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viernes, 19 de abril de 2024 00:09h.

Salvador "Palomo" y el cacique - por Francisco Javier González

 Vine a Hermigua para dar a mi periódico una crónica de la constitución de una muy interesante iniciativa del alcalde D. Antonio Fagundo Fragoso llamada “PRO-CULTURA”, para llevar la enseñanza a este pueblo carente de escuela primaria.

Salvador "Palomo" y el cacique - por Francisco Javier González *

 Vine a Hermigua para dar a mi periódico una crónica de la constitución de una muy interesante iniciativa del alcalde D. Antonio Fagundo Fragoso llamada “PRO-CULTURA”, para llevar la enseñanza a este pueblo carente de escuela primaria. Es una Comisión paritaria en todo, acorde a los nuevos tiempos que tenemos ahora por 1924.- La forman 12 personas, 6 del Valle Alto y 6 del Valle Abajo, y son además 6 hombres y 6 mujeres que han contratado a dos maestros palmeros, D. Manuel Durán y D. Manuel Medina para dar clases, empezando desde las 8 de la mañana hasta por la noche a las 12, para que puedan asistir obreros. La cuota establecida es de 2 pesetas por familia y mes, bastante asequible pues muchas mujeres ganan peseta y media al día en los empaquetados. Tomando notas para la crónica me enteré de una curiosa anécdota de un trabajador de la carga, llamado Salvador Palomo,  el cacique D. Ciro Fragoso y mi  ilustre amigo D. Emilio Calzadilla Dogour, que fue notario de este pueblo. La gente es remisa a contar nada que tenga que ver con D. Ciro, pero encontré a otro trabajador, compañero de El Palomo que me relató, con pelos y señales, la historia. Con la taquigrafía que, afortunadamente, dominaba, esencial para mi profesión, procuré coger lo más fielmente que puedo la historia que transcribo por su interés, conservando en lo posible la peculiar forma de hablar de nuestros campesinos.

SALVADOR PALOMO

¡Pues claro que sí, cristiano! Es como se lo cuento. Bien que me acuerdo de la machanga que le plantó mi compadre Salvador “Palomo” al cacique aquel día, pero pa’entenderlo completo tiene que darse cuenta de quién era el tal Don Ciro y quien era Salvador y porqué le salió la volada aquella, pero contárselo lleva su rato. Tengo que principiar con lo de Cuba, luego como eran las cosas aquí en Gomera y, además, como eran los caciques y sus tejemanejes y la trancadera que teníamos con’ellos.

Salvador Santos Fernández, padrino de mi hijo Luis cuando lo cristianaron y por ello compadre mío, no es hermigüense. Nació en La Villa, allá por el 1874. Por eso, si lo quería ver encochinado, le cantaba aquella copla que dice: “De la Villa, soy villano/ de Alajeró, lagarterode Chipude, chipudano/ y de Hermigua, caballero”.  Lo de “Palomo” debe venirle por parte de padre, que los Santos, al ser villeros,  no sé como se les llama de sobrenombre. De madre no, que dicen que era de Hermigua, y los Fernández, aunque los hay del Valle Alto, casi todos son de Ibo Alfaro o de Piedra Romana y, o son “Curitas” o “Rabocochino”, pero no “Palomos”.

Ya de muchachón mi compadre era alto y huesudo, y de joven, al ir ganando encarnadura se hizo un cacho de hombre que, con una guataca en las manos, él solito hacía una sorriba. Tanto era que ya algo mayor, y asigún cuentan por una apuesta, se fue a una pega p’al Hierro con un herreño que tenía la fama de ser el más fuerte de pa’llá. Era levantar una barrica llena de vino en un pueblo que llaman El Pinar y le ganó de largo al herreño. Allá, y por aquello, pasó una buena temporada y hasta tuvo un hijo herreño al que más tarde reconoció. Criado como todos nosotros sin conocer las letras y firmando con el dedo cuando era menester, se tuvo que poner a trabajar a destajo de lo que saliera desde los 8 años, casi siempre por uno o dos reales por una jornada de ocho horas, y menos mal que no era hembra que, desde esa edad, en que ya podían hacer mandados y cargar, las embarcaban pa’Tenerife a casa de unos señores gomeros de la Villa, los Cubas, que tenían casa y comercio en Santa Cruz y familias por Cuba o a otros recomendados pa'que al menos tuvieran sustento diario, aunque su hermana, Mariana Bruna, no se fue pa’Tenerife y aguantó como pudo en Gomera.

CUBA

El mayor de los hermanos Palomo, jarto de joderse el lomo dando mandarria por dos reales o de pasarse desde la madrugada jalando del remo pa’garrar cuatro pejes, se fue pa’Tenerife. Como allí tampoco encontraba acomodo decente pa’vivir, traspuso pa’Cuba en 1886. Como no tenía suficiente pa’pagar el vapor correo que salía desde Cádiz y pasaba por Tenerife alrededor de los días 24 de cada mes,  tuvo que salir desde La Palma,  puerto de donde más veleros hacían el viaje en unos 30 días  hasta Baracoa y luego a La Habana. Sus últimos reales los gastó en los diez días de espera pa’l embarque que pasó en Benahoare y en comprar una fanega de gofio de millo por si se prolongaba la travesía, que nunca se sabía de antemano que calmas podían encontrarse. Embarcó en la barca “María de las Nieves” que llevaba unos 150 pasajeros de varias islas y unas cuantas toneladas de cebollas.

 Salvador pensaba hacer lo mismo pero estalló otra vez la Guerra en Cuba y nos quintaron a los dos, asigún decían pa’servir al Rey en la manigua durante tres largos años. Los  que no teníamos 2.000 pesetas pa’la que llamaban “redención en metálico” o  para pagar un “sustituto” y quedarnos  en nuestra tierra, teníamos que servir o que declararnos prófugos y darnos a la fugona, salvo los lambeculos o la parentela del caciquerío que esos ni siquiera salían en las listas. En el caso del Palomo, lo mismo que en el mío, ni vendiendo los pedacitos que pudiera tener entre toda la familia por esos ancones sacábamos pa’eso. Imposible pa’los padres que ganaban unos míseros 4 o 5 reales, rara vez peseta y media,  por un jornal diario de sol a sol, y eso el día que había trabajo. Se notaba que la guerra iba mal pa’los españoles porque a mí me reclutaron con 19 años, pero el Palomo tenía ya 21 cumplidos y lo garraron aquí en Hermigua en que estaba trabajando, paredando a piedra seca unos terrenos sorribados,  en una rebusca de gente que no había sido quintada con la Ley anterior a la del 96 o que los habían dado por exentos en el Ayuntamiento. Yo me creo que se había venido pa’Hermigua pa’que, si el ayuntamiento villero lo daba como ausente,  no lo quintaran.

El día de la partida de Hermigua nos pusimos de acuerdo pa’dir juntos. Salimos con la fresca llevando cada uno su zurrón bien lleno de gofio millo, unos cachos de queso duro de armadero y un barriletito -de’sos que hacen los palmeros pa’colgar al costado- con vino del Palmar de Ajen pa’que, tras traspasar la cumbre, al bajar por Aguajilva, que llega uno todo desbambarriado, poder matar el jilorio. Acostumbrados que estábamos a hacer ese camino cargados como burros con un saco de papas y descalcitos, tardamos menos de tres horas en llegar a la Villa. Allí hicimos noche en el llamado Castillo de Los Remedios con más quintos gomeros y, por la mañana, salimos pa’Tenerife en el velero “María Luisa” que venía de La Palma con otros quintos palmeros. Yo nunca había navegado, aunque a nadar si había aprendido en La Caleta. El Palomo era más hombre de tierra que de mar, aunque me parece que más de una vez había salido de pesca en la Villa pero nunca en un barco de altura y menos con el mal tiempo que teníamos. Así, a mitad de la travesía, frente a la Punta de la Rasca, de tan mariaditos parecíamos pejes verdes. Menos mal que en la Villa no nos habían dado pa’desayunar ni un fisco de tabefes con gofio, porque así teníamos menos que echarles pa’los pescados.

