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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

Pax americana (I) ¿Pax americana o derecho internacional? - por Francisco Morote Costa (1999)

 

FRANCISCO MOROTENota de Chema Tante: Inicio de una serie de tres entregas, integrada por artículos de Francisco Morote, de ATTAC Canarias, de 1999, 2005 y 2011, respectivamente. Un lúcido ejercicio de prospección política, lamentablemente ratificado por los hechos históricos.

¿Pax americana o derecho internacional? - Francisco Morote Costa, ATTAC Canarias

La Provincia. Mayo, 1999

Cuando en 1991 se autodisolvieron el Pacto de Varsovia y la propia Unión Soviética se cerró, definitivamente, una etapa del orden político internacional , la Guerra Fría, la de un mundo bipolar dominado por dos superpotencias y se entró en una nueva fase histórica, en un nuevo orden, caracterizado por la hegemonía indiscutible de una sola superpotencia, Estados Unidos. Esta situación de unipolaridad es nueva en la Historia Contemporánea. Se trata de un fenómeno inédito, puesto que en los últimos cien años, por los menos, la existencia de un puñado de potencias, multipolaridad, o la de las dos superpotencias mencionadas, aún pudiendo dar lugar a una peligrosa política de bloques, entrañaba, cuanto menos, una situación de poderes que se contrapesaban. Hoy, en el nuevo orden unipolar, los Estados Unidos no tienen ningún contrapeso mundial y los expertos pronostican su hegemonía incluso por varias décadas. Esta posibilidad, en mi opinión, está bien fundada, porque ni Rusia, ni China, ni Japón, ni la Unión Europea, reúnen, por ahora, todas las condiciones que dan la supremacía a los norteamericanos, a saber, el poder económico, el científico-técnico, el mediático y el político-militar. Previsiblemente, por lo tanto, la hegemonía estadounidense durará muchos años.

 

¿Cuál es el problema, entonces?

Sin duda, el problema será, y ya hemos tenido suficientes pruebas de ello, el del uso que Estados Unidos hará de ese inmenso poder, de esa situación privilegiada.

Por su propia naturaleza el poder norteamericano es el de una Nación-Estado con intereses mundiales y aunque los Estados Unidos representan tan sólo al 4,6% de la población mundial, sus gobiernos y tras ellos sus élites económicas y políticas, pueden estar tentados de confundir los intereses de su país con los de todo el mundo y considerar, de un modo más o menos explícito, que lo que es bueno para ellos, tendrá que serlo también para el resto de los países. En realidad, en esto consistiría esencialmente la “Pax Americana”. Un orden presidido, aunque lógicamente no se diga así, por los intereses y criterios de Estados Unidos y subsidiariamente, por el conjunto de países que acatan y respaldan esa hegemonía.

Sucede, no obstante, que determinadas opciones o actitudes a cargo de otros Estados chocan con ese orden y los gobernantes americanos no parecen estar dispuestos a tolerarlo. De hecho, ahora mismo, los Estados Unidos tienen una lista negra de países a los que les están ajustando las cuentas o se las podrían ajustar en un futuro próximo. En esta lista figuran, que yo recuerde, Cuba, Libia, Sudán, Irak, Siria, Irán y, por supuesto, Yugoeslavia. Se dirá que se trata de países que no encajan en un mundo presidido por la voluntad de difundir la democracia y el respeto a los derechos humanos, que es el discurso oficial de nuestro tiempo. Sin embargo, cuando se dicen estas cosas, que se dicen tan tranquilamente, se olvida el pequeño detalle de que, en esta lista negra americana de los infractores de derechos humanos, faltan países como Turquía, Afganistán, Indonesia, Israel, Argelia, Marruecos, etc. Países que tienen patente de corso para vulnerar los derechos humanos de partes enteras de su población o de poblaciones ocupadas, sin que por ello les pase absolutamente nada. Y es que con una mirada retrospectiva a este siglo que está acabando, Estados Unidos y, para qué engañarnos, el conjunto de lo que llamamos Occidente, ha distinguido muy bien en su fuero interno, entre dictadores buenos y malos y, también, entre democracias buenas y malas. Así, Salazar y Franco fueron dictadores buenos y por eso murieron ejerciendo el poder. O Pinochet, según ellos, no está claro que fuera un dictador porque en realidad lo que hizo fue restablecer la verdadera democracia (M. Thatcher dixit). Razonando de esa manera, el Chile de Allende no era la democracia que convenía al pueblo y tampoco la Nicaragua de los sandinistas, hasta que los nicaragüenses comprendieron a quién le tenían que votar si querían que los Estados Unidos les dejaran vivir en paz.

En suma, que cuando la ocasión, o mejor dicho, los intereses estratégicos –económicos, políticos, militares-, de los Estados Unidos y sus aliados lo requieren se hace la vista gorda, y cuando no, se actúa contundentemente, usando, si es posible, el discurso justificador de la defensa de la democracia y de los derechos humanos.

Un mundo así no es seguro para nadie. Ni siquiera para las poblaciones de los países que ven las guerras por televisión. Tarde o temprano el resto del mundo, el que no cabe en ese esquema diseñado en la Casa Blanca, en el Pentágono, en el FMI y en otras instancias de poder, se rebelará. La inseguridad nuclear puede generalizarse, pues ante la perspectiva de intervenciones armadas como la que ahora mismo está teniendo lugar en Yugoeslavia, los países que se sienten amenazados por la “Pax Americana” si pueden optarán por disponer de su propia fuerza nuclear, como último recurso disuasorio frente a la prepotencia de los más fuertes. A nadie le interesa este camino, que ya han emprendido países como la India o Paquistán, a causa de sus conflictos históricos, y podrían emprender otros muchos países. En consecuencia, la vía de la seguridad colectiva sólo puede ser una, la del respeto de todos, grandes y chicos, por la legalidad internacional, por el Derecho Internacional. Únicamente la ONU y sólo la ONU representa la llamada “Comunidad Internacional”. La responsabilidad de mantener la paz y hacer respetar los derechos humanos le compete a ella. Nadie, por lo tanto, puede arrogarse semejante representación. El único amparo, la única garantía de poder vivir en un estado mundial de derecho pasa, pues, por la ONU. Una ONU revitalizada, democratizada, pero viva y no enterrada por quienes parecen empeñados en imponer un orden imperial por encima del Derecho Internacional.

* En La casa de mi tía por gentileza de Francisco Morote

FRANCISCO MOROTE ATTAC