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jueves, 25 de abril de 2024 09:47h.

Santa Cruz con hedor a estercolero - por Ana Beltrán


 Llegó el otoño y con él las primeras lluvias. Duraron poco, como todo lo bueno. ¡Menos mal!, he de decir, aunque sea un contrasentido. El chaparrón, medianamente fuerte, fue de escasos minutos, de lo contrario quién sabe lo que hubiera podido pasar. Las cuatro gotas caídas fueron suficientes para que se produjeran verdaderas riadas, y lo peor de todo es que esas aguas, por nauseabundas, dejaron las calles con olor y aspecto a estercolero, tanta era la porquería que arrastraban.

Santa Cruz con hedor a estercolero - por Ana Beltrán

 Llegó el otoño y con él las primeras lluvias. Duraron poco, como todo lo bueno. ¡Menos mal!, he de decir, aunque sea un contrasentido. El chaparrón, medianamente fuerte, fue de escasos minutos, de lo contrario quién sabe lo que hubiera podido pasar. Las cuatro gotas caídas fueron suficientes para que se produjeran verdaderas riadas, y lo peor de todo es que esas aguas, por nauseabundas, dejaron las calles con olor y aspecto a estercolero, tanta era la porquería que arrastraban. Sospecho que las alcantarillas debían de estar absolutamente atascadas de basura, de lo contraria lo ocurrido en tan corto espacio de tiempo resultaría del todo inexplicable. Por eso uno se pregunta al ver esta ciudad anclada en el tercer mundo (no es la primera vez que lo hago, es una práctica habitual en mi deambular diario), ¿dónde andan nuestros munícipes, que nunca se les ve el pelo? ¿Hasta cuándo tanta desidia? ¿Y cómo es que no se les cae la cara de vergüenza? A mí se me pone colorada cada vez que veo una guagua con turistas o un crucero que amarra en el puerto. Qué pensarán, me digo, qué concepto se llevarán de nosotros. Yo sugiero a quienes nos representan que se apeen del coche oficial, se quiten chaquetas y corbatas, que parece que las tengan adheridas a la piel, y pateen la ciudad de este a oeste y de norte a sur, y con los ojos bien abiertos, aunque es tanta la basura que hasta un ciego lograría verla. Que vean la realidad de Santa Cruz tal y como está, y no como ellos la imaginan desde sus mullidos sillones y cada cual en su despacho. Que no nos digan, cuando a ellos les convenga, lo mucho que aman a su pueblo porque no les vamos a creer. No mientras no lo demuestren con hechos. Yo me atrevo a decirles desde ahora: ¿a qué esperan para ponerse a trabajar por esta ciudad, otrora limpia? ¡Señores, el camino se hace andando! Salgan cualquier día a la calle, especialmente en días de lluvia, pero háganlo con botas de agua, no les vaya a pasar lo que a mí, que me vi forzada a recibir un hediondo baño de pies, a los que no sólo tuve que lavar de forma concienzuda; igualmente hube de desinfectar. A quienes nos gobiernan también les vendría bien un buen lavado, pero de ésos que aclaran las ideas.

 El que tenía las ideas bien claras era César Manrique, nuestro querido y admirado paisano, tristemente fallecido hace ya veinte años. ¡Qué rápido pasa el tiempo!... Y cuánto pudo haber hecho por las islas en estas dos décadas… Creo que ahora andaría por los noventa, y posiblemente con lucidez plena, si no hubiera sido por aquel desgraciado accidente, allí mismo, en su isla natal. Aunque, por eso de los intereses creados (todos sabemos lo que eso significa) es probable que no hubieran escuchado sus razonamientos, harto razonados. Recuerdo la vez que hablé con César…, la única vez. Nos encontramos en el Parque García Sanabria, fue poco antes del accidente. Obvia decir que fui yo quién le abordó. Le hablé de mi admiración por él, por la manera en que defendía el desarrollo de las islas, que no concebía si no era compatible con la sostenibilidad; de lo mucho que me gustaban sus obras, desde La Vaguada de Madrid al Mirador del río, pasando, claro está, por su pintura abstracta y sus esculturas mecidas por el viento. Con su habitual apasionamiento él se explayó, me habló de la locura que estaban cometiendo con las islas, de cómo estaban matando a la gallina de los huevos de oro… “La codicia rompe el saco”, me dijo. Cuánta razón tenía, que irresponsables han sido la mayoría de los que han llevado el timón de este barco, que no tardará en hundirse si no se produce un milagro que lo salve. ¡Y eso que todavía falta el tren!