Al llegar nos llevaron a un cuartel que llaman de San Carlos. Allí ya habían más gomeros, herreños, palmeros y gente de Tenerife a la espera del barco pa’Cuba. Nos dieron a todos lo que llamaban “el equipo”. Dos pantalones y dos blusas azules de mil rayas –que luego, en Cuba, nos dijeron que se llamaba, vaya usted a saber por qué, “de coleta azul”- con unas polainas y unos borceguíes, unas lonas “guajiras”, sombrero de jipijapa con un trapito encarnado por un lado que llaman la escarapela que, cuando llegamos a Cuba estaba jecho un caquero, correa de cuero negra con dos cartucheras y unos tirantes. Nos dieron también una manta, un morral de macuto de lona con gutapercha pa’que no se mojara el contenido, una bota de cuero pa’l vino, una fiambrera, un vaso y una cuchara y, de armamento, un fusil máuser y un cuchillo bayoneta. Pa’dirnos acostumbrando, después de un agua de pasote y unas galletas como riscos de desayuno, toda la mañana se pasaban metiéndonos candela con la instrucción. El Palomo y yo nos dimos un salto a La Laguna, a una molineta que hacía toda clase de gofios, pa’comprar uno de millo porque no teníamos costumbre del de trigo que nos parecía amargo. Al mediodía, un potajito que llamábamos “d’enredadera”, porque nadie sabía de que matas estaba cocinado y que no se parecía al de tagarninas y papas que comíamos en Hermigua. Dispues venía arroz unos días y garbanzos con tocino otros y de compaña, pa’no enñugarnos, una cuarta de un vino del que llamaban aguapata que parecía na’más que medio hecho. En verdad que no nos podíamos quejar.

 Ahora, usted perdone, le contaré más cosas mías que del Palomo porque, en Tenerife, aunque los dos díbamos pa’Cuba, tuvimos que separarnos. Le cuento mis pesares pa’que entienda lo que era aquello de la Guerra a la que nos llevaron por ser como cabras jairas y no guanilas. A Sebastián lo mandaban al Batallón Simancas, fijo en Santiago de Cuba y embarcó en el vapor “Buenos Aires”, mientras que yo fui destinado a la recién formada “8ª Compañía” expedicionaria que iba a reforzar al Batallón Provisional de Cuba destinado en La Habana y formado, sobre todo por canarios. Estábamos muy remezclados ya que, de los más de 200 soldados de segunda de esa 8ª Compañía, los habían desde casi niños de 18 años sin instrucción militar a los que ya tenían los 30, con muchos veteranos reenganchados que se ofrecían de sustitutos de los que tenían reales pa’pagarlos y quedarse en sus casas embujerados. Toda esa gente pa’la guerra dejaba a las islas, que ya habían perdido muchos brazos, con los campos balutos y las familias en la miseria. Los reenganchados nos decían que las guerras en Cuba se habían tragado ya más de 100.000 pobres soldados, aunque la mayoría  fueron por enfermedades, sobre todo la fiebre amarilla y el paludismo, o por puro agotamiento. El consejo era que, por más hambre que tuviéramos, las frutas del país ni tocarlas, ya que unas daban cagalera que duraba y otras que no conocían, na’más comerlas la palmábamos.

Salimos de Tenerife el 30 de agosto de 1896 en el “San Agustín”, un barco que hacía los viajes a Filipinas de la Compañía Trasatlántica y que, por la guerra, transportaba tropas a Puerto Rico y Cuba. El día antes, en la Orden del Día, el capitán nos leyó una despedida que nos dedicaba el Gobernador Militar de la Provincia, el general de división Don Ignacio Pérez Galdós, que era de Las Palmas. Nos decía el general que dibamos a combatir por la honra de la Patria en una campaña fácil y gloriosa que estaba ya pa’acabarse, que en el Batallón que nos esperaba en La’Bana todos, desde los jefes y los oficiales hasta los soldados, eran canarios y que volveríamos vencedores pa’terminar deseándonos felicidad de todo corazón. ¡Carajo que labia la del general que nos hizo creer que aquello de Cuba era un regalo que nos caía del cielo! Nos llevaron luego todos los que salíamos pa’Cuba, en formación pero sin armamento, hasta la Iglesia de la Concepción donde nos dijeron una misa y nos dieron a cada uno un escapulario, decían que era pa’que no nos dañaran las balas, y nos repartieron tabaco y otros regalos que habían comprado con 1.500 pesetas que los paisanos habían aportado y 600 pesetas más que daba el Ayuntamiento de Santa Cruz. Eso, y el rancho especial con carne cochino y vino de verdad, fue lo mejor del día.

Nos tocaron diana a las cinco de la mañana y salimos del Cuartel de San Carlos a las seis y media. Delante, tocando y trompetiando, una charanga del Batallón de Cazadores regional, detrás la escuadra de gastadores, el Capitán y todos los oficiales y, tras ellos, nosotros, como ovejas pa’l matadero. Así nos pasearon por medio Santa Cruz. Pasamos el puente a la calle de la Noria, la calle Cruz Verde y la Plaza de la Constitución hasta frente del Castillo de San Cristobal. Allí, con el público becerreando vivas a España, al Ejército y a las Islas Canarias y con el cura, el alcalde y los concejales despidiéndonos, nos embarcamos. Hasta que el barco salió a las dos de la tarde quedaba gente en el muelle, muchas madres llorando y otros dándonos ánimo. Muchos de nosotros teníamos hermanos en Cuba y nos preguntábamos ¿Qué haremos si son insurrectos?

Lleguemos a la’Bana el 12 de Septiembre. Desembarcamos en lanchones por el Muelle de Caballería y nos llevaron, formados y desfilando, por la calle Neptuno hasta el Castillo del Príncipe a un campamento al lado de las vías del ferrocarril. Ni imaginábamos que ese cacharro de puro jierro existía. Por cierto, que al llegar vimos que lo que nos dijo el general Pérez Galdós, de que todos en el Batallón eran canarios, no fue la verdad. La mitad eran de Baleares y no los entendíamos cuando hablaban entre’llos. De todas formas, antes de las navidades dividieron el Batallón en dos, uno solo pa’los canarios y otro, igual, pero pa’los de Baleares. Entonces sí que estábamos todos entre paisanos. De los viejos habían más de cuarenta enmedallados por la batalla en la que mataron al general mambí Juan Bruno Zayas por la parte de Quivicán.

Cerca del campamento estaba el Hospital Alfonso XIII y, hasta miedo nos dio, ver que no había sitio ni pa’las chinches de lleno de heridos y, sobre todo, de enfermos que estaban internados con el vómito negro, la fiebre amarilla, la disentería o. incluso, por un total agotamiento físico. Un cabo sanitario nos contó que un soldado palmero, Francisco González Acosta, había muerto de un pasmo del corazón al terminar una marcha de más de un día en el mes de agosto y se cayó al suelo como un machango roto. Nos dijo también que el Hospital Civil Santa Cristina de Güines tenía enfermos hasta en el porche y nos alertó de los jejenes que llamaban “lanceros”, de los “rodadores” y del “bicho candela”, que puede dejar a un hombre ciego. Recalcó lo de la fruta del país y nos advirtió que tuviéramos ojo con las putas, que habían muchas en La’Bana y la mayoría eran canarias, chinas o gallegas, porque la sífilis y las purgaciones también mataban. A las canarias las tenían los negros como brujas. Decían que venían volando de noche, cantando una copla que decía “De Canarias semos/ y de allá vinimos/ jace media hora/  que pa’cá salimos”  y de noche se volvían cantando “Pa’Canarias vamos/ que de allá vinimos/ y con media hora/ hasta allá llegamos”. Nunca le hice mucho caso a ese dicherete porque nunca vide volar a una bruja, aunque se contaba que de Alojera a Hermigua venían en un suspiro.

Ni de pensarlo nos dieron tiempo. Na’más llegados, el día 14, y sin que los más jóvenes supieramos ni disparar, nos llevaron de operaciones a San Felipe. Cada semana hasta diciembre teníamos una o más operaciones de combate. Así me recuerdo de las peorcitas y más trabadas como Potrero de Empresa, Ponce, Los Caballos, las Yaguas, Alquizar….También  cada semana teníamos más de una baja por enfermedades y algunas, pero menos, por fuego de los mambises. Lo más jodido creo que era la conducción que nos encargaron de los convoyes que diban de Artemisa a Cayajabo. Era tan jodida que el propio Capitán General español de Cuba, Valeriano Weyler, al que los cubanos llamaban y con razón “El Carnicero”, nos pasó revista en Artemisa el 23 de noviembre, nos felicitó por la conducción, ascendió a sargentos a cuatro cabos y a segundo teniente a un sargento, concediendo además una medalla militar por compañía. Lo de la medalla era como tocarle un premio a uno porque llevaba una paga de siete pesetas y media, aunque con las penurias, no se si las llegaron a cobrar.

