros de combate de último modelo al año. Además, en vísperas de la reunión del 21 de abril del grupo de contacto de Ramstein, Alemania firmó un acuerdo con Polonia y Ucrania relativo a la construcción en este primer país de un taller de reparación de los tanques Leopard dañados en el frente ucraniano, que entrará en funcionamiento ya a finales de 2023 (obviamente, en el supuesto de que la guerra no haya terminado para entonces). Añádase a esto la promesa, renovada gratuitamente por von der Leyen en nombre de la Unión Europea, de que Ucrania será reconstruida después de la guerra a expensas europeas, es decir, alemanas, sin mencionar en absoluto, por cierto, contribución alguna de los oligarcas ucranianos, que no son muchos en número, pero por ello mismo son realmente ricos. Y así, durante la visita efectuada a Kiev a principios de abril, el ministro de Economía alemán Habeck, que viajó acompañado por una delegación de directores ejecutivos de grandes empresas alemanas, aprovechó la oportunidad para explorar futuras oportunidades de negocio en la reconstrucción de Ucrania una vez finalizada la guerra.

Esto puede llevar tiempo. Los documentos estadounidenses filtrados recientemente y las declaraciones de los comentaristas semioficiales estadounidenses indican que no se espera una Endsieg [victoria final] ucraniana pronto, si es que en todo caso se la espera. La entrega de material militar por parte de Occidente parece estar calibrada para permitir al ejército ucraniano mantener sus posiciones; cuando los rusos ganen territorio, Ucrania recibirá tanta artillería, munición, tanques y aviones de combate como necesite para hacerles retroceder a su lugar. Sin embargo, una victoria ucraniana, declarada esencial para la supervivencia del pueblo ucraniano por su partido gobernante, no parece estar ya realmente en la agenda estadounidense.

Si nos fijamos en los calendarios de entrega de los tanques Abrams y de los cazabombarderos, en la medida en que pueden deducirse de los anuncios oficiales, la expectativa es más bien algo parecido a una guerra de trincheras de larga duración, caracterizada por un derramamiento de sangre enorme y prolongado por parte de ambos bandos. Resulta interesante en este contexto que, en un momento aparentemente desprevenido durante uno de sus discursos televisivos cotidianos, Zelensky exigiera un apoyo militar occidental más masivo, argumentando que Ucrania debe ganar la guerra antes de finales de 2023, porque el pueblo ucraniano puede no estar dispuesto a soportar su carga durante mucho más tiempo.

A medida que Estados Unidos avance hacia la europeización de la guerra, corresponderá a Alemania no sólo organizar el apoyo occidental a Ucrania, sino también convencer al gobierno ucraniano de que, al final, ese apoyo puede no ser suficiente para lograr el tipo de victoria que los nacionalistas ucranianos afirman que necesita la nación ucraniana. Como franquiciada estadounidense de la guerra ucraniana, Alemania será el primer culpable, si el resultado de la guerra no está a la altura de las expectativas públicas alimentadas en Europa del Este, en Estados Unidos, entre los militantes pro ucranianos alemanes y, desde luego, en la propia Ucrania. Esta perspectiva debe resultar aún más incómoda para el gobierno alemán, dado que parece más improbable que nunca que el final de la guerra se decida en Europa.

Un actor importante y posiblemente decisivo en segundo plano será China, caracterizada por su política de larga data de oponerse a cualquier uso de armas nucleares y de abstenerse de suministrar armas a los países en guerra, incluida Rusia. Tras una breve visita a Pekín, Scholz afirmó que se trataba de concesiones a Alemania, aunque estas son mucho más antiguas. De hecho, la aparente reticencia estadounidense a permitir que Ucrania se lance a una victoria total, dejando la rehabilitación posoperativa a Alemania, puede estar motivada por el deseo de permitir que China se atenga a su política, algo que podría no hacer, si Rusia y su régimen se vieran en algún momento empujados contra la pared. Si se tratara de algo más que un entendimiento tácito entre Rusia y China, esto es, de algún tipo de acuerdo negociado, este sin duda no se haría público en un momento en que el gobierno de Biden está haciendo preparativos para entrar en guerra con este último país.

