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viernes, 26 de abril de 2024 01:32h.

Presunción de inocencia - por Nicolás Guerra Aguiar

Punto de partida: uno de los elementos básicos del Estado de derecho es la presunción de inocencia. O lo que es lo mismo, nadie puede ser considerado como delincuente hasta que no haya sentencia firme condenatoria, por supuestamente apabullantes que sean las pruebas aportadas...





 

Presunción de inocencia  - por Nicolás Guerra Aguiar

Punto de partida: uno de los elementos básicos del Estado de derecho es la presunción de inocencia. O lo que es lo mismo, nadie puede ser considerado como delincuente hasta que no haya sentencia firme condenatoria, por supuestamente apabullantes que sean las pruebas aportadas. Aquello de que el acusado debe demostrar su inocencia no forma parte de nuestro ordenamiento jurídico en cuanto que es el Estado, a través de la fiscalía, quien debe acusar para que el Tribunal decida en instancia final. La acusación de «injurias y ofensas a las Fuerzas Armadas», por ejemplo, que significó dos consejos de guerra a mi condiscípulo Salvador Sagaseta, no usó en la dictadura franquista voces tan usuales hoy como «hipotéticas, supuestas, presuntas», toda vez que no se reconocía el derecho a la presunción de inocencia.

Por tanto, y a pesar de documentos manuscritos, nombres propios apuntados en ellos, cantidades de pesetas y euros –supuestamente– recibidas por la plana mayor del Partido Popular es, por el momento, pura especulación, sospecha, suspicacia o conjetura; pero nunca realidad indiscutible en cuanto que ninguno de ellos ha sido denunciado, encausado y condenado, cronológicamente, por el entramado jurídico que vela por los sacrosantos derechos de la inocencia. Que no son vividores, ladrones, estafadores o delincuentes, insisto, debe guiar nuestros comportamientos y controlar, con rigor, la facilidad que tenemos para condenar sin haber sentencia por medio.

Bien es cierto que el periódico El País no es un panfleto anónimo, un libelo, una empresa nocturnalmente escondida en oscuridades y cloacas, en absoluto. No es prensa clandestina como lo fue en la etapa franquista Mundo Obrero, cuya posesión y ostentación pública ya significaban la inmediata detención y, casi siempre, multa, si no era aprovechada la oportunidad para relacionar al lector del ejemplar con los movimientos desestabilizadores del país. Desde 1976 ha prestado a la sociedad española un vital servicio de información certera, seria, contrastada y, además, en él escribieron las más democráticas mentes políticas. Fue, en fin, escuela de periodismo de altísima calidad.

Por tanto, ya no solo como empresa periodística de larga tradición investigadora sino, y sobre todo, como empresa económica, El País no desvelaría todo el material acusador que ha revolucionado a nuestra sociedad, a la europea y a la prensa americana desde Canadá hasta la Patagonia si no estuviera convencido al ciento diez por ciento de que aquellas cuentas, asignaciones y nombres son auténticamente ciertas. Pero aun así, y a pesar de tratarse, digo, del periódico que llegó a representar el modelo puro de lo que es el periodismo no interesado más que en la información, insisto en lo mismo: la presunción de inocencia es indiscutible, está en juego la credibilidad del propio sistema.

Otro gran error que vengo observando en las acusaciones generalizadas y que traducen la absoluta creencia en que hubo sobres, pagas extras, ayudas económicas, compensaciones..., dinero negro, en una palabra, es que casi todos los ataques van contra el Partido Popular, lo que no me parece acertado, en cuanto que se trata de personas con nombres y apellidos las que supuestamente se beneficiaron y, a la vez, recibieron dádivas, capitales, «regalos económicos» de empresarios relacionados –dícese– con la construcción. Es, claro, una perogrullada afirmar que sin personas no hay partido político que valga, que aquellas son imprescindibles para que existan asociaciones que defiendan y pregonen determinados planteamientos políticos. Pero también es cierto que tales instituciones pueden permanecer al paso de muchos años aunque sus fundadores ya no pertenezcan a ellas o, simplemente, hayan fallecido por aquello del inexorable paso del tiempo.

Por tanto, salvo en casos oportunistas o de intereses grupales, nuestros partidos políticos desde 1975 (muy pocos desde la inicial clandestinidad, PCE; mucho más tardío, PSOE) se han ido integrando en los más fuertes hasta que hemos llegado a esta indeseable situación de alternancia en el poder entre PP y PSOE. Y aunque en algunos permanecen viejos militantes (muchos en comodísima posición económica), lo cierto es que se ha producido la natural renovación generacional, aunque hoy con menos platonismos estéticos y más planteamientos prácticos en cuanto que la política es una profesión, cuando hasta ayer fue entusiasmo y casi siempre utopía.

Pero a pesar de la profesionalización y la acelerada pérdida de ideologías, hay quienes siguen creyendo en ellos, y les afectan muy directamente sus vaivenes y desasosiegos. Así, por ejemplo, en el PSOE: la corriente crítica exige la inmediata desaparición de todos aquellos restos del gonzalismo tristemente degenerado y la absoluta renovación que signifique el renacimiento de un partido obrero, serio y social como lo fue en sus orígenes.

Lo mismo sucede en el PP: militan en él o simpatizan con él decenas de miles de personas serias, honradas, consecuentes con sus pensamientos políticos y sociales, perplejas y anonadadas por todo lo que están leyendo, oyendo, suponiendo. Pues bien: esas personas merecen el más absoluto respeto por quienes hoy identifican al PP con la corrupción, de la misma manera que tampoco el PSOE fue corrupto, sino muchísimos de sus dirigentes, algunos encarcelados en su momento.

El PP no son los sospechosos cargos que supuestamente delinquieron, en absoluto. A estos, si hubo supuesto delito, que la Justicia los siente en los juzgados. Pero a los otros, a sus gentes de a pie y en cargos de responsabilidad que actúan con honradez y honestidad, no se les debe culpar, ni tan siquiera señalar. Conozco a muchos de ellos que reclaman seriedad, vergüenza y rectitud.

Con todos mis respetos.

También en:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=291481