En esa época habían en la provincia de La’Bana, defendida por la trocha de Mariel, unos 20.000 soldados españoles y más de 10.000 guerrilleros irregulares de apoyo y combate, muchos a caballo. Los oficiales españoles eran bastante cabrones con los cubanos, pero más cabrones todavía eran los voluntarios que formaban las guerrillas. Según contaban fueron los responsables del fusilamiento de los estudiantes hace años cuando un militar canario de la guarnición de La’Bana, el capitán Nicolás Estévanez, se fue del ejército español y de Cuba por la vergüenza que le dio aquel asesinato

Cuando  esperábamos la comida especial de la Purísima, día de la Patrona, en que se nos decía que repartirían latas de carne italianas  que había traído intendencia y que, pa’comer ese día, tendríamos arroz congrí con vianda y habría buen vino, mejor ron y un tabaco por cabeza, llegó la noticia de la muerte el día antes, cerca de Punta Brava, de un hijo del general Máximo Gómez, al que llamaban Panchito Gómez, y del general mambí Antonio Maceo, un mulato al que los cubanos llamaba el “Titán de Bronce” y al que los españoles tenían verdadero pánico por sus cargas al machete. Los mató la Guerrilla de Peral que les seguía el rastro desde la Trocha de Mariel guiados por un práctico canario llamado Santana. Todo el mundo pensaba que la muerte de Maceo podría acabar con la guerra por lo que fue motivo de que se agrandara el belingo organizado por los cocineros, pero la alegría dura poco en la casa del pobre y la guerra no amainaba.

Fue, como le decía, por ese entonces cuando el Batallón Provisional de Cuba se dividió en dos, uno pa’los baleares y el otro, con el nombre de “Batallón Provisional de Canarias” se quedó solo pa’nosotros. En la solapa nos espicharon un cacho de metal dorado con las letras “P” y “C”  y nos mandaron pa’San José de Las Lajas, en el centro de la provincia de La’Bana. Lleguemos con los borceguíes que nos dieron en Tenerife toditos desguañingados y las lonas guajiras hechas un trapo que dejaba pasar las niguas. Las niguas son como unas pulgas encarnaditas, que pican y luego juran la pelleja pa’poner sus huevos debajo y nos jodían los pies. Había un cabo del Realejo Bajo, Manuel Dorta Hernández, que hasta que lo repatriaron pa’Canarias por un tiro que le dieron en una pata en la acción de Montes de Caimán a fines del 97, nos las sacaba con una aguja sin romper la bolsa de los huevos. A los que no le salían terminaban por hacérsele una ursula en el pié y hasta a darle la cangrena negra que daba sentimiento ver como se le ponían.

Lo más jodio era cuando nos teníamos que enfrentar con mambises canarios. Muchos del Batallón se pasaban a los cubanos y otros no tiraban porque tenían familia entre los insurrectos, pero también los había que se enruñaban más. Había una jurriada de canarios entre los mambises. Sabíamos incluso nombres de generales como Matías Vega Alemán, Manuel Suárez Delgado, Jacinto Hernández Vargas y Julián Santana Santana que era un hijo de la inclusa de Santa Ana de Las Palmas  que combatía a las órdenes de Maceo. Lo decíamos por lo bajo entre nosotros, pa’que no pensaran los oficiales que íbamos a pasarnos a los mambises. El que más conocíamos era a Jacinto Hernández Vargas, de Guía de Isora, que era alcalde de San Antonio de las Vegas cuando se alzó con su hermano Faustino que murió en la guerra. Lo conocíamos bien porque su tropa, con muchos isleños, operaba por la misma zona que nosotros, en Bejucal, San Felipe, Quivicán, San José de Las Lajas y Güines, donde habían soldados de nuestro Batallón también de Guía de Isora que lo vieron más de una vez, pero se callaban la boca porque eran paisanos. No queríamos toparnos con él. En La’Bana había un periodista palmero de apellido algo así como banguemer, que estaba a favor de los españoles y que pidió a Weyler  fusiles p’armar un batallón de caballería con isleños contra los mambises pero se los negaron. Yo creo que Weyler no se fiaba de nosotros.

¡Pa´que voy a seguirle contando penurias! Al empezar el 98 los españoles les dieron a los cubanos lo que llamaban “autonomía” pero eso no frenó la guerra. Seguíamos, una semana sí y otra también, con operaciones, marchas, vigilancias y, sobre todo, hambre y miserias. Día bueno era si había arroz, tocino y yuca y si no teníamos heridos o enfermos. D’estos algunos tenían mucha suerte porque los repatriaban pa’Canarias. Me acuerdo de un par de herreños, Eulalio Armas Padrón y Juan Sánchez, de los gomeros Ambrosio Medina y Francisco Correa Mesa y del teniente güimarero Don Nicolás Pérez Delgado que, después de un tiempo en el Hospital de Güines, los mandaron pa’casa. Hubo muchos más pero no recuerdo los nombres.

Así seguía todo cuando pasó lo del Maine y los yanquis, por el mes de abril, declararon la guerra a los españoles. En el regimiento teníamos canarios que habían estado hasta 1865 en el ejército español en la guerra en Santo Domingo que es otra isla cerca de Cuba. Esos, a los soldados de Estados Unidos, los llamaban“gringos” y algunos cogimos ese guineo. Los españoles  temían que los yanquis desembarcaran cerca de La’Bana y nos destinaron a la vigilancia de las playas de Bacuranao a unos 15 o 20 Km. de la capital y del tren a Campo Florido, pero llegó agosto y todo parecía parado. Los yanquis no desembarcaban, las partidas mambises no atacaban y la provincia estaba tranquila. Ese mes los españoles se rindieron y entregaron la isla a los yanquis, pactando retirarse antes de fin de año, dejando a los verdaderos cubanos, los mambises, con el culo al aire en manos  gringas.

El último día de septiembre los españoles disolvieron el Batallón Provisional de Canarias y nos reembarcaron en el vapor correo “Puerto Rico”, isla que también abandonaban a los yanquis, de vuelta pa’Tenerife con una licencia de tres meses por “repatriados”. En ese mes fueron muchos los canarios que, pensando en lo que les esperaba de vuelta a las islas o porque tenían ya novia cubana,  desertaron y se quedaron en Cuba. Al Palomo y a mí nos quedaba entoavía casi un año de ese puñetero “servir al rey” pero teníamos magua de las islas y volvimos pa’ca, aunque yo estuve tentado de desertar y quedarme, sobre todo al enterarme que desde abril habían llegado a Canarias  tropas de infantería y artillería desde España en los buques “San Francisco” y  “Antonio López”  porque pensaban que tras de Cuba nos tocaba a nosotros en las islas. Podía ser, porque el Capitán General Montero había publicado un bando en mayo declarando el estado de guerra en toda la provincia de Canarias. Yo pensaba, ¡a que salimos d’esta y nos vamos a quedar tiesos en una playa canaria! Pero claro, aunque ningún sitio es gueno, vale más morir uno en casa.

A Gomera llegamos por separado Sebastián Palomo y yo porque a él lo repatriaron desde Santiago con los prisioneros que hicieron allí los gringos. No llegaron a Canarias hasta mediados de febrero de 1989 todos en el vapor “Pío IX”  a Las Palmas. De allí a los 114 que venían naturales de Tenerife, Palma Gomera y Hierro los reembarcaron pa’Santa Cruz. Solo algunas familias fueron a recibirlos pero, como pasó cuando llegamos nosotros, no hubo charanga militar de tambores y cornetas, ni mandos militares, ni curas, ni gentío como habían ido a despedirnos cuando salimos pa’Cuba, y es que la derrota siempre es amarga y triste pa’l que la sufre. La que sí estaba era la Cruz Roja porque venían cinco enfermos graves, entre ellos el gomero Manuel Darias González. En marzo siguieron llegando a Tenerife soldados repatriados, entre ellos un pobre palmero del Batallón de Borbón, Lucas Rodriguez, con un brazo cortado de un machetazo de un mambí de la partida del general Máximo Gómez en Sabana de Camagraní.