Los supernacionalistas que gobiernan en Kiev ya huelen a chamusquina. Poco después de la última reunión del grupo de contacto de Ramstein, su viceministro de Asuntos Exteriores, Andrej Melnyk, representante del elemento fascista clásico, cortado por el patrón de Stefan Bandera, en el gobierno ucraniano, expresó la gratitud de su país por las entregas de armas prometidas. Al mismo tiempo, hizo saber que eran lastimosamente insuficientes para garantizar una victoria ucraniana en 2023; para ello, insistió Melnyk, se necesitarían nada menos que diez veces más tanques, aviones, obuses y demás armamento. Aplicando de nuevo la hermenéutica dietrista, Melnyk, formado en la Universidad de Harvard, debería saber que ello iba a molestar profundamente a sus patrocinadores estadounidenses. Que esto no parezca importarle implica que él y sus compañeros de armas consideran que Estados Unidos ya se ha embarcado en su «pivote hacia Asia». También indica tanto la desesperación de la derecha ucraniana gobernante respecto a las perspectivas de la guerra, como su voluntad de luchar hasta el amargo final en la clásica creencia nacionalista radical de que las verdaderas naciones crecen en el campo de batalla, regadas con la sangre de sus mejores hombres y mujeres.

En realidad, hay indicios de que China preferiría ser contemplada como una potencia neutral entre otras en lugar de como uno de los dos combatientes por la dominación del mundo

El inminente nadir del ultranacionalismo ucraniano señala la aparición de un nuevo orden mundial, cuyos contornos, incluido el lugar que ocuparán en él Europa y la Unión Europea, sólo pueden discernirse si se tiene en cuenta a China. A medida que Estados Unidos dirige su atención hacia el Pacífico, su objetivo es construir una alianza mundial que rodee a China para impedir que se oponga al control estadounidense del Pacífico. Esto sustituiría el mundo unipolar del fracasado «Project for a New American Century» neoconservador por un mundo bipolar: la globalización, y de hecho la hiperglobalización, ahora dotada de dos centros, como durante la Guerra Fría de antaño, con una remota perspectiva de retorno, quizá tras otra guerra caliente, a un solo centro, un Nuevo Orden Mundial versión II. (El capitalismo, conviene recordarlo, se transformó y se reformó a sí mismo del modo más fundamental y eficaz que nunca tras las dos Grandes Guerras del siglo XX, en 1918 y en 1945, asegurando su supervivencia mediante la adopción de una nueva forma; seguramente debe quedar algún recuerdo en los centros de la estrategia capitalista del efecto rejuvenecedor de la guerra para el capitalismo en crisis).

El proyecto geoestratégico de China, por el contrario, parece ser un mundo multipolar. Tanto por razones geográficas como por el estado de su capacidad militar, el objetivo de la política exterior y de seguridad china no puede ser realmente un orden mundial bipolar en el que se enfrente a Estados Unidos por el dominio global y, en última instancia, por un mundo unipolar con ella misma en el centro. Como potencia terrestre limítrofe con un gran número de países potencialmente hostiles, necesita ante todo algo así como un cordon sanitaire a su alrededor, unido por infraestructuras físicas compartidas y créditos concedidos libremente, y comprometido a mantenerse al margen de alianzas con potencias exteriores potencialmente hostiles, a diferencia del deseo estadounidense de someter al conjunto del mundo a una Doctrina Monroe globalizada. (Estados Unidos sólo tiene dos vecinos, Canadá y México, que probablemente no se convertirán en aliados de China).

Además, China fomenta activamente la formación de algo así como una liga de potencias regionales no alineadas, con Brasil, Sudáfrica, India y otros países incluida en la misma: si se quiere, un nuevo Tercer Mundo que se mantendría al margen de la confrontación chino-estadounidense y que , en particular, se negaría a sumarse a las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos contra China y su nuevo Estado cliente, Rusia.

En realidad, hay indicios de que China preferiría ser contemplada como una potencia neutral entre otras en lugar de como uno de los dos combatientes por la dominación del mundo, al menos mientras no pueda estar segura de que no perdería una guerra contra Estados Unidos. El deseo de evitar un nuevo bipolarismo al estilo de la antigua Guerra Fría explicaría su negativa a suministrar armas a Rusia, a pesar de que Ucrania está siendo armada hasta los dientes por Estados Unidos. (China puede permitirse este comportamiento, porque Rusia no tiene otra opción que alinearse con ella, con armas o sin ellas, sin importar el precio que la potencia china pueda extraer por su protección).

