«La pugna por el significado de las palabras es una parte importante de la batalla cultural y de la construcción de la hegemonía.»

Dice Sacha Llorenti ^[1] en un reciente artículo titulado y redactado con calculada ironía, “Carta a mis amigos progres”, que «la pugna por el significado de las palabras es una parte importante de la batalla cultural y de la construcción de la hegemonía».

En esta batalla es importante saber de qué “buenas intenciones” alardea el adversario y qué intereses se esconden detrás de sus aparentemente irreprochables planteamientos y propuestas.

Por esa vía podemos toparnos con la necesidad de saber qué están queriendo decir cuando utilizan términos como “progresista” o como cuando en sus escritos desaparece cualquier alusión al papel que juega el imperialismo en la geopolítica, o cuando se fabrica un mejunje difícil de tragar y digerir como lo del “capitalismo liberal y democrático” mientras se reclama la implantación de un “orden mundial basado en reglas”, normas ambiguas que sirven según interesa, como cuando intervienen en nombre de la democracia para masacrar las aspiraciones de un país a gobernarse sin injerencias externas, como pasó en Chile con el Gobierno de Unidad Popular y con Salvador Allende como heroico ejemplo de sacrificio en la confianza de volver a recorrer las grandes alamedas.

Resulta que aparece en cierto periódico español ^[2] una ocurrencia contra el presidente Sánchez (lo llaman felón) a propósito del enredo por desenredar en Cataluña. El parrafito podría interpretarse como una invitación al “tamayazo”.

Ya sabemos la preocupación que agobia a nuestra derecha política centralista (la de la unidad de destino en lo comercial) cuando se oye hablar de amnistía, autodeterminación, independencia, nacionalidad o lenguaje propio. Señalan nuestros “padrastros” de la Patria la necesidad de combatir el independentismo separatista   preparándose para intervenir en un supuesto caso de repetición de proceso electoral. La democracia está en peligro, según nos dicen González, Guerra y, ahora mismo, Cebrián. 

Y no basta con descalificar lo que describen como “Gobiernos Frankestein”, coaliciones contra natura, socialdemócratas con bilduetarras, pactos y apaños a base de indultarse como si estuvieran en una versión particular del “orden basado en reglas”. Ese canallesco déficit de moralidad política es inaceptable para ellos. En cambio, cuando domestican a un socialdemócrata, pongamos el caso británico con Tony Blair, (¡qué enorme satisfacción tuvo la Thatcher!) lo celebran con el mismo cinismo que Aznar hablando en su día del Movimiento Vasco de Liberación.

En este artículo de El País se atreven a insinuar que los diputados socialistas deben el escaño a sus electores, cuyos intereses representan y no tanto a una obediencia ciega hacia los responsables del Partido que los incluyeron en sus listas electorales. Por lo tanto, cabe que lo de “votar en conciencia” (convenientemente manipulada) sería una forma de dejar fuera de juego (de la Moncloa, señalan para más detalles) a este Sánchez que está destruyendo a España. Y se acaba así con la funesta manía de negociar malamente la unidad de la Patria con los que prefieren separarse.

Ahí lo tienen, todo un planteamiento que derrocha orden (y mando) aunque no quiera saber nada de las reglas democráticas. Que me expliquen, pues, cómo se establece desde las diversidades lo que los electores defienden mayoritariamente como intereses propios, en el marco de una organización partidaria y ante una sociedad consciente de sus necesidades. En cuanto les preguntas a los del orden y sus reglas te dicen: ¡es la Transición, estúpido!

Ya creo que lo he comprendido.

Notas

* Gracias a Concha González y a la colaboración de Arturo Borges Álamo. Publicado originalmente en HOJAS DE DEBATE

https://hojasdebate.es/opinion/orden-con-reglas/