 De allí, en falúa, pa’casa en Gomera. Palomo se quedó en la Villa hasta que, buscando trabajo, se vino pa’Hermigua donde corrían más perras que en la Villa. Al principiar el verano nos reunimos en una bodega de unos amigos en Taguluche del Norte  como una docena de compañeros todos repatriados de Cuba. Entre ellos Francisco Correa y su primo José Correa Gómez, José Calero Martín, Feliciano García, Elías Medina Aguilar, Gregorio Plasencia y Manuel Padilla. Además de jareas de viejas que trajo el Palomo, no sé si pescadas por él, habíamos llevado dos grandes quesos de Inchereda y otro hecho almogrote, matado una machorra, batatas y ñames guisados, todo p’armadero del vino de Taguluche que, pa´mi, es de lo mejor de la isla. Pa’los postres gofio con miel de palma y torta cuajada. Nos jartamos acordándonos de las hambrunas que pasamos en Cuba cuando cualquier jarijo que se pudiera masticar nos bastaba pa’pasar el jilorio. Luego, bien arregostados, al calor de una botella de ron del alambique “La Criolla”, el mejor de la famosa destilería “El Infierno”, que me había traído de Cuba, pegamos a contar cada uno como lo habíamos timoniado. El relato que más meritó la pena fue el del Palomo. Nos contó, con todas las señas, como fue lo de Santiago y los pelos parecían punchas de lo empuntados que se nos pusieron. Se lo voy a contar pa’que vea como fue aquello de Cuba pa’l Palomo y los pobres que estaban allá.

Pegó a decirnos que ya, desde lo del Maine en febrero y el bloqueo naval de los yanquis, se barruntaban todos que Santiago, con su base naval, era un punto clave, mucho más cuando por abril bombardearon Matanzas. Los oficiales nos decían que la flota española, la de Cuba y la de Filipinas, era más poderosa que la yanqui. También nos lo decían los que sabían leer y veían los periódicos, y eso nos daba algo de confianza pero, na’más empezar mayo, llegó la noticia de que en Filipinas los yanquis habían destruido toda la flota española de esa parte del mundo. La flota española de Cuba, que mandaba un almirante que llamaban Cervera, entró a la bahía de Santiago a mediados de mayo y a fines del mes una flota yanqui bombardeaba Santiago por primera vez. Dispues los gringos intentaron hundir uno de sus propios barcos pa’taponarle a los barcos españoles la salida de la bahía pero, aunque no lo lograron, el cardumen de barcos gringos no dejaban ni entrar ni salir de Santiago y nos bombardeaban por todos los lados. Las tropas yanquis desembarcaron por Daiquiri y Guantánamo algo más de mediados de junio y se plantaron en Las Guásimas. Allí, por el día de San Juan, fueron los primeros enfrentamientos quedándoles el camino libre.

Los españoles, contando con la marinería arrinconada en puerto, teníamos como unos 8.000 soldados y dos tristes cañones medio ferrugientos mientras que los yanquis, sin contar toda su enorme escuadra, tenían ya en tierra más de 18.000 con cañones y ametralladoras. Pa’más jodida la cuestión, el general cubano Calixto García, que tenía en toda la provincia de Oriente más de 30.000 mambises, estaba ya por el otro lado, avanzando desde Cuevitas a Dos Caminos del Cobre, al ladito mismo de Santiago.

Siguió contándonos el Palomo, entre buche y buche de vino pa’remojar el galillo, que’l día que nunca podría olvidar mientras viva era el primero de julio. Le cuento lo que nos dijo: Estaba en el hospital con fiebre y tiriteras cuando los yanquis atacaron las defensas de Santiago en El Caney y en la Loma de la Caldera, que luego nos enteramos que los gringos llamaban a esa loma, en su lengua que hablando parecen gallinas con gogo, "quitel jill". Allí habían unos almacenes de caña de un antiguo ingenio que se habían fortificado. Fueron batallas tremendas de las que todos los soldaditos estuvimos hablando y no terminábamos dispues que se rindiera Santiago. En El Caney estaba el general Vara del Rey con unos 500 hombres entre soldados y paisanos movilizados. Los gringos atacaron con unos 6.000 hombres y abundante artillería. Iban en oleadas de la mitad de los soldados, unos 3.000, y mucho fuego artillero que hacían desde la sierra Escandal que dominaba el terreno, pero fueron frenados repetidas veces a lo largo del día. La'rtilleria que traiban destruyó el fuerte que estaba en una colina llamada El Viso, la iglesia y luego casi todo el pueblo. Cada vez que llegaban los soldados yanquis a unos 50 metros eran rechazados. Eso duró desde las 6 de la mañana a las 5 de la tarde en que, muerto el general, su hermano y sus dos hijos y agotados los 150 cartuchos que tenía cada soldado, un centenar de los que quedaban se retiraron como pudieron pa’Santiago.

Nosotros vimos lo que pasaba en El Caney y en el ingenio de la Loma de la Caldera, pero bastante teníamos con el fuego que nos hacían los gringos porque, entre ellos y Santiago, solo quedaban las fortificaciones de las Lomas de San Juan donde nos habían llevado hasta a los enfermos y heridos que pudieran ponerse en pie para defender esas Lomas. Fue así, con fiebre, tiritera y vómitos, como fui con mis lonas rotas, mi fusil y 150 cartuchos a defender Santiago. En verdad que de los más o menos mil heridos o enfermos, los más graves los dejaron en tercera línea, rodeando Santiago desde el Cementerio a Las Cruces junto a la Marina, junto con los voluntarios, un escuadrón de guerrilleros montados del Batallón de  Puerto Rico y hasta con los bomberos a los que armaron. En total unos 4.000 hombres. A mi – contaba Palomo- como me vieron más fuerte y grande aunque estaba bastante jodido de las tiriteras me mandaron a las trincheras de Canosa, en segunda línea, donde estaba el Cuartel General. Frente a nosotros, nos enteramos dispues, los yanquis tenían más de 11.000 hombres y dos baterías de artillería que empezaron a bombardearnos a poco de las ocho de la mañana.

A la media hora, aunque seguían sus cañones machacando la Loma de San Juan, empezaron cargas de su caballería y oleadas de sus soldados al asalto de la Loma pero eran rechazadas con montañas de muertos que parecían otra trinchera a 50 o 60 metros de las españolas. Allí murió hasta un general gringo y muchos oficiales. Así hasta el mediodía en que el General al mando, llamado Linares, ordenó que los que quedaban en pie se retiraran a la segunda línea pa’salvar los dos cañones. Así lo hicieron protegidos por los guerrilleros a caballo de Puerto Rico a los que los yanquis hicieron un esmanche de todos los demonios, matando incluso a su capitán y a los oficiales.

Lo malo fue que, desde la Loma nos tiroteaban y cañoneaban a gusto de’llos por lo que se intentó recuperar la posición en alto por el capitán Patricio y sus hombres con una carga a la bayoneta. Solo quedaron seis. Luego fueron los marineros con su capitán al frente los que cargaron loma arriba con grandes bajas, incluido su jefe, que recibió un tiro en la barriga del que murió a los 10 o 12 días en el Hospital Militar. De los más de 500 marineros que cargaron loma arriba solo quedaron sanos como unos 30 y muchos heridos. No se pudo volver a tomar la Loma pero si asegurar la contrapendiente donde estaba el fuerte de La Canosa.

Allí se hizo una nueva línea de frente y allí me parapeté yo con lo que quedaba del Batallón Simancas con el que había salido de Tenerife. Nos bombardeaban continuamente además de atacarnos a la bayoneta hasta que se hizo de noche y pararon el fogueo. La noche la aprovecharon pa’mandarnos desde Santiago un rancho de arroz, que estábamos esmayaitos,  y un refuerzo penoso de algo más de 100 heridos del Hospital que malamente podían mantener el fusil. Por la mañana, aquello estaba lleno de muertos d’ellos y nuestros, todos reburujados. Yo estaba de “vigilante”, lo que aquí en Gomera llamamos de “guachimán”. Mientras ellos nos disparaban le jacíamos guatimañas pa’cabrearlos hasta que pegaron de nuevo a bombardearnos y se nos quitaron las ganas. Yo estaba muy cerca del coronel de nuestro Batallón, que se llamaba Don José Baquero, cuando nos cayó una granada que lo alcanzó de lleno. De’l no encontramos sino cachos esparcidos mesturados con los de los dos que estaban a’ladito mismo. Fue muy jodido, pero aguantamos todo lo que los yanquis intentaron para echarnos. El general Linares quedó herido grave y el mando lo tomó el general Toral.