En este contexto, la conversación telefónica de una hora de duración mantenida entre Xi y Zelensky el pasado 26 de abril, mencionada sólo de pasada por la mayor parte de la prensa europea, puede constituir, contemplada retrospectivamente, algo así como un punto de inflexión. Al parecer, Xi se ofreció como mediador, y no como parte, en la guerra ruso-ucraniana, proponiendo el plan de paz chino de doce puntos, que los líderes occidentales habían tachado de trivial e inútil, si es que se habían dado por enterados de su existencia. Sorprendentemente, Zelensky calificó la conversación de «significativa», detallando que «en ella se prestó especial atención a las posibles vías cooperación a fin de establecer una paz justa y sostenible para Ucrania». Si tiene éxito, la intervención china podría tener una importancia formativa para el orden mundial emergente tras el fin de la historia.

Durante los últimos meses, la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, perteneciente a los Verdes, ha recorrido el mundo en misión para atraer al mayor número posible de países al bipolarismo renovado de Estados Unidos, apelando a los valores liberales «occidentales», ofreciendo apoyo diplomático, económico y militar, y amenazando con sanciones económicas. En su calidad de embajadora itinerante de Estados Unidos, la credibilidad de Baerbock exige que su propio país siga estrictamente la línea estadounidense, incluida la exclusión de China de la economía mundial. Sin embargo, esto entra en conflicto fundamental con los intereses de la industria alemana y, por extensión, de Alemania como país, lo que obliga a Baerbock a seguir una línea incómoda y, en parte, abiertamente contradictoria en relación con China.

Por ejemplo, mientras que antes de su llegada y después de su partida enmarcó su reciente visita a Pekín en una retórica agresiva e incluso hostil, hasta el punto de que su homólogo chino consideró necesario explicarle en una conferencia de prensa conjunta que lo último que China necesitaba eran sermones de Occidente, cuando estuvo en ese país aparentemente indicó que las sanciones alemanas podrían ser selectivas en lugar de globales y que las relaciones comerciales en varios sectores industriales continuarían más o menos sin experimentar cambios.

Las aspiraciones francesas de «autonomía estratégica» para «Europa» (y de «soberanía estratégica» para Francia) sólo tienen la oportunidad de hacerse reales en un mundo multipolar

Con la vista puesta de nuevo en lo que podría estar ocurriendo entre bastidores, cabe especular si Scholz no ha tomado la iniciativa para que Alemania consiga determinados avances en sus relaciones con China, antes de que Estados Unidos le conceda eventualmente cierto espacio de maniobra en sus relaciones con su mercado de exportación más importante, como recompensa por dirigir el esfuerzo bélico europeo en Ucrania de acuerdo con las exigencias estadounidenses. Por otro lado, los productores alemanes parecen haber perdido últimamente cuota de mercado en China, de modo espectacular en el caso de los automóviles, sector en el que los clientes chinos están evitando los nuevos vehículos eléctricos alemanes en favor de los nacionales. Si bien esto puede deberse a que los modelos alemanes se consideran menos atractivos que su competencia china, la retórica antichina alemana puede haber contribuido lo suyo en un país caracterizado por un fuerte sentimiento nacionalista y antioccidental. De ser así, el problema de que la industria alemana dependa demasiado de China podría estar a punto de resolverse.

La política antichina alemana, en consonancia con Estados Unidos y su proyecto político mundial bipolar, provoca conflictos no sólo a escala nacional, sino también internacional, sobre todo con Francia, amenazando con desgarrar la Unión Europea aún más de lo que ya lo está. Las aspiraciones francesas de «autonomía estratégica» para «Europa» (y de «soberanía estratégica» para Francia) sólo tienen la oportunidad de hacerse reales en un mundo multipolar poblado por un consistente número de países no alineados y dotados de un peso político significativo, algo realmente ajustado a la línea adoptada por China. Hasta qué punto esto implica algún tipo de equidistancia con respecto a Estados Unidos, por un lado, y a China, por otro, es una cuestión que el presidente francés Emmanuel Macron deja abierta, probablemente de forma deliberada: a veces parece querer la equidistancia, a veces niega que la quiera. En cualquier caso, tanto la equidistancia como la no alineación son objeto de anatema entre los militantes prooccidentales alemanes, sobre todo por parte de los Verdes, que controlan la política exterior de Alemania. Entre ellos cunden las sospechas ante las dudas expresadas ocasionalmente por Macron en torno a la compatibilidad de la «autonomía estratégica» europea con la lealtad transatlántica, en un momento de creciente confrontación entre «Occidente» y el nuevo imperio del mal de Asia oriental. Como resultado, Francia está más aislada que nunca en la Unión Europea.

