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domingo, 05 de mayo de 2024 09:56h.

Santiago Carrillo o la controversia - por Nicolás Guerra Aguiar


Mantengo en la mente la portada del impactante número de una revista (dudo entre Cambio16 y Triunfo. Eran los últimos meses de 1976).

Mantengo en la mente la portada del impactante número de una revista (dudo entre Cambio16 y Triunfo. Eran los últimos meses de 1976). Aquella convulsionó aun más la ya agitadísima vida colectiva en España: un hombre maduro (usa lentillas) aparece fotografiado con una peluca exageradamente artificial, cantosa, que dicen los pollillos de hoy. A nadie se le escapó queSantiago Carrillo estaba en España ilegalmente y, lo peor, que retaba al Gobierno de Adolfo Suárez. Las pistas que fue dejando quizás despistaron inicialmente a los cerebros de la Brigada Político-Social pues, por tan obvias, resultaron inicialmente poco creíbles: apoyaba su brazo izquierdo (qué cosas, qué coña, qué provocación) en un cartel de carretera que anunciaba la distancia hasta Madrid, si no recuerdo mal, a menos de cien quilómetros.

La policía de Martín Villa –aquel falangista reconvertido a la democracia por imperiosas necesidades- puso en marcha toda su maquinaria y al final lo detuvo (diciembre 1976). Carrillo fue puesto en libertad ocho días después y, pasados solo cuatro meses, se legaliza al Partido Comunista aquel Sábado Santo conocido como Sábado Rojo. Tal precipitación –el mundo occidental no creería en el cambio político sin su legalización- me llevó a sospechar que todo estaba organizado entre Suárez-Martín Villa y el Partido, que envió a Carrillo a la gloria o, quizás, a la cárcel por años. Fue esta una pregunta que le hice por lo bajo en Sardina de Gáldar (1980 y poco) mientras tomábamos café, pero la respuesta quedó pendiente porque intervino la persona que lo había llevado (por cierto, alto cargo después en el Gobierno de Canarias tras la pertinente reconversión ideológica, absolutamente respetable).

Como digo, en Sardina lo saludé. Fue por segunda vez, ya con tranquilidad. Años antes le había estrechado la mano en la sede de CC OO en Madrid (julio 1979), pues allí nos reuníamos un grupo de opositores aprobados –aunque sin plaza-, y el Sindicato no solo nos cedió alguna sala sino que, además, se puso a nuestra disposición (estábamos dos grancanarios). Una tarde entró a saludarnos y mostró su apoyo, algo que fue de agradecer: eran tiempos de ilusiones y esperanzas aunque hoy, racionalmente, cada vez más controladas. Ya en Sardina fue algo mucho más distendido: había ido expresamente a saludar a mi padre, alcalde (foto). Y sucedió algo que, en plena utopía, me pareció esperanzador: un señor del Movimiento, rítmicamente identificado con él y actor importante del Régimen en la Isla, se acercó a don Santiago. Se identificó como la antítesis política, le tendió la mano y le dijo: <>. Carrillo, con amplia sonrisa, le dio las gracias y añadió: «Sí, claro, pero otros escribieron la mía».

¿Era la suya Paracuellos? ¿Había dado él la orden de asesinar (1936) a dos mil quinientos presos contrarios a la República mientras los trasladaban? Para algunos, no hay ninguna duda: Carrillo, a la sazón consejero de Orden Público de la Junta de Defensa, es el responsable directo de aquella vil matanza. Para otros nada tuvo que ver, pues fueron los anarquistas, mucho más numerosos que los soldados republicanos encargados del traslado: o los entregaban o abrirían fuego contra todos. Una segunda versión inculpa a la NKVD, aparato de seguridad soviético: Carrillo tenía 21 años, y su poder era muy limitado. Tal es así que fue en 1946 cuando el Régimen franquista lo acusó de la matanza.

Hoy, tras su muerte, sigue enfrentando opiniones. Para miembros de la izquierda comunista, Carrillo <> (canarias-semanal) la cual lamenta su muerte porque contribuyó, dicen, a la liquidación del PCE y abandonó a los sectores populares. (Hay una foto: Carrillo interviene en algún acto junto a Martín Villa, Mayor Oreja y otros del PP. Todos ríen y sonríen.) Más: que destacadísimos miembros del PP –incluida la señora vicepresidenta- no solo lo visitaran en el tanatorio sino que le dirigieran loas, refleja el agradecimiento de la oligarquía. Por el contrario, el PCE quiere fríos y desapasionados estudios sobre su actuación, quizás forzada por las propias circunstancias, o no.

Mucho se seguirá escribiendo sobre Paracuellos y Carrillo hasta que la verdad se imponga. De la misma manera que sobre su actuación al frente del PCE y la supuesta voladura intencionada. Serenados e imparciales historiadores –quizás hemos de esperar años-  nos dirán la verdad: ¿asesino o interesadamente inculpado? ¿Destruyó al PCE o este, acostumbrado a la clandestinidad y al severo régimen autoritario, no se amoldó a las nuevas circunstancias?

Como digo, no fue hasta 1946 (Carrillo toma posesión como miembro del Gobierno republicano en el exilio) cuando el Régimen franquista lo acusa de aquella barbarie. ¿Esperaron los rebeldes a tener pruebas contundentes e irrebatibles para la imputación? En su escrupuloso respeto al Derecho y a la consideración de la inocencia hasta que se demuestre lo contrario, ¿fueron consecuentes? ¿Quisieron, acaso, mantener como inviolable el artículo 29 (Título III, Capítulo Primero) de la Constitución republicana (1931) que defiende la libertad de los ciudadanos si no hay supuesta comisión de delito? El artículo es claro: «Nadie podrá ser detenido ni preso sino por causa de delito. Todo detenido será puesto en libertad o entregado a la autoridad judicial, dentro de las veinticuatro horas siguientes al acto de la detención».

Pues no, rotundamente no. La Constitución fue derogada en su totalidad. Derechos elementales fueron pasados por las armas. La barbarie represora se impuso ante los muros de ejecución. Pero tampoco puede olvidarse que Paracuellos existió, que desde el bando republicano asesinaron a dos mil quinientos presos.

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http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=276357