Asigún se decía, desde La’Bana  mandaron a la escuadra de Cervera que saliera de Santiago. Mientras estábamos al tiro limpio en La Canosa, salió pegadito a tierra con todos los barcos. Salían todos en fila como conejos de una madriguera y los barcos yanquis se jincharon a desgorrifarlos como si estuvieran tirando al blanco. No quedó ni uno y hasta a Cervera lo hicieron prisionero. Yo creo que si le pasó algo a algún gringo fue de un ataque de risa boba, pero a los que estábamos combatiendo nos dejaron con el culo a las dos manos. Ni por esas nos rendimos en La Canosa, aunque todos los días los gringos intentaban echarnos d’allí. Solo salimos, todos baldados y machacados pero firmes, cuando el general Toral rindió a la guarnición. Lo hicieron con unos papeles que firmaron, sentados a la sombra de una ceiba, los generales españoles y yanquis. Los cubanos, con razón, estaban cabreados con los gringos porque al general Calixto García que, con sus mambises, había batallado tanto como los gringos y que eran los que, en verdad, tras tantos años de guerra por su Cuba, tenían derecho a estar allí, ni siquiera les permitieron acercarse. Total, que salieron de la sartén pa’caer al fuego.

A los que estábamos heridos o enfermos nos dejaron en el Hospital. Los gringos no se portaron mal con nosotros. Reconocieron que nos habíamos batido muy duro. Asigún decían les habíamos causado más de 2.000 bajas, aunque no sé yo si fueron tantas o estaban sajerando pa’quedar mejor. Nos regalaron tabaco, ron y unas latas de una carne encarnada y rara pero sabrosa. A los generales y jefes españoles muertos les dieron una condecoración muy importante, una cruz que llaman de laurel. A los soldaditos que nos habíamos batido el cobre de duro y estábamos dañados nos dieron una medalla militar que, lo mejor que tenía, era la paga de siete pesetas y media que venía con la medalla, que además nos dijeron que era de por vida. La cruz de los generales tenía también paga y mucho mayor pero me creo que a los muertos de poco les servía. Lo mejor fue que de allí pa’Tenerife y, como teníamos tres meses de licencia, pues volví pa’mi Gomera.

GOMERA

En Gomera en esos momentos, el mejor sitio pa’vivir y el más poblado, era Hermigua. En realidad todo el norte: Vallehermoso, Agulo y Hermigua que tenían buenas masas de tierra y bastante agua, no como los blanquiales de p’al Sur, pero el pueblo más importante de la isla, más que la capital, era Hermigua. Yo no estaba muy bien mirado porque no me ocultaba de decir que sería todo mejor si no fuera que los tres pueblos eran casi una finca privada de los caciques, Domingo García González en Vallehermoso, Leoncio Bento en Agulo y Ciro Fragoso en Hermigua, a los que todo el mundo trata de “Don” pero yo se lo quito por lo explotadores del pobre que eran. En verdad, si cualquiera d’ellos tenía a uno entre ceja y ceja, hasta encontrar algún trabajo se hacía muy difícil. Pa’colmo además, me tenían entre ojos porque mi segundo apellido es Montesino y cuando, a primeros de octubre de 1897, trataron de cargarse, a tiro limpio, al cacique Ciro Fragoso en el monte de Alajeró, y lo dejaron casi muerto, metieron presos a Antonio Cordero y a unos parientes de mi madre, Domingo Montesino y su sobrino Isaías Montesino. Menos mal que por ese entonces yo estaba tragando culebras en cualquier trocha cubana, que si no me hubieran enchiquerado también. Yo les decía  ¿y porqué no se lo pegan también al cura Maximiliano Darias, que su madre también es Montesino, o a los Montesino que tenían un comercio en Alajeró? Pero, claro, ya se sabe que los comerciantes no van pegando tiros y con los curas no se puede meter naide, y menos si los hermanos del cura van pa’militares.

Por ese entonces, terminada la guerra, habían regresado de Cuba bastantes indianos con buenos pesos allá ganados. Unos venían con nuevas ideas pa’ganar más perras, mientras que otros, que salieron de Gomera con una mano atrás y otra alantre,  ahora que tenían plata, querían ser lo mismito que los caciques de siempre. Uno de los que traía buenas ideas y centenes en abundancia era D. Francisco Trujillo Grasso. En Cuba, creo que tenía una buena hacienda por Jicotea, en Ciego de Avila, que vendió al venirse pa’Canarias. Era primo de Domingo Trujillo que también tenía algunas tierras en este Valle y por Alajeró y que le facilitó comprar muy buenos terrenos.

Aquí ya la cochinilla no valía un carajo y el vino tenía poca salida pa’fuera. Lo que se exportaba eran papas y cebollas. Papas y batatas podían dar hasta tres cosechas al año. Se mandaban pa’Tenerife y hasta p’América y la Inglaterra. D. Francisco empezó plantando papas de semillas inglesas como la utodate y la chinegua que, en sacos de un quintal, cargábamos a hombros hasta la Villa, pero pronto entendió que en Tenerife estaban comprando tomates pa’mandárselos a los ingleses y pegó a plantar tomates que daban más ganancia. También los tomates los llevábamos a hombros hasta la Villa, en cajas de un quintal, aforrados con paja pa’que no sufrieran, caminando por la cumbre y un descansito en Aguajilva pa’l ayanto. En verdad que aquí, en Gomera, los tomates no los catábamos porque creíamos que daban churriquera y que aguaban la sangre. Yo creo que en toda Canarias pasaba lo mismo porque nunca vide comerlos en el tiempo que pasé en Tenerife. Lo aprendimos por los ingleses porque, si ellos pagaban pa’que se los mandáramos, es porque debía ser güenos y ya hoy los usamos jasta pa’cocinar.

Como el Palomo no tenía más hacienda que su terrible fuerza y diba y venía a donde le salía un apaño, se metió también en lo del acarreto, aunque la verdad era hombre que, sin descansar, podía llevar dos cajas en vez de una. Pegábamos a cargar a la salida del sol y dábamos dos viajes al día o, cuando los días eran largos, hasta tres. De regreso traíbamos mercancías pa’los comercios que nos la encargaban y así, entre un día por otro, nos sacábamos hasta dos pesetas y media. Cuando pasábamos por el barranco bajo la Punta de la Vaca decíamos: “Por allá arriba pasará la carretera….cuando la hagan”. Cuando nos llevaron pa’la guerra ya se decía que D. Imeldo Serís, desde Tenerife, gestionaba los dineros pa’construirla. Y ya ve usté, será pa’la guerra siguiente.

 Como le contaba: Éramos más baratos que el transporte con bestias y arrieros, que también se hacía, pero nos jervía la sangre al ver como vivían los caciques y como nos trataban, aunque, en verdad, del trato de D. Francisco no teníamos quejas. Ese hombre, aunque tenía buenas pesetas, sabía lo que era joderse el cuero. La otra forma de transporte entre los pueblos gomeros y con Tenerife eran las falúas. En Hermigua echaban el rozón, o una potala si estaba buena la mar, en El Peñón, en Agua Dulce, en el embarcadero de Rosenzo, o en el Caletón del Azúcar pa’cargar o descargar, pero no siempre se podía. Es bien sabido que las mares del norte, si están de leva o de fondo,  no dejan acercarse ni a los ruazos. Entoavía m’acuerdo de la lancha del vapor “Guanche” , que cargaba en el pescante de los García en Vallehermoso, cuando la mar la’stralló contra las rocas y se  ahogaron dos marineros. No era un caso raro. Hasta del Charco de La Gaveta, que servía de bañadero pa’la chiquillería, cuando el mar estaba rabioso, se llevaba hasta los cabozos.

En las fincas de mi patrón, D. Francisco, como en otras muchas de Hermigua se cultivaba un poco de todo. De siempre Gomera producía sobre todo granos,  papas y cebollas. Aquí, en Hermigua se habían plantado bastantes naranjeros, aunque los de El Barranco de La Villa y los de Pastrana daban mejores naranjas. También durazneros, cirgüeleros y perales sanjuaneros y algunos almendreros en las partes más altas. Lo que había, de siempre que yo sepa, en el Valle eran matas de plataneras. Las había de plátano macho, que comíamos guisado como si fueran papas, otras de un platanito chiquitito, de dedito de santo, que era dulcito y otra que llamaban oriental, de plátano más bien áspero al catarlos. Se dejaban crecer los hijos de las matas, pegadas unas a otras, en los mismos surcos que las papas.  Daban una piñitas de no más de media arroba, o sea, menos de media docena de kilos cada una. Los rolos se usaban de comida pa’ganado o, con las hojas de las matas y picados se enterraban pa’mejorar el terreno,  pero ya por los tiempos de la guerra se traiban de Tenerife matas de una variedad nueva, que llamaban “enana” que cultivaba en La Orotava y el Puerto de la Cruz un inglés, al que llamaban algo así como D. Pedro Rei. Al parecer, por la banda de Adeje, otro inglés llamado Faife -que eso son los nombres que usan ellos- estaba comprando muchos terrenos y plantándolos pa’mandar la fruta a su país, donde la apreciaban mucho y se pagaba bien. Ese Norte de Tenerife, el Valle de la Orotava y el Puerto está lleno de ingleses. Están como en su casa, y me contaban que pa’Gran Canaria está pasando lo mismito.

En este Norte gomero la gente de perras güele enseguida los negocios. Pegaron a sorribar tierras, abancalar en grandes eretas y plantar matas de plátanos. Se jacía  de la misma forma que los ingleses en Tenerife. Las matas separadas de 2 en 2 metros, sin plantar ni papas, ni millo, ni nada, entremedias y con terreno bien estercolado. Se usaba por los más entendidos la “caparrosa” machacada, que era un sulfato azul o verde, que ahorraba guano y mataba las miserias. Así salían matas que era un primor, con grandes racimos y piñas de hasta 200 plátanos cada una. Los terratenientes vieron los cielos abiertos de donde llovían los dineros. Por cada piña de plátanos de más de 160 plátanos se pagaban al menos un duro mientras que al peonaje nos pagaban de dos a dos pesetas y media al día y una peseta a las mujeres del empaquetado. Los que nos deslomábamos sobre las guatacas y cargando piñas, pegamos a comprender que esta cuestión no era justa y nos empezamos a reunir a la escondía en la Cruz de Tierno, en Agulo, pa’maquinar como jacer frente a la explotación de los caciques. Casi nenguno sabíamos leer o escribir pero si teníamos claras algunas cosas aunque no sabíamos como llevarlas a cabo.

CACIQUES Y PESCANTES

Un problema del cultivo de plátanos era que el riego a mantas llevaba mucha agua pero, aquí en el Valle eso no pasaba. El Barranco de  El Cedro y Monforte daba pa’eso y pa’más. Tanto que p’alaño 1913 Don Antonio Bencomo Padilla pego a construir en Monforte una central eléctrica por medio de un jerío que desviaba el agua del río pa’mover la maquinaria, como pasaba en los cuatro molinos de gofio que se repartían por el barranco pa’moler el grano. Cobraban la molienda a razón de una maquila de un kilo de gofio por cada almud de millo molido

El otro problema pa’los dueños era como mandar la fruta pa’la Inglaterra. Del traslado se encargaba Faife, que había nombrado un representante en el Valle desde 1902 y la compraba, pero había que embarcarla. En el norte de Tenerife, con mares parecidos a estos, y aunque tienen dos buenos puertos en Garachico y Puerto de la Cruz, ya habían pequeños pescantes en algunas playas al que arrimar un bote, pero nada parecido a lo que el adinerado indiano, alcalde  y cacique de Vallehermoso, Domingo García González, instaló en la playa. Se jiso una estructura toda de madera y aunque el mar la barrió a los pocos años, había mostrado que la idea funcionaba. Tanto, que el mismo propietario encargó otro con jierro, piedra y cemento, que entodavía está en uso. La preparó el ingeniero Don José Rodrigo Vallabriga, un coronel venido de Cuba de madre herreña, que hacía de todo en todas las islas, tanto que también ha jecho los planos de la Catedral de La Laguna, como jiso pozos en Agüimes  y, aquí, en Gomera, otra obra gigantesca para la finca de “La Dama” de los Carrillo –otros caciques parientes del de Agulo, Leoncio Bento- llevando unas 6.000 pipas de agua al día desde una presa jecha donde se ajuntan los barrancos de Herque y Herquito, hasta Tapugache en atarjea descubierta, que son unos cuantos kilómetros pa’dir colgada por los riscales y andenes, y de allí a la Cabezada de La Dama por atarjea tapada. Vallehermoso en esto de los pescantes fue un adelantado, como con el alumbrado eléctrico público, regalo del cacique y el primero en la isla, desde 1904.

Cuando los de Faife se instalaron en este norte gomero pa’explotar el plátano, el tomate y algo de papas, con tierras en arriendo, pero más aún pa’embarcar los que producían los caciques, le arrendaron a Domingo García un taller de empaquetado que tenía en La Vegueta, camino de La Playa y, además, montaron otro al lado del pescante. Faife tenía trabajando unos 200 trabajadores entre hombres y mujeres con sueldos de risa al lado de lo que pagaban por los plátanos y los tomates en la Inglaterra. Como ese pescante solo podía usarlo Faife o los que el cacique quisiera, se hizo una sociedad que se llamó “El Porvenir” para hacer otro pescante en la Punta del Palillo, aunque en verdad se construyó en El Burrillo, que pudiera usar todo el mundo, que pagara, claro.

Todos los caciques, con lo que nos explotan a los desgraciados, nos jacen luego “regalos” pa’que el pueblo los alabe, los vote y, sobre todo, los obedezca como perrillos satos a los dueños. En Agulo, el cacique Leoncio Bento instaló, como alcalde, a su costa y a nuestras costillas, el agua a presión llevada por tuberías hasta el caserío en 1906.  Pa’celebrarlo, armo un belingo popular que llamó la “Fiesta del Agua” y la gente se jacía lenguas de lo bueno que era Don Leoncio.

En Hermigua el cacique Ciro Fragoso no jacía regalos al pueblo. Era mandón sin tapujeos. Tenía su propio embarcadero en El Peñón. Lo usaban los cosecheros de Hermigua y de Agulo que, de esta forma, quedaban al capricho de Ciro Fragoso, aunque entre los dos caciques reinaba la armonía de los que se reparten la tajada a gusto, pero mirándose siempre como dos quíqueres. A principio de 1907, en un pique a cuenta de que Ciro Fragoso puso lo que llaman un “cordón sanitario” p’aislar a Agulo, a cuenta de que en el puertito de Piedra Rosa había fondeado el barco “Carmen”. El barco venía de Santa Cruz, donde había peste bubónica, y Ciro Fragoso decía que si Agulo se’nfermaba se lo pegaba a Hermigua y cerro los caminos.

 Eso del cordón sanitario mandó pal carajo las relaciones entre los dos caciques y encochinó a Leoncio Bento. Pa’no depender del otro en los embarques de fruta, formó la Sociedad “El Patriotismo” con su hermano Ramón, sus parientes los Carrillo y el representante de D. Enrique Guolson, que era el dueño del Hotel Quisisana en Tenerife, de barcos y exportador a l’Inglaterra de platanos y tomates y otros pudientes del pueblo. Con un capital de 30.000 pesetas, en un año, construyeron el pescante de Piedra Rosa. Hicieron un fuerte tenderete pa’la inauguración el día de San Marcos de 1908. Hasta cuatro vapores estaban en Piedra Rosa. Vino mucha gente de los periódicos de Tenerife como “La Opinión” que era contrario a los de Fragoso y “El Progreso” que era republicano. Se trajo hasta la Banda de Música de La Laguna dirigida por un músico que llamaban Don Fernando “el de la Música”. Estos vinieron en el vapor Taoro y estuvieron tocando toda la procesión y por la tarde en la Plaza que conocíamos como Plaza de Leoncio Bento, frente a la iglesia que, a decir verdad, lo que era un milagro es que se mantuviera en pie, aunque aún así estaba mejor que la ruina de la Iglesia de La Encarnación en Hermigua.

Los caciques con sus mujeres y amigos se reunieron por la noche en un baile de taifas, con guitarras, violín y bandurrias, en el Casino Círculo de Amistad. Ese día pude ver que en Hermigua habían también algunos caciques que no se mascaban bien con Ciro Fragoso como los Ascanio o Nicasio León que hasta leyó pa’llí unas poesías alabando a Leoncio Bento a cuenta del agua, del teléfono y del pescante.

Pa’mi creencia qu’el cacique más fuerte y más puñetero del Valle era Ciro Fragoso. Aquí no se movía ni una piedra sin que el lo supiera y, si no le gustaba, había que dejarla donde estaba. Pa’que usté se jaga cargo de cómo era,le cuento lo que pasó a primeros del año en que se jiso el pescante. El alcalde era Don Francisco Trujillo Aguiar, hombre de buen carácter y no abusador del pobre aunque, como todos ellos, era de los que llamaban “leonistas” pero, como no le bailaba a su son todo lo que quería, el cacique se fue a Tenerife, al gobernador de la provincia, y consiguió que nombrara a Domingo Bencomo, uno de sus mandados, pa’lcalde. Como no se lo habían comunicado a Don Francisco Trujillo este se negó a entregarle los papeles del Ayuntamiento que estaban en el local que era de Don José Ascanio Dávila en El Convento. Pues bien, Ciro Fragoso con Domingo Bencomo y unos cachanchanes suyos se plantaron en casa de Don José, echaron la puerta abajo y se llevaron los papeles pa’casa de Ciro Fragoso en La Vecindad. En ese entonces, como el Ayuntamiento no tenía local propio se guardaban los papeles casa’lalcalde.

Como si no fuera suficiente desgracia con uno, en Hermigua estuvimos unos meses con dos alcaldes hasta que llegó de Tenerife la comunicación del gobernador.

LA SOCIEDAD “LA UNIÓN” Y DON EMILIO CALZADILLA

Lo de Hermigua fue distinto. Aquí se jodió el cacique Ciro Fragoso. Cuando la gente vio el empuje de los de Agulo pegaron a maquinar que había que jacer otro pescante aquí. En agosto Don Francisco Trujillo Grasso con Don Emilio Calzadilla y Don José María Fragoso, que eran abogados, convocaron una reunión en Santa Catalina pa’tratar del asunto. Casi todos los propietarios importantes del Valle estaban allí y aprobaron reunirse en una sociedad que se llamaría “La Unión”, pa’construir ese pescante en el embarcadero de El Peñón, donde arribaban las barcas de los vapores. Estuvieron de acuerdo que tenía que ser cosa del pueblo y sin que la controlara ningún cacique ni propietario único. Allí se nombraron de directores provisionales a  Don Fernando Brito y  al encargado de Elder y Faife, Don Eliseo Plasencia, hasta que se formara en firme la Sociedad Anónima  ”La Unión”. Hicieron lo que se llama un  acta que escribió y firmo como secretario Don Vicente Bencomo y acordaron convocar, con un edicto, una asamblea con todos los que habían contraído compromisos de adquirir acciones de 100 pesetas cada una hasta completar las 60.000 pesetas, que era lo que se pensaba iba a costar la obra con el proyecto que presentaba Don Emilio Calzadilla.

El cacique Fragoso, que pretendía ser el Presidente de la sociedad y nombrar a tres cachanchanes suyos como miembros de la directiva, vio que no tenía suficientes acciones pa’manejar el cotarro y decidió retirarse del asunto. Los que se ajuntaron  dieron su palabra de honor que ni el cacique ni sus cachanchanes tuvieran parte en el pescante y nombraron presidente a mi patrón Don Francisco Trujillo. El fachento del Fragoso no acogió bien esa vaina y se plantó pa’jacer otro pescante en la Baja de la Sal a costa suya solamente. La verdad es que ese pescante nunca se terminó y lo poco que se levantó se lo llevó una mar de leva mientras que el de La Unión fue el orgullo y la solución de Hermigua, pero esa historia de los dos pescantes merita un aparte.

Los dos pescantes se principiaron más o menos a un tiempo. Allí trabajábamos Palomo y yo y mucha gente más, no siempre la misma, comandados, por D. Vicente Bencomo Padilla que estaba a cargo de las obras. De entrada Ciro Fragoso no entró a molestarnos. Un buen día a principios de octubre, malo pa’l cacique, la mar arreciaba y arrastró, del pescante del cacique, unos bloques tallados por maestros pedreros que le había cedido Domingo García, el de Vallehermoso. El cacique, cuando vio el esmanche, arrancó emperretado pa’l nuestro. Llego dando cacaridos y bufidos que parecía un  gato metido en un saco. Quería mandar a parar nuestra obra. Don Vicente le preguntó porque tenía que dejar el trabajo toda la gente que estábamos allí y le contestó que la obra no tenía los permisos. Era verdad, pero ningún pescante tenía permisos aunque todos los habían pedido al gobierno de España. Ni siquiera los de Vallehermoso que ya llevaban tiempo funcionando y seguían esperando el puñetero papel por lo que D. Vicente no le jiso ni caso.

Encochinado, el cacique mandó llamar al alcalde que era Domingo Bencomo, uno de sus lameculos, el que tuvo el pleito con Don Francisco Trujillo por la alcaldía, y al Juez municipal, Federico Mendoza Trujillo. Llegaron amenazando a los trabajadores y a Don Vicente con cárcel o multas por desobedecer a la autoridad, y otras cosas que se inventaron. Don Vicente le decía al juez que porqué cerraba uno y no el otro. Nosotros, pobres desgraciados que no sabemos de leyes ni pleitos, recogimos todo pa’dirnos y Don Vicente nos dijo “Bien, pero mañana aquí temprano”.

Al día siguiente estábamos los mismos y unos buenos cuantos más que aparecieron, además de algunos socios de La Unión. Diban de jodelones contra el cacique. Nos multaron a un montón de los trabajadores y de los socios, principiando por el presidente, mi patrón D. Francisco Trujillo Grasso. La multa fue de un duro a cada uno y la de los trabajadores nos la pagó la Sociedad. A partir de eso no hubo quien frenara ni el pescante ni a la gente que ya barruntaba que el cacique no podía con todo.

Al año siguiente inauguramos el pescante con la mayor fiesta, creo yo, que se ha jecho en el Valle. El primero en amontarse en los cajones que corrían pa’dentro de la mar hasta llegar al barco fue mi patrón, Don Francisco Trujillo Grasso, Presidente de “La Unión”. Tras él fue Don Emilio Calzadilla. Estuvo bien porque fue el que más arrempujó pa’que aquello saliera.

REPUBLICANOS

De política los trabajadores entonces poco sabíamos, aunque algunos más enterados trataban de que entendiéramos algo de lo que pasaba, sobre todo algunos que se decían anarquistas. Por lo que contaban, en España se habían puesto de acuerdo entre el Partido Liberal y el Partido Conservador pa’dirse turnando en el machito sin dañarse entre’llos. El caciquismo gomero fue siempre del Partido Conservador pero es verdad que, desde que se murió el hombre que más pintaba de’llos en Tenerife, llamado Feliciano Pérez Zamora, se fueron revirando. Se hicieron acanariados, seguidores del que llamaban “leonismo” por León y Castillo. Seguían siendo conservadores pero apoyaban a León y Castillo que mangoneaba en toda Canarias y así, se protegían de parte y parte, machacándonos a los pobres del pueblo que no pintábamos un carajo. Ellos ponían y quitaban alcaldes y lo que quisieran.

Don Francisco Trujillo Grasso, p‘al que yo trabajaba, decía que era republicano, que ya de monarquía, con lo que vio en Cuba, tenía bastante. Ponía a parir a los leoninos. Nos decía que se creían santificados porque se dividían en ramas que tenían nombres que parecían, más bien, de curas o frailes. Unos eran “agustinos” y otros “franciscanos”. Habían además los “ruanistas” que, como se parecía a “ruamas” los llamábamos pejine, y otros a los que llamaban los “locos”,  que parece ser que antes eran de los agustinos pero querían partir la provincia en dos. Todos ellos jincaban la rodilla ante León y Castillo. Según creí entender entonces, las peleas eran por los dineros a repartir, como lo que se cobraba por los Puertos Francos, Unos  se encochinaban si el otro los garraba y es que los repartos de perras jacen enemigos enseguida. Decía Don Francisco que León y Castillo le ponía la proa al grupo que llamaban “apostólicos” y apoyaba a los “políticos”, pero estas son cosas que se me’scapan a mis entenderas.

D. Francisco guardaba una colección de periódicos, algunos que ya no se jacen, como uno de La Laguna que se llamaba “La Luz” que, por lo que decía, estaba escrito por jóvenes republicanos de aquella ciudad. Otros eran actuales como “El Progreso” que recibía todas las semanas que se lo traía el vapor de Faife. También guardaba recortes de otro periódico español que él recibía, viviendo entodavía en Cuba, que se llamaba “La Conciencia Libre”. Manuel Herrera Cubas, que trabajaba pa’él de escribano, nos leyó una parte que no se me olvida. Se llamaba “más carne” y decía que España tenía que ser una República Federal en la que estuviera también Portugal, Cuba, Puerto Rico y las Islas Canarias junto a más países de América. Yo, a España no la conozco, ni tampoco a Portugal, pero si me gustaba pensar que pudiéramos estar juntos con Cuba, la tierra que más aprecio dispués de la mía, a pesar de las penitas que pasé en la guerra.

Los republicanos no eran como los anarquistas o los socialistas. Eran gente de orden aunque decían que la monarquía no era buena pa’los pueblos ni servía pa’nada. No estaban contra los que tenían los capitales porque, al fin y al cabo, eran ellos mismos, pero si combatían, al menos lo decían, a los caciques que nos explotaban y nos trataban como a su ganado Eran ricos, pero menos ruinitos pa’l pobre. De todas formas, cuando nos hablaban de cómo eran las cosas nos armábamos un lío, porque en Tenerife se ajuntaban con conservadores o con liberales, asigún les convenía. Yo me sabía los nombres de los que hacían esos batumerios políticos, pero los trabuco y ya no me acuerdo bien.

En los corrillos que se formaban por la plaza entre hombres que buscábamos una labor en que ocuparnos, comentábamos que, si en Tenerife, en la mayoría de los pueblos, había ya hacía bastantes años el Partido Republicano Tinerfeño y que igual pasaba en La Palma ¿porqué no podíamos tenerlo aquí, en Gomera? Pa’peor no iríamos, eso seguro. Por eso  el Palomo, que estaba esos días por Hermigua, y yo fuimos juntos a una reunión que nos llevó Manuel Herrera Cubas en el salón de Don José Ascanio en El Convento. Habían repartido papeles y pegado algunos en alguna venta avisándola. M’acuerdo que fue el Día de La Cruz de 1908 porque habían algunas cruces enramadas Allí nos reunimos, yo creo  que más de cien personas, aunque el alcalde Domingo Bencomo, un mandado servil de Ciro Fragoso, amenazara con meternos a todos en la cárcel y llamara a la Villa a la Guardia Civil porque decía que habían graves desórdenes y tiros, cuando solo eran cuatro parranderos que celebraban el acto y tiraron unos cuantos voladores.

El encargado de traer la propaganda y las ideas republicanas era Don Emilio Calzadilla, miembro del Partido Republicano de Tenerife, al que Don Francisco, mi patrón, tenía mucho respeto. Decía de’l que, como era masón, era inteligente, muy preparado y humano. Algo tenía Don Emilio de gomero porque, me dijo Don Francisco, que los masones entre’llos se conocen con otro nombre, y el de Don Emilio era “Benchijigua”. Yo me creo que mi patrón también era d’esos masones, pero nunca lo dijo. Allá por la primavera de 1908, en el local de Don José Ascanio en El Convento se reunieron todos ellos y formaron lo que llamaban un “Directorio” que presidía Don Fernando Ascanio Trujillo. Allí estaban, además de Don José Ascanio y Don Vicente Bencomo, un hermano del alcalde Trujillo Aguiar que echó el cacique pa’poner a Domingo, llamado Don José,  Eliseo Plasencia y varios más que no recuerdo.

A finales de noviembre se reunieron pa’darle forma al Partido Republicano y poner de presidente a mi patrón, don Francisco Trujillo Grasso y pegaron a hablar de las elecciones municipales que se celebrarían al año siguiente. Don Emilio Calzadilla decía que, pa’ganarlas, había que reunirse con otras  gentes que no fueran leoninos. No me creía yo mucho eso del republicanismo porque, en el Directorio y luego en el Partido, habían caciques duros como Nicasio León León, que estaba en contra de todos los intentos de los trabajadores que queríamos formar sindicatos y defendernos. Además, en la Plaza del Convento, yo creo que pa´celebrar lo que decía la gente de lo que habían fundado y que iban a ganar elecciones, Ramón Darias, conocido como Ramón “Manisero”, pego a dar gritos de “Me cago en el Rey de España y en todos ellos” y diciendo “Viva la República de Cuba” “Viva Estrada Palma”. Se lo llevaron detenido pa’la Villa porque aquí en Hermigua no había Guardia Civil, que no llego hasta por lo menos diez años dispués y los tiene usté en el cuartelillo que pusieron en Las Hoyetas. Volvió el Manisero pa’l Valle a los pocos días, mansito de la tollina de gomazos que recibió. Mi patrón, Don Francisco, decía: “Será burro ese animal. Don Tomás Estrada Palma acababa de morirse por esos días”.

Llegado a este punto, y como me esperaba Félix Molowny para irnos de Hermigua, tuve que decirle a este buen hombre, “Mire ustéd, me está contando toda la historia del pueblo y no lo que yo le pregunté sobre el Cacique D. Ciro Casanova y El Palomo. Mire a ver si puede acabar, que me tengo que volver para San Sebastián y de la carretera no han acabado ni el primer tramo de 5 kilómetros, así que tengo mucho que caminar aunque ya traté una caballería hasta La Carbonera y otra que me espera al otro lado tras pasar la cumbre”

El amable informador continúo, centrado ya en el tema, y yo a taquigrafiar:

¡Cristiano, no me ajulee que estoy abaifado sin jincarme más que sea un fisco de cañaparra pa’mojar el galillo!

Como le decía, mi compadre Salvador Palomo era un cacho de hombre que no estaba jecho pa’las puertas de estas casas. Cargaba con dos quintales de papas de un tiempo y lo llevaba a cuestas adonde fuera menester. No había  en Gomera quien lo igualara en eso. Don Emilio Calzadilla tampoco era un hombre chico ni liviano. Le costaba caminar por terrenos embarrados o atravesar una barranquera que corriera. Desde luego no era uno de nosotros que, con un astia, se arregla pa’dir por donde quiere, así que lo que hacía pa’esos menesteres era contratar al Palomo.

El Palomo garraba un cairano pa’colgarlo por el pecho y llevar el ayanto si era menester y con unas cinchas como pa’cargar burros se ataba a la espalda una silla con su espaldar,  brazos y su cojín sujeto al asiento. Allí se retrepaba Don Emilio, bien sujeto y afianzado en los brazos de la silla y, de esa forma, mirando pa’tras, pasaba los malos caminos y los charcos y regatos. Así, si era menester, podía estar Sebastián Palomo llevándolo todo el santo día.

Diban los dos pasando d’esa forma el barranco pa’ver unos terrenos en Los Barranquillos, cuando se tropezaron con el cacique que estaba encalabernado contra Don Emilio y va, el muy jodelón, y le espeta

“¿Que, Palomo, no te pesa mucho ese caballero?”

Sebastián, lo mira de frente y, muy pachorrudo, le contesta:

¡Que va Don Ciro! Si don Emilio se lo permite, ¡amóntese usté encimba que ya usté aquí pesa muy poco!

NOTA OBLIGADA: Este relato lo encontré en un cuadernillo manuscrito que, en la tapa, ponía “Jacinto Terry”. Se había quedado olvidado en la antigua fonda de la Calle En medio, frente a la Iglesia y fue por ahí traspapelado hasta que me lo regalaron. Como aquí, en Gomera, que yo sepa,  no ha venido nadie de los que en España se apellidan “Terry” pregunté. Me dieron como norte que así se firmaba un periodista tinerfeño de “El Progreso”, de nombre Joaquín Fernández Pajares, amigo de Secundino Delgado y lector asiduo de la “Revista Blanca” en que colaboraban Fermín Salvochea y nuestro Nicolás Estévanez. No puedo garantizar que sea el autor, pero si que lo he comprobado, todo lo minuciosamente que un profano en estos menesteres puede hacer, y los datos, fechas y personajes son todos reales y auténticos. Lo reescribo y se lo dedico a su nieta y sus bisnietos que viven en la Villa de San Sebastián.

Francisco Javier González

Gomera a 17 de febrero de 2016

* En La casa de mi tía por gentileza de Francisco Javier González