Macron y los anteriores presidentes franceses siempre han sabido que para dominar la Unión Europea Francia necesita a Alemania a su lado o, más exactamente, dicho en la jerga de Bruselas, necesita que esta ocupe el asiento trasero del tándem franco-alemán. El problema es que ahora Alemania se ha bajado de ese asiento y lo ha hecho para siempre. Bajo el liderazgo de los Verdes, Alemania sueña, junto con Polonia y los Estados bálticos en particular, con entregar a Putin al Tribunal Penal Internacional de La Haya, lo que requiere que los tanques ucraniano-alemanes entren en Moscú, al igual que los tanques soviéticos entraron una vez en Berlín. Macron, en cambio, quiere permitir que Putin «salve la cara» y él mismo ofrecer a Rusia una reanudación de las relaciones económicas después de un alto el fuego mediado, si no por Francia, tal vez por una coalición de países no alineados del «Sur global» o, incluso, por China.

El Götterdämmerung [crepúsculo de los ídolos] de la dominación franco-alemana de la Unión Europea, y la transformación de sus ruinas en una infraestructura económica y militar antirrusa dirigida por los países de Europa del Este en nombre del transatlantismo estadounidense, nunca fue más visible que en el viaje de Macron a China efectuado el pasado 6 de abril, después de Scholz (4 de noviembre) y antes de Baerbock (13 de abril). Extrañamente Macron se dejó acompañar por von der Leyen, según algunos como gouvernante encargada de impedirle abrazar a Xi demasiado efusivamente, según otros para demostrar a los chinos que la presidenta de la UE no era una verdadera presidenta, sino una subordinada del presidente de Francia, que gobierna no sólo su propio país sino la UE con él.

Los chinos, que pueden o no haber entendido correctamente las señales de Macron, lo trataron como a un rey, aunque sin duda son conscientes de sus problemas internos; von der Leyen, conocida como la dura transatlantista que es, recibió un no tratamiento especial. De vuelta en su avión, sin von der Leyen que se dirigía a otro lugar, Macron explicó ante su gabinete de prensa que los aliados estadounidenses no son vasallos de Estados Unidos, lo cual quiere dar a entender, como es obvio, que la posición de Europa debería ser equidistante tanto respecto a China como a Estados Unidos. Alemania, y en primer lugar, por supuesto, su ministra de Asuntos Exteriores, se horrorizó y lo hizo saber, sin tapujos, públicamente, mientras la prensa alemana seguía dócilmente su ejemplo de modo unánime, como es habitual en estos días.

Unos días más tarde, el 11 de abril, Baerbock asistió a la reunión de ministros de Asuntos Exteriores del G7 en Japón. Allí hizo que sus colegas, incluido el ministro francés, prometieran tanta lealtad como fuera humanamente posible a la bandera estadounidense, que representa un mundo indivisible, con libertad y justicia para todos. Para entonces, Macron, al comprobar que su batalla retórica contra el vasallaje francés había pasado desapercibida para los opositores a su reforma del sistema de pensiones, ya había dado marcha atrás y profesado su lealtad eterna a la OTAN y a Estados Unidos. No hay razón, sin embargo, para creer que esto detendrá el Zeitenwende [periodo de transición] de la Unión Europea iniciado tras el estallido de la guerra de Ucrania: la escisión entre Francia y Alemania y el ascenso al dominio de los Estados miembros de Europa del Este, tras el regreso de Estados Unidos a Europa bajo la férula de Biden, al hilo de la preparación de la confrontación global con la Tierra de Xi incluida en el incansable esfuerzo estadounidense por hacer del mundo un lugar seguro para la democracia.

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* Gracias a Wolfgang Streeck y a EL SALTO. En La casa de mi tía con licencia CREATIVE COMMONS

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EL SALTO CREATIVE

 

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