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jueves, 28 de marzo de 2024 22:35h.

Opacidad, empecinamiento y... ¿milagro? - por Ana Beltrán

Sea aquí, en Venezuela o en Pekín,  sin transparencia no hay democracia. Las instituciones, todas, deben ser como un fino cristal, donde los ciudadanos vean a través del mismo lo que en ellas se cuece. Tenemos derecho a ello, puesto que de nuestros bolsillos se nutren. Sin embargo no es así; la democracia que creemos tener es pura parodia.






 

Opacidad, empecinamiento y... ¿milagro?  - por Ana Beltrán

 

 

Sea aquí, en Venezuela o en Pekín,  sin transparencia no hay democracia. Las instituciones, todas, deben ser como un fino cristal, donde los ciudadanos vean a través del mismo lo que en ellas se cuece. Tenemos derecho a ello, puesto que de nuestros bolsillos se nutren. Sin embargo no es así; la democracia que creemos tener es pura parodia.

No se puede tolerar que no sepamos, por ejemplo, los millones de euros que anualmente recibe la Casa Real.  Ni en qué  los gasta. Cabe imaginar,  que sólo en vestuario, la reina gasta una pasta gansa, que dirían los jóvenes. ¿Cómo es posible que, con las necesidades que padecemos,  esta señora no repita vestido? Por cierto, tengo una gran curiosidad: ¿dónde guardará Su Majestad los miles de trajes  que ha lucido a lo largo y ancho de sus años de reinado, complementos incluidos? Recuerdo una vez que la Infanta Elena llevó un vestido de su madre, arreglado y adatado a su por entonces jovencísima y real persona. Aquel hecho sonó y resonó a bombo y platillo, tal era la rareza. Desde entonces no se ha vuelto  a ver algo igual. Y mira que esos vestidos no valen cuatro  euros, con lo que cuesta uno se pueden comprar varias decenas de los que se venden en Zara. Me guste o no Zara, que esa es otra cuestión, delicada también.

Como delicadas son, por las repercusiones negativas  que van a  tener  en el medio ambiente canario, y en su principal, por no decir única industria, las dichosas prospecciones petrolíferas. A estas alturas, y por lo que parece,  todavía el señor Soria no sabe que Canarias vive del turismo, especialmente del denominado sol y playa. Para eso, y desde hace decenas de años, se ha ido estructurando este territorio. Con errores,  es cierto,  pero que aun así nos sacó de la miseria.    

Por eso uno desconfía de ciertos empecinamientos. El señor ministro, tan “canario” él,  nos quiere engatusar con eso de los puestos de trabajo, que aun siendo verdad sería algo nimio,  de escasa importancia.  Por otro lado, ni él ni nadie puede garantizar que no haya derrames, inevitables siempre. Para dañar nuestras costas bastaría con muy pocos. No hay sino que mirar al Delta del Níger, una región del  sur de Nigeria que fue rica en agricultura y pesca y que ahora no produce absolutamente nada, asolada por la negrura contaminante del petróleo. A los nativos también les prometieron que tendrían trabajo, sin embargo son más pobres cada día. Ahora a los dueños de los terrenos sólo les queda la impotencia, la mísera y la  indefensión. La multinacional Shell se lava las manos, aunque haya miles de personas en todo el mundo pidiéndole  que  limpie las tierras que contaminó. Entre 1976 y 2001 se registraron 6.800 vertidos de petróleo, miles y miles de barriles, que han venido arrasando la fauna y la flora de la otrora rica región. A los campesinos nigerianos también les prometieron el oro (omitamos el moro). Oro sí, desde luego, para el ‛saco′ de esa y otras   todopoderosas  multinacionales.   

Y hablando de oro… Parece que ese preciado metal  va a desaparecer del escenario  Vaticano, se va a cambiar por otro menos brillante; así dicen  que lo quiere el nuevo papa, al que ya todos llaman  Francisco  El  Sencillo.  Temprano empiezan con las alabanzas… Por favor, dejemos pasar el tiempo, que aún es muy pronto para  adjetivos y sobrenombres, que todavía queda mucho trecho por andar.  Desde luego,  el cambio sería un verdadero milagro. ¿Se producirá